• A 53 años de la masacre de Tlatelolco los señalamientos siguen inmutables: el ejército represor es el culpable de la masacre. Pero, ¿dónde están las autoridades políticas, el jefe de Estado, el titular de gobernación, los directamente responsables?

Por: María Manuela de la Rosa Aguilar/

Las movilizaciones masivas en la ciudad de México se suceden como una cadena interminable de incitación a la violencia Si bien con justificaciones totalmente  legítimas en contra del abuso del poder del Estado, por reivindicaciones sociales y en pro de la justicia, lo cierto es que el Estado es el que se ve no sólo vulnerable, sino agredido y totalmente rebasado para contener la violencia de miles de personas que expresan su inconformidad con una violencia extrema que no sólo afecta a la fuerza pública, sino a edificios públicos, monumentos históricos, comercios y a la propiedad privada, sin que se aplique la ley por este tipo de vandalismo.

Y sucede que de todas formas las demandas no parecen ser escuchadas, porque el sistema de justicia parece beneficiar sólo a los poderosos y las víctimas siguen esperando justicia.

Sin embargo, existe una coincidencia generalizada: las fuerzas armadas siguen siendo señaladas, no importa si participan o no, simplemente parecen ser el blanco principal de los ataques.

A 53 años de la masacre de Tlatelolco los señalamientos siguen inmutables: el ejército represor es el culpable de la masacre. Pero, ¿dónde están las autoridades políticas, el jefe de Estado, el titular de gobernación, los directamente responsables? El ejército es el garante de la seguridad nacional, está a las órdenes del comandante supremo, del presidente de la República, no se realiza ningún movimiento, y menos en torno a la seguridad interior, si no se tiene una orden. Es una verdad de Perogrullo.

Por otro lado, las fuerzas armadas del 68 no son las mismas de hoy, puesto que la institución ha evolucionado, consagrándose al servicio de la sociedad mexicana.  Y hoy por hoy es un sector que goza de la mayor credibilidad. Lo cual no es gratuito, porque  la presencia de las fuerzas armadas es generalizada, sobre todo en momentos de necesidad pública. Ahí están presentes los soldados para hacer labor social, para aplicar vacunas, para realizar actividades de apoyo a la población civil, en el arreglo de escuelas, campañas de sanidad, en la reforestación, etc.; en estos días de desastres naturales, en terremotos, inundaciones, en incendios forestales. Los que acuden de inmediato son ellos. Los que se encargan del programa de alfabetización, cuando muchas responsabilidades les corresponden a otras dependencias del ejecutivo o incluso a los gobiernos de los estados, el Ejército y la Marina  están ahí para apoyar, para proporcionar seguridad.

Y ahora se les ha puesto en la responsabilidad de la seguridad interior, que no les corresponde, en medio de una política perversa para estar y no estar, combatir y no agredir, resolver y dejar hacer, actuar y no hacerlo porque los delincuentes tienen prioridad en sus derechos y los derechos humanos son su privilegio. Con abrazos y no balazos. Una encrucijada de la inacción porque están encadenados al mando supremo. Y tal vez sea el objetivo principal, acabar con su credibilidad y prestigio.

El 68 “no se olvida”, pero si que los mandos militares desde hace décadas no tienen nada que ver con lo que sucedió cuando eran niños o jóvenes cadetes. El general

Gerardo Clemente Ricardo Vega, que fue secretario de la defensa hace 21 años, en el 68 era capitán; el general Guillermo Galván Galván, que fue secretario de la defensa hace 15 años, en el 68 era  teniente; el actual secretario de la defensa nacional, general  Luis Cresencio Sandoval tenía 8 años en el 68.

Y si bien hablamos del mismo ejército, éste ha evolucionado, pues gracias también al 68 hubo una transformación, no sólo en la sociedad mexicana, que quedó marcada por este acontecimiento, sino las fuerzas armadas, que han logrado evolucionar y tienen ya una formación profesional basada en los derechos humanos, con una conciencia social más firme y la visión de lealtad más enfocada a la Patria, conformada por el pueblo mexicano, cuya soberanía es indiscutible. Y al mando en quien se ha elegido como su comandante  supremo.

Dicha soberanía sin embargo ha sido objeto de una permeabilidad constante debido a intereses ajenos. No sólo en el 68, la historia lo atestigua. Invasiones, intentos de golpes de Estado, guerras fratricidas, pero sobre todo la propaganda.

Para nadie es desconocida la guerra fría, de 1945 a 1989, en que la hegemonía mundial fue disputada entre socialismo y capitalismo, entre oriente y occidente. Y precisamente, una ve consolidada la URSS, se dio a la tarea de exportar el sistema socialista a través de la difusión propagandística del socialismo. Fue también  una guerra de ideologías.

Por so no es raro que los movimientos estudiantiles no se dieron sólo en México, sino en varias partes del mundo, en donde los soviéticos y cubanos, con ayuda de éstos, financiaron revueltas a través de jóvenes idealistas que querían un mundo mejor, con equidad, con acceso a la educación. Suena muy bien el luchar por la igualdad. Es el ideal de los principios básicos de la justicia.

Pero la justicia, que procede de las normas y del derecho natural, nos ha enseñado que no sólo hay derechos, sino obligaciones. Y la naturaleza nos muestra que no todos somos iguales, sí ante la ley, pero todos con capacidades y naturaleza única e irrepetible. Y ahí surge la trampa de la búsqueda por la igualdad, porque no todos cuentan con las misma habilidades, con las mismas circunstancias y sobre todo con la misma voluntad. Unos trabajan más que otros, unos son más estudiosos que otros, lamentablemente así surgen las diferencias. Y el capitalismo nos lo ha enseñado de la manera más cruel.

E irónicamente los países antes llamados socialistas o comunistas son ahora los capitalistas más despiadados, ahí está China como muestra, en donde las libertades prácticamente no existen. Por eso la democracia se ha coronado hoy día como el ideal máximo, pues con todos sus defectos, es el sistema que ofrece mayor bienestar general.

Y hay que recordar que:

El movimiento estudiantil de 1968 comenzó a gestarse una década antes. Primero se sucedieron diversas movilizaciones de médicos, ferrocarrileros, electricistas, campesinos y estudiantes, que luchaban por sus derechos laborales y contra las imposiciones del gobierno. En 1956 hubo una huelga de estudiantes en el Instituto Politécnico Nacional; en 1963 en la Universidad Michoacana.

La URSS, China y Cuba desplegaron toda su propaganda en el mundo. El leninismo, marxismo, el maoísmo chino y la revolución cubana fueron la inspiración de miles de jóvenes que anhelaban una sociedad más igualitaria, con oportunidades, con libertad, luchando por los derechos civiles, en un contexto internacional donde la prometedora novedad de los regímenes socialistas y el proceso de descolonización de África estaban en curso.

El Che Guevara fue ejecutado en Bolivia en 1967 y eso detonó una gran furia, que estimuló la violencia social, porque en ese momento todavía no se vislumbraba la sospecha de la participación de Fidel Castro, que lo vio como un posible rival, dada la relevancia que adquirió por su lucha.

Y como cimiento ideológico aspiracional, los encuentros celebrados en La Habana, como la Primera Conferencia Tricontinental, en enero de 1966, donde se creó  la Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL); el Congreso de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) en agosto de 1967, etc.; así como la difusión de publicaciones de izquierda como  la red intelectual de la Nueva Izquierda,  de Nueva York; La Nueva Izquierda de Londres; Tiempos Modernos de París; Cuadernos del Ruedo Ibérico, del exilio español en París; Pasado y Presente en Argentina; Marcha en Uruguay; La Cultura en México, etc.

Se dio un movimiento paralelo que demandó una revolución cultural, económica y política. Estos movimientos cimbraron a gobiernos, así como la manera de enfrentar las crisis sociales y a partir de entonces la sociedad tuvo una transformación cultural, en la educación, la familia y en la forma de la relación entre el Estado y los ciudadanos, que se volvieron más conscientes del poder de manifestación.

En Europa hubo movimientos estudiantiles que pedían un cambio del orden establecido.

En París, en mayo de 1968 se suscitó un gran movimiento estudiantil que provocó la renuncia del presidente Charles de Gaulle. Estos hechos se extendieron a través de sectores politizados de la juventud que viajaron por el mundo, influyendo en movimientos estudiantiles en la República Federal Alemana, Suiza, España, México, Argentina, Uruguay y Checoslovaquia.

En Alemania, las manifestaciones encabezadas por el anarquista y antifascista Rudy Dutshke, que llevó a los jóvenes a confrontar y cuestionar a sus padres nazis con el lema “¿papá, que hiciste en la guerra?”; este movimiento se consideraba antiimperialista y anticapitalista.

La primavera de Praga, en Checoslovaquia, para liberarse de los tanques soviéticos que trataban de imponer el socialismo, que si bien no fue un movimiento puramente estudiantil, sino político, fue el inicio de la liberación del país del dominio ruso.

En Estados Unidos hubo una oleada de protestas por la guerra de Vietnam y el servicio militar obligatorio; la manifestación contracultural beatnik; el movimiento hippie a favor de la vida comunitaria, la libertad sexual y el uso de las drogas como medio de escape y “liberación”; el movimiento iniciado por Martin Luther King, asesinado en abril de 1968; fueron las causas de las marchas estudiantiles en varias ciudades de la Unión.

Movimientos inspirados por la obra de León Tolstoi fueron los de Corea y Japón.

En Corea en 1960 un movimiento estudiantil motivado por el fraude electoral, pero que además iba dirigido contra todo tipo de autoridad, ya sea ideológica, gubernamental, burocrática, académica o incluso familiar, fue reprimido por la policía.

El movimiento Zendakuren en Japón, que se comenzó a gestar desde los años cincuenta, incentivado por la derrota en la II Guerra Mundial, cuando el Emperador Japonés sufrió la más grande humillación por parte de los Estados Unidos, el derrumbe del respeto y deificación del monarca influyeron mucho para que los jóvenes cuestionaran la autoridad de la gerontocracia.

Y no está de más decir que todos estos movimientos fueron reprimidos con toda la fuerza del Estado, no sólo con la policía, sino con el ejército y grupos especiales antimotines, pues dichas movilizaciones, que generalmente fueron violentas, eran un desafío sin precedentes al orden público, sistema político y a las leyes vigentes en ese entonces.

En México el Frente de Lucha estudiantil de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM distribuyó un volante convocando al “pueblo de México”, y entre otras cosas manifestaba “…no puedes dejar que tus hijos sean masacrados”.

Todo comenzó tres meses antes, el 23 de julio de 1968, por una riña entre estudiantes en el centro de la ciudad de México, según las gráficas, participaron decenas de jóvenes que alteraron el orden público. Ante lo cual, las autoridades del gobierno de la ciudad ordenaron que el Grupo de Granaderos, policía antimotines de la ciudad, interviniera para calmar el altercado, golpeando a decenas de estudiantes e incluso a gente que estaba mirando; y persiguió a los jóvenes, quienes trataron de resguardarse en escuelas preparatorias del  Instituto Politécnico Nacional  y de la UNAM, donde también los alumnos de ahí y profesores fueron golpeados, siendo éste un excesivo uso de la fuerza pública contra civiles.

Por ello, cuatro días después, los alumnos de la UNAM y del IPN organizaron una marcha contra la violencia policial, a la que se sumaron integrantes del Partido Comunista Mexicano, pero esa marcha también fue reprimida por los granaderos.

