Por: Jorge Hernández

Como parte del proyecto de Conservación Emergente de Sitios Arqueológicos en Campeche, las restauradoras peritos, Diana Arano y Leticia Jiménez, adscritas al Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), junto con un equipo de expertos identificaron una paleta cromática de la región Río Bec que dio belleza y realce a los frisos de las antiguas ciudades mayas de Balamkú y Becán, así como a las fachadas zoomorfas de los sitios arqueológicos de Chicaná, Hormiguero y Becán la cual tiene distintas tonalidades de rojos, amarillos, azules, rosas, naranja, verdes y negros.

Durante las dos temporadas de trabajo (2014-2015), también se tomaron muestras de las capas pictóricas y de los morteros para someterlas a análisis y conocer su composición química y así utilizar los materiales más apegados al original en los procesos de intervención de los edificios de las zonas arqueológicas.

Para hacer el registro se contó con el apoyo del investigador Daniel Salazar. Él dibujó las cinco fachadas y los dos frisos; ella y Félix Camacho, restaurador del Centro INAH Campeche, realizaron la documentación de color utilizando el código Munsell, que consta de colores predeterminados con los cuales compararon los pigmentos en el estuco.

Con base en los dibujos de Daniel Salazar y del registro iconográfico, elaboraron imágenes digitales en las que se aprecia parte del color utilizado en los elementos escultóricos. Se logró un acercamiento parcial al aspecto original de las estructuras y de los frisos construidos por los antiguos mayas durante el Periodo Clásico (250-900 d.C.).

Durante la primera temporada de trabajo se diseñó un programa para monitorear de forma sistemática las estructuras y contar con elementos de comparación del estado de conservación respecto a la primera vez que lo visitaron, y registrar a qué velocidad se deteriora por la acción medioambiental, para tomar lineamientos con base en las necesidades de preservación del patrimonio arqueológico in situ.

Los siete edificios fueron seleccionados por la riqueza escultórica con la que fueron construidos hace siglos. Es la primera vez que se hace un registro de este tipo, lo que permite establecer comparaciones y estudios más amplios a nivel local y regional.

“A partir de los dibujos de las estructuras, se hizo un análisis completo de los daños que presentaban y se dividieron en tres: biológico, ambiental y físico-químico. Se elaboró un patrón para cada efecto: si tenía craqueladuras, hongos y pérdidas, y se fue marcando el esquema de deterioro de los edificios”, explicó Félix Camacho.

Los nuevos registros gráficos permitirán realizar estudios integrales a profundidad, a partir de imágenes más completas y detalladas.