Por: Redacción

La cultura de México ha corrido a la par de sus publicaciones, y la memoria de estas ha sido resguardada por numerosas personas, entre ellas los libreros de viejo, quienes se han sumado a la tradición popular de los barrios como estoicos defensores de la letra impresa en papel.

Definiciones como ésta y muchas otras fueron escuchadas durante la velada en la que se presentó el volumen Libreros. Crónica de la compraventa de libros en la Ciudad de México, que contó con la participación del escritor Bernardo Esquinca, el coleccionista Mercurio López, el fotógrafo Illán Rabchinskey y el editor Luigi Amara.

Con la moderación de Selva Hernández, directora de Ediciones Acapulco, quien compartió que en este libro se reúnen los textos de otros colaboradores como Cristina Pacheco, Javier Garciadiego y Vicente Quirarte, la mesa comenzó con el comentario de Bernardo Esquinca, quien dijo que este volumen es notable porque rescata historias de una tradición que corre el peligro de caer en el olvido.

“Se narra la historia de las librerías de forma íntima y personal y se convierte en una ventana que ilustra a las nuevas generaciones sobre como son esos otros espacios que heredaron la tradición del siglo XIX, aquella de las famosas Alacenas de Libros que se extendían por sitios como el portal de Mercaderes del Zócalo de la ciudad de México”.

Recordó que en estas Alacenas que se encontraban también en el Mercado del Parián se vendían junto con los libros otros objetos como zapatos o incluso muebles, una mescolanza que las hacía muy pintorescas y que para muchos jóvenes de hoy en día es difícil de imaginar.

Por su parte Illán Rabchinskey definió al libro como una ventana ilustradora de esa génesis de libreros que afortunadamente siguen presentes en nuestra vida diaria y mencionó que su participación fue la de agregar imagen a esas crónicas de especialistas.

“Quería que hubiera un diálogo con el texto y que la experiencia sensorial de entrar a una librería pudiera ser entendida y vivida a través de las imágenes. La primera vez que fui a las librerías de viejo a la calle de Donceles fue cuando era niño con mi madre. Me inquietaban esos espacios repletos de volúmenes y en cierta medida me decía que nunca iba a poder leer todas esas joyas escondidas.”.

Agregó que su experiencia al fotografiar cada librería que se menciona en el volumen, fue el descubrir la magia que existía en sus espacios y en su manera de mostrar los libros. “Son espacios oscuros, a veces ásperos, por eso el reto fue mostrarlos visualmente sin maquillarlos, sin meter iluminación que no existiera, fue una gran experiencia”.

Mercurio López, librero y coleccionista, recordó que su amor por reunir libros comenzó en la niñez con las historietas y esos tesoros que encontraba en el Mercado de la Lagunilla donde su padre tenía un puesto de libros del que estaba encargado de acomodar las portadas.

“Para mi era toda una experiencia acompañarlo todos los domingos. Mi padre me enseñaba el amor por los libros y su valor estético y las imágenes. Para mi era mágico acomodar las portadas de los libros más bonitos y de pastas más lujosas para que atrajeran las miradas de los clientes”.

Con los años, recordó Mercurio López, se dio cuenta de que era un mal librero y un buen coleccionista, pues le gustaba resguardar esas joyas que a menudo llegaban a sus manos.

“Recuerdo sobre todo cuando iba a visitarme Guillermo Tovar y de Teresa, para quien nunca eran suficientes los volúmenes que encontraba en mi local, entonces lo llevaba con mi hermano Juan para que encontrara más libros de su gusto. A menudo me decía: Mercurio tu eres en realidad un bibliófilo y tu hermano es el librero”.

Añadió que este volumen representa una oportunidad para que el público conozca más de la realidad de quienes han mantenido este oficio, esta pasión y trinchera a lo largo de las décadas.

Finalmente Luigi Amara comentó que en el libro se incluyen reportajes de antaño, uno de ellos de 1985 donde se afirma que las librerías de viejo son un negocio en peligro de extinción.

“Siempre ha habido esa amenaza sobre la desaparición del libro en papel, pero en realidad esto ha revalorizado a los libros y los ha hecho más valioso. Para mi las librerías de viejo son un poco como las iglesias, un lugar de visita obligada en cada lugar, sitios imantados con una fuerza extraña, son museos de sus propias ciudades”.

Afirmó que al entrar a una librería de viejo uno tiene la imagen de la cultura del país en donde se encuentra, y a menudo son los referentes más claros de lo que ahí ha acontecido.

“Son lugares de remanso y encuentro donde uno se cita con los amigos, donde se hacen rituales al recorrer los anaqueles y ver los volúmenes, por ello la función del librero de viejo es situar a los libros en una constelación de otros libros y otras relaciones. Cuando un librero cumple su papel te guía por todos esos planetas que conforman el universo al que pertenece aquel texto que estabas buscando”.