El 27 de agosto hubo una marcha desde el Museo de Antropología hasta el zócalo, donde los estudiantes izaron una bandera rojinegra y tocaron las campanas de catedral.

El 13 de septiembre se hizo otra marcha, esta vez silenciosa, por la avenida  Paseo de la Reforma, en rechazo a que se les calificara de provocadores y revoltosos.

El 18 de septiembre el Ejército toma ciudad universitaria y son detenidas alrededor de 500 personas.

A raíz de ahí surgió el movimiento estudiantil, al que se sumaron otras universidades, creciendo la magnitud de la protesta.

Por ello el Ejército ocupó las instalaciones de la UNAM y el IPN, aunque no lograron contener el movimiento, integrado ya como Consejo Nacional de Huelga (CNH)

En protesta por la invasión, el rector de la universidad, Javier Barros Sierra renunció a su cargo, apoyando a los alumnos.

Cabe mencionar que estaba por definirse la sucesión presidencial, que tenía como aspirantes al general Alfonso Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal, y a Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación. Coyuntura que tuvo mucho que ver en la toma de decisiones, porque además en diez días serían inaugurados los XIX Juegos Olímpicos y México sería el centro de atención del mundo.

El gobierno contaba con el Batallón Olimpia, un grupo especial contrainsurgencia de entre 1,500 y 2,000 elementos, integrado por personal de la Dirección Federal de Seguridad (dependiente de la Secretaría de Gobernación), el Estado Mayor Presidencial, la Policía Judicial Federal y las Policía Judicial del Distrito Federal. Muchos de sus integrantes fueron entrenados en Israel e Inglaterra no sólo sobre acciones antiterroristas, sino de inteligencia e intervención, así como francotiradores, etc.

A la convocatoria para el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas de la Unidad Nonoalco de Tlatelolco, asistieron no sólo estudiantes, sino muchos capitalinos simpatizantes con el movimiento. En el edificio Chihuahua se improvisó una tribuna, donde Myrthokleia González Gallardo, delegada de la Escuela Técnica Industrial Wilfrido Massieu, del IPN fungiría como maestra de ceremonias. A las 18:10 sobrevoló un helicóptero, que al arrojar unas luces de  bengala, un grupo de policías o paramilitares vestidos de civil  (seguramente del Batallón Olimpia), detuvieron a los líderes  en el edificio Chihuahua, en tanto que del departamento de la cuñada de Luis Echeverría, señora Rebeca Zuno de Lima, ubicado en el edificio Molino del Rey, piso 13, salieron disparos contra los militares que tenían sitiado el lugar, quienes respondieron a la agresión, comenzando así el fuego cruzado entre ambos, dando como resultado decenas de muertos y heridos.

El ejército toma el control y curiosamente las pintas y acusaciones van contra el presidente, el jefe de gobierno del D.F.  y el jefe de la policía de la ciudad.

El 12 de octubre se inaugurarían los Juegos de la XIX Olimpiada Olímpica, que sería la primera vez que se transmitiría el evento vía satélite a todo el mundo, por lo que la prensa internacional estaría presente.

El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz se vio precisado a tomar medidas drásticas para acabar de tajo el conflicto, por la presión política e internacional.

Y si bien el presidente asumiría toda la responsabilidad, no cabe duda que quien planeó, organizó y coordinó toda la operación contra miles de inocentes, fue su sucesor, quien luego de encabezar esa crisis, ganó la candidatura presidencial.

En tanto, Ejército Mexicano por décadas ha cargado con el desprestigio y estigma de represor, cuando en realidad sólo fue una pieza en el ajedrez no sólo de la política mexicana, sino internacional. En contraste, otras instituciones armadas nunca fueron cuestionadas. ¿Acaso sería porque no conviene que México cuente con suficiente poderío defensivo en el prevalente orden internacional?

¿Y también por qué para los políticos mexicanos resulta muy conveniente endosar sus culpas a las fuerzas armadas?