Por: Mugs Redacción

La autorización del consumo personal de la marihuana no debiera apresurarse ya que todavía no se sabe con certeza cuáles son los efectos que causa a nivel del sistema nervioso, argumentó el doctor Enrique Canchola Martínez, profesor-investigador de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

En el Coloquio estudiantil de historia de Mesoamérica y coyuntura colonial, el académico del Departamento de Biología de la Reproducción recomendó cautela en torno a la legalización de la marihuana y conducir la discusión, de los ámbitos político y social, al científico.

En relación con el debate nacional sobre el uso de la marihuana y los beneficios terapéuticos del mismo, el doctor Canchola Martínez afirmó que “es preciso realizar investigaciones más estrictas, en particular en torno a los efectos no deseados en el sistema nervioso”.

El consumo de plantas alucinógenas en los pueblos mesoamericanos ha prevalecido desde tiempos remotos; sin esas sustancias no se podría entender el esplendor de aquellas culturas, pues los estados especiales de conciencia inducida por esa vía fue parte importante de la convivencia, la paz, la religión y el aspecto político-social y sincrético que ayudó a la evolución de las mismas, refirió.

Doctor Enrique Canchola Martínez, profesor-investigador de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

Respecto del uso de cannabis, el investigador refirió que en aquella época el consumo era poco, pues las secuelas alucinógenas no se comparaban con los de otras plantas.

Desde el punto de vista molecular, los alcaloides extraídos de plantas contienen principios activos similares a diferentes neurotransmisores –serotonina, dopamina, acetilcolina y noradrenalina– por lo que las sustancias naturales ocupan receptores específicos en el cerebro, mimetizando las funciones fisiológicas de los neurotransmisores.

Debido a esto modifican las funciones cerebrales y los estados de conciencia, causando alteraciones profundas en la percepción, tanto de la realidad como del espacio-tiempo, así como oscilaciones emocionales y cambio de identidad.

Las plantas alucinógenas son capaces de crear un súper yo conectado con el universo y establecer a éste como la instancia del aparato psíquico y la entidad responsable de la interface mundo externo-mundo interno, induciendo con ello un estado alterado de conciencia mediante la interrupción de circuitos cerebrales de comunicación normal y conexiones entre regiones cerebrales que normalmente no interactúan.

Las facultades que poseen de alterar la conciencia, inducir un estado de transición mental y aumentar la iluminación y apertura de la mente provocan modificaciones importantes en los neurotransmisores que traducen los estímulos medio ambientales o del propio cuerpo recibido por los órganos de los sentidos.

Algunos de los alucinógenos más utilizados en las culturas mesoamericanas fueron el balché, bebida embriagante obtenida de la infusión de la corteza de Lonchocarpus longistylus; el tabaco fumado, masticado o en infusiones para aplicaciones rectales; el toloache –conocido también en Mesoamérica como hierba del diablo– y el peyote.

La psilocibina contenida en más de 200 especies de hongos cuyos efectos principales son las experiencias místicas religiosas y alteraciones de la personalidad; otros alucinógenos son la escopolamina y la atropina, derivados de las plantas burladora y belladona, que ocasionan alteraciones visuales y rescate de memorias muy remotas o fetales.

Los alucinógenos producen también reacciones fisiológicas tales como midriasis –dilatación anormal de la pupila con inmovilidad del iris– acidosis respiratoria –disminución de la frecuencia respiratoria o hipoventilación– y consecuentemente la alteración de la conciencia; otros disminuyen la presión arterial y cefalea, y afectan la frecuencia cardiaca y respiratoria.