Por Luis Alberto Rivas

Sus manos tienen callos y están maltratadas, desgastadas por recoger basura y no por escribir dos o más cuartillas de alguna tarea. Si has ido a comprar un disco al Mixup de la calle Madero o visitado algún museo de la zona centro, seguro lo has visto o pasado a su lado, es un trabajador sin rostro, de tez morena y complexión delgada, barre las calles, pero seguramente no lo conoces, él recoge la basura que inconsciente o conscientemente tiras por ahí, la botella de agua o la colilla de cigarro.

A él no le importa quién eres ni de dónde vienes, de cualquier forma va a limpiar los lugares donde pisas. Él sabe que tampoco te importa, sabe que nunca has prestado atención a quien mantiene limpias las calles, todos parecen iguales después de todo.

Él no quiere hablar del esguince que se hizo hace una semana en el tobillo al caer de una camioneta del servicio de limpia en movimiento ni que sepas que esos hombres y mujeres, pese a tener un uniforme con colores amarillo y naranja fosforescente, son más de 20 mil trabajadores en toda la ciudad y pasan desapercibidos por la mayoría de las personas a tal grado que ha sido testigo de cómo han arrollado a sus compañeros y compañeras de trabajo, arrebatándoles la vida y que las autoridades no hacen nada al respecto.

¿A quién le importa un trabajador del servicio de limpia?

Su nombre es Erick, pero él no quiere que sepas que hace medio año por error aventaron una mochila suya al compactador de basura y que con las toneladas de desperdicio se prensaron sus cosas, entre ellas un libro de John Katzenbach que no ha podido terminar de leer porque no le alcanza para comprarlo.

Él prefiere que sepas que si vas por la calle de Correo Mayor tengas cuidado porque bandas de delincuentes se organizan para robar a las personas, un centinela que vigila a quien vale la pena robar, mientras otros dos o tres se le enciman fingiendo ser también compradores, pero que discretamente extraen celulares y carteras, que le son entregadas a quién vigila para que se vaya lejos lo mas rápido posible.

Lo sabes porque Erick lo sabe, es él quien ha recogido varias carteras que solo contienen identificaciones que son muy bien pagadas por los falsificadores de Santo Domingo, quienes las usan para extraerles los sellos y firmas oficiales.
Es joven, tiene 21 años, y hace dos que dejó la preparatoria y comenzó a trabajar en el servicio de limpia para no ser una carga en su hogar.

Él es las decenas de trabajadores que despiertan a las cuatro de la mañana para llegar a recoger un bote de basura amarillo, un recogedor y una escoba, que servirán para barrer las calles del Centro de la ciudad y que diariamente recolectan más de 12 mil toneladas de desechos.

Erick, no es de los que por las noches busca transporte para volver a casa, con miedo de ser asaltado o de que le pase algo durante su regreso en la noche.
Es del montón de trabajadores que duermen detrás de Palacio Nacional para no gastar en pasajes y no tener que lidiar con el transporte público que con una mala jugada los puede hacer llegar tarde y dejarlos sin comer un día.

Su nombre es Erick pero él no quiere contarte que come en una fonda de comida corrida en la que a veces ni siquiera se lavan las cucharas, donde bien puede compartir mesa con un indigente, una prostituta o cualquier limosnero que llegue ahí por la misma razón que él, porque no alcanza para nada más, porque lo barato es suficiente, porque la vida no está para lujos como una comida de más de 30 pesos.

Si le preguntas no está a favor de ningún partido político ni de ninguna protesta. Él tiene aberración de cualquier motivo de marcha, porque tras de los gritos de apoyo a los normalistas de Ayotzinapa que son vociferados por personas que según él, no saben ni siquiera señalar a Guerrero en un mapa, tras todos esos “luchadores sociales” que buscan cambiar al país, hay mujeres y hombres que son presionados para borrar cada mancha, basura, cartel destruido, lona desechada, pinta o cristal roto que dejan a su paso los “defensores del proletariado”, que tan desesperados están de transformar al país que se abalanzan sobre él y sus compañeros quitándoles su material de trabajo, para lanzarlo, incendiarlo o destruirlo.

Él es sus compañeras de trabajo que asustadas corren de la multitud cuando quieren arrebatarles sus botes de basura para lanzarlos contra Palacio Nacional, él pudo ser esa mujer que despidieron por perder el bote de la basura que le tocaba cuidar.

Representa a todos los hombres que deben limpiar las paredes con thinner haciendo arder en rojo vivo las cortadas y heridas que tienen en las manos, producto de cristales u objetos metálicos que se esconden entre el resto de la basura, por cierto, no hay pago extra, y que sufre con las unidades chatarra en las que se debe echar el contenido de sus botes, cuyos escapes te llenan la garganta de hollín sin emitir queja. Vehículos deficientes, con más de 25 años de vida.

Su nombre es Erick y nunca se quejará ante ti por el “sueldo” de 140 pesos que recibe por turno, un turno de ocho horas con pocos descansos que le deja los pies. espalda y brazos doloridos, un turno de ocho horas que comienza en el frío de las mañanas y termina bajo el sol ardiente de la tarde.

A él le urge más que sepas que en la calle de Motolinia hay un señor de más de 70 años, que trabaja a diario 16 horas al día, sin descanso, teniendo que cargar un contenedor que fácilmente puede pesar más que él.

Su nombre es Erick, pero él no habla con su voz, habla con la voz de una mujer que fue víctima de una injusticia, cuando policías correteaban a vendedores ambulantes en la calle de Correo Mayor, quienes guardaron mercancía en su bote de basura, los comerciantes después la acusaron de ladrona, la desnudaron, la golpearon y después la entregaron a la policía, quienes repitieron el proceso, ella ni siquiera sabía que en su bote se encontraba esa bolsa. La despidieron por no llegar a firmar su salida.

Su nombre es Erick, pero Erick también puede representar a la madre soltera que trabaja para llevar algo de comida a sus hijos, ya que hay parejas que trabajan juntos para que las jornadas extenuantes no los separen, es el presidiario que encontró en la basura su segunda oportunidad, es el extranjero que está varado en el país y no encuentra otro modo de ganarse la vida, es la persona con la pierna herida, con la enfermedad cuyo tratamiento no puede pagar.

Su nombre es Erick, su cabeza es un mapa completo del Centro Histórico, es él quien ha llegado a pagar hasta 100 pesos para que le den el derecho de barrer una calle porque, según sus supervisores, “es una calle buena”. Forma parte de los llamados “voluntarios” porque jamás tendrá una plaza y cada día debe ganarse su lugar.

Es además quien soporta los insultos de la policía, las amenazas con arma en mano de comerciantes ambulantes que víctimas de la paranoia corren a todo el que se acerque a su territorio, él sigue aquí porque se gana mejor que en otros lados.

Su nombre es Erick, pero se han referido a él como gato, criado, mugroso, pendejo o peores. Lo han humillado, menospreciado, insultado y escupido. Pero su escoba no se detiene porque él tiene que hacer bien su trabajo. Si hoy por la tarde ves a alguien que está levantando basura o barriendo una calle, pon atención, quizá su nombre sea Erick.