• El autor no se molesta en querer elevar a lo poético ni lo bohemio la tragedia que representa la vida de Foster, sino que simplemente se deja llevar y desnuda de manera cruel, perversa y rabiosa al hombre que parece estar carente de personalidad

Por: César Dorado/

Algunas ocasiones, la literatura nos acerca más a otras personas de lo que pensamos. Las circunstancias que crean los que narran las historias, las atmósferas en las que los personajes se desenvuelven y con los que nos identificamos por alguna razón, por mínima que esta sea, hacen que una obra literaria transforme nuestra visión de las cosas.

Cuando nos mimetizamos con los personajes y vemos que sus vidas no están tan alejadas de las nuestras, aunque sean una ficción bien narrada, nos sentimos especiales, pues la metáfora y el encanto nos hacen creer que todo lo que nos rodea puede percibirse de mejor manera. Pero después, también te encuentras con literatura que te incomoda porque apunta a esas partes que no queremos que conozcan de nosotros; las atrocidades, las mentiras, el desconsuelo, la inestabilidad, temas que reflejan más de nosotros, pues están escritos con rabia.

Uno de esos escritores rabiosos es Jaime Mesa, quien a través de la obra “Un hijo virtuoso” (Dharma Books, 2019) retrata la vida de un hombre acomplejado y perseguido por sus propios traumas de infancia, siendo un desinteresado sin emociones, llegando al grado de lo cruel, hasta el hombre más racional y necesitado de un amor maternal que obtuvo, pero con el paso de sus propias reflexiones de adulto, sigue negando haciéndolo vivir “en un estado de resignación perpetuo”.

En una trama en la que se van combinando las narraciones de un partido de Beisbol, el protagonista “Foster” intercala una charla consigo mismo en donde, a partir de mantener relaciones amorosas inestables con diversas mujeres, va descubriéndose y entregándole al lector señales de su propia personalidad, la cual está construida a través de un pasado pervertido y hecho con las decisiones de su madre, más las características emocionales de cada una de las mujeres con las que se encuentra, siempre, inmerso en una “consciencia de rechazo” que se llena con relaciones sexuales.

El autor no se molesta en querer elevar a lo poético ni lo bohemio la tragedia que representa la vida de Foster, sino que simplemente se deja llevar y desnuda de manera cruel, perversa y rabiosa al hombre que parece estar carente de personalidad y necesita llevar al extremo sus emociones para poner a prueba a todo lo que lo rodea y no sentirse miserable, aunque el hartazgo y el asco también lo persigan.

Sin embargo, aunque Foster se muestre desubicado del mundo y lleno de contradicciones, sus reflexiones sobre sí mismo y sobre su entorno también lo convierten en un personaje que se abre sin prejuicios para retar a la moral y las normas preestablecidas por la educación maternal que piensa que “el pasado había sido un mal sueño que comenzaba a