Autor Arnulfo Roque Huerta

Durante mi estancia en el internado para niñas pude darme cuenta que aunque el aislamiento resultaba ser un obstáculo para su crecimiento personal y académico también les permitía mantenerse alejadas de antivalores, los cuales inundan actualmente los salones de clases. Uno de los valores que mejor manejan las niñas de aquel colegio es la empatía, pues todas se sienten en una misma situación que las solidariza y sensibiliza.

Cuando comencé a dar clases en un colegio particular mixto creí que podía encontrarme con características similares a las de mi primera experiencia en la docencia, más no fue así; pues al entrar al aula aquel primer día pude identificar que existían un sinfín de carencias académicas y de aprendizaje, además de una gran ausencia de reconocimiento de autoridad. Sin embargo esto no es lo más preocupante, pues los chicos se muestran poco tolerantes e insensibles a cualquier otra situación en la que ellos no salgan beneficiados.

La palabra empatía no existía para ellos y por más que me esforzaba por hacérselos entender no lo lograba y llegué a creer que aquella generación no entendería nunca el concepto de esta palabra, pero el tiempo se encargó de enseñarles de una manera no muy grata. Esto se originó cuando en un trabajo de equipos todos se organizaron escogiendo a sus amigos, lo cual dejó sin equipo a Felipe un muchachito que aunque era muy alto no podía esconder su infantil rostro; era un chico tímido, retraído y con un gran atraso en conocimientos, entonces me acerqué a cada equipo para que lo integraran pero en todos la respuesta fue negativa.

Cuando después tuve la oportunidad de preguntar a cada alumno el porqué de su rechazo las respuestas fueron similares: el chico nunca habla, no trabaja, se ausenta, es como si no estuviese, no realiza las tareas que se le asignan y muchas otras respuestas negativas. Enseguida me acerque a él y noté que era un chico como cualquier otro pero con cierta preocupación en su rostro y mucha tristeza en sus ojos, le dolía mucho sentir el rechazo de sus compañeros aunque no le importaba obtener su aceptación.

La preocupación me llevó a platicar con los padres del chico quienes se limitaron a escucharme sin dar ningún tipo de opinión o mostrar desacuerdo, también eran personas muy tristes, pero no conseguí nada al hablar con ellos. Entonces traté con los chicos pidiéndoles que mostraran un poco más de empatía con Felipe, que lo ayudaran a sentirse más cómodo y lo integraran al grupo pero ni siquiera se comprometieron a intentarlo, simplemente no se interesaban por él.

Un 14 de febrero se llevó a cabo un intercambio de regalos, a Felipe le tocó obsequiarle a Camila una niña muy consentida y superficial, claro que ella no lo supo hasta ese día. Felipe no llegó a clases al realizarse el intercambio Camila hizo un gran berrinche y maldijo al ausente chico, los demás se unieron al descontento y los insultos no se detuvieron aunque amenacé con sanciones fuertes.

Al siguiente día Camila llegó muy temprano con su indignada mamá para esperar a Felipe con la intención de exigirle el regalo y disculpas por la “vergüenza” que había pasado la chica; como tenía que ser yo me responsabilice por la situación y ofrecí un presente que había comprado previendo esta situación, pero no lo aceptaron, estaban con la convicción de hacer pagar a Felipe su falta de compromiso. Él tampoco llegó aquel día.

El día siguiente era viernes, tampoco vimos a Felipe pero el tiempo solo servía para enfurecer más a sus compañeros, entonces les dije algo que no voy a olvidar: “Cómo pueden tener tanto coraje contra un chico que no les causa ningún mal, están pensando en decirle tantas cosas y no se ponen a pensar que pudo haberle pasado algo malo”, esto logró calmarlos y así despedimos la semana sin saber nada de Felipe.

El lunes durante las clases el director convocó a los profesores en su oficina para darnos la noticia de que Felipe perdió la vida el miércoles pasado; sus padres conocían el padecimiento cardíaco que tenía sentenciado al chico, nunca trataron de ocultárselo al muchacho quien teniendo noción de su endeble salud no le veía caso a esforzarse en el colegio pues nunca culminaría una carrera, no se ocupaba por tener amigos pues no quería que nadie sufriera por él, no hablaba con otros de su padecimiento pues no quería que sintieran lastima, sí deseaba ser aceptado y querido pero la insensibilidad de sus compañeros fueron una barrera enorme.

Cuando el grupo recibió la noticia les cayó como balde de agua fría, hubo un silencio impresionante y una culpa que seguramente a la fecha sienten; desde entonces tratan de actuar diferente e intentan comprender las actitudes y el silencio de sus compañeros. Los chicos no son malos, la sociedad actual y la falta de compromiso los ha vuelto indiferentes e insensibles. La educación comienza cuando se logra interesar del alumno, pero el interés es por aquel que está sentado a su lado.

Martin Luther King dijo: No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena.