Por: Redacción/

El poeta es el antípoda del hombre de bien, el enemigo de la cordura, el perverso que todo lo desvirtúa y tal parece que de su cofradía formaran parte el neurótico, el bravucón, el necio, el criminal y el transgresor de cualquier mandamiento de la Ley de Dios, con estas palabras fue recordado Alí Chumacero en el centenario de su nacimiento.

Durante la mesa realizada en la Unidad Cuajimalpa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el licenciado Jesús Quintero González compartió algunos aspectos de la vida y obra del escritor nayarita, considerado uno de los más notables autores mexicanos del siglo XX.

El especialista indicó que dentro de la tradición literaria existen luminarias inmensas, una de ellas es el poeta, escritor y editor nacido en Acaponeta, Nayarit, el 9 de julio de 1918, quien murió el 22 de octubre de 2010 en la Ciudad de México.

En 1929 Chumacero fue enviado por su padre a Guadalajara con el propósito de concluir su educación primaria y secundaria; a los 19 años, en junio de 1937, se trasladó a la Ciudad de México para abrirse camino entre una nueva generación de escritores.

Una revista fundamental para su quehacer literario fue Tierra Nueva, publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México y en la que aparecieron sus primeras colaboraciones al lado de José Luis Martínez, Jorge González Durán, Leopoldo Zea, Manuel Calvillo y Francisco Giner de los Ríos, entre otros.

El especialista en temas literarios de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) explicó que esta publicación fue un espacio de difusión para la lírica y el ensayo filosófico, y un lugar fundamental para la formación del escritor, quien además aprendió ahí el oficio de tipógrafo y se forjó como crítico literario.

Otra de las grandes empresas literarias la asumió en el Fondo de Cultura Económica (FCE), institución a la que ingresó en 1950 y donde se desempeñó como editor, subgerente del departamento técnico, gerente de producción y miembro del consejo editorial.

Lo anterior lo llevó a tener un contacto directo con la literatura y autores importantes como Alfonso Reyes, Mariano Azuela, Juan Rulfo, Gilberto Owen, Efrén Hernández, Julio Torri, José Gorostiza y Xavier Villaurrutia.

Su participación en esta empresa fue toral para las letras mexicanas, ya que fue él quien escribió las solapas y algunos títulos de la colección de Letras Mexicanas, en la que se publicaron por primera vez diversas obras, hoy consideradas como clásicos de la literatura nacional.

“Fue quien escribió y editó los libros de la colección Lengua y estudios literarios, muchos de los cuales todavía se conservan; fue el primero que leyó formalmente el Llano en llamas tal como hoy lo conocemos, lo corrigió y dio sugerencias a Juan Rulfo para hacer más legible sus obras”.

Quintero González explicó que como escritor y poeta sobresale por su estilo, sonoridad e inteligencia y por una vena existencialista influida por autores como Albert Camus y Jean-Paul Sartre, entre muchos otros.

“Él sabía muy bien de lo que hablaba en cuanto a la versificación, la métrica, la situación, el ritmo y desde luego la semántica y la significación de las palabras y los poemas en sí mismos”.

El especialista señaló que aunque su producción fue escasa, tres libros lo llevaron a la cumbre de la poesía: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1948) y Palabras en reposo (1966), que destacan por su trabajo riguroso sobre la forma y una profunda conciencia de las posibilidades expresivas del lenguaje.

Luego de la charla, estudiantes leyeron fragmentos de algunas de sus obras como Poema de amorosa raíz, La noche del suicida y Realidad y sueño para recordar a uno de los grandes de las letras mexicanas.