Por: César Dorado/ 

Escuchar el bandoneón de Astor Piazzolla puede llevarnos desde una melancolía insuperable hasta la alegría infinita, pues sus composiciones lograron atrapar muy bien la atmósfera argentina bohemia, recuperar y lanzar la cultura del tango por todo el mundo y colocarse a sí mismo como uno de los grandes músicos de un género que no veía más allá de los arrabales de Buenos Aires.

Entre los pioneros del tango y sus ideales de hacer que el género se rodeara sólo de esa atmósfera ortodoxa en donde las letras imperaban los temas del desamor, se daban golpes incesantes al piano y todo se acompañaba con la voz aguardentosa de un hombre, Aztor Piazzolla llegó para romper los dogmas con su manera vanguardista de crear tango fresco, mejor armonizado y en ocasiones, hasta acompañado de una orquesta.

Nacido en Mar del Plata, Astor tuvo un padre encariñado del tango y más aún de Carlos Gardel, quien en algún momento pudo convivir a fondo con la familia Piazzolla e incluso, invitar al pequeño Astor a ser parte del elenco de la película “El día que me quieras” (1935) y decirle, de acuerdo a al propio músico “Vas a ser grande, pibe, te lo digo yo. El fuelle lo tocas bárbaro, pero al tango lo tocas como un gallego”.

Desde pequeño, el músico fue guiado por su padre a inmiscuirse en el tango y es así como le regalara su primer bandoneón a los ocho años para comenzar a estudiar música bajo las exigencias de Bela Wilda, quien se había forjado con la tutela del compositor ruso Rachmaninov, de ahí que Astor Piazzolla se envolviera de música clásica y aprendiera a transcribir y ejecutar a Bach y Schmann en su bandoneón, siempre bajo los edificios altos de New York.

En sus primeros años como músico, regresó a Argentina y colaboro en las orquestas de Aníbal Troilo y Miguel Caló. Después de también ser arreglista, tomó otro rumbo para participar con Francisco Fiorentino, donde también destacó como arreglista. En ese lapso logró crear obras como “Rapsodia porteña” (1952) y “Sinfonía de Buenos Aires” (1953), obras que destacan por la utilización de bandoneones en una orquesta. Tras ese episodio, decidió continuar con sus estudios y al conocer a una de las compositoras y maestras más importantes del siglo pasado, Nadia Boulanger, Piazzolla se convenció de no separarse del tango y fortalecerlo para que trascendiera como un género evolucionado y mejor estructurado.

Tras otro regreso a Buenos Aires, el compositor convocó a los mejores músicos para crear el Octeto Buenos Aires, una agrupación clave para la composición rítmica del tango y sus figuras musicales. Con esa evolución y madurez, más la tristeza que trajo consigo la muerte de su padre, Piazzolla compone el “Adiós Nonino”, un tango lento en donde el bandoneón conversa con un piano bajo una atmósfera triste pero que se despide y consagra el recuerdo de su padre.

Los siguientes años consagraron la genialidad del autor como el artífice de la renovación del tango, pues sus más de 500 composiciones dieron de qué hablar en Argentina, misma tierra que lo quería y lo odiaba, pues se debatía entre si lo que él hacía era o no un buen tango. Aunque el debate persiste, a 28 años de la muerte del compositor argentino, su música trasciende y su nombre continúa siendo el símbolo de uno de los hombres más importantes para la música en todo el mundo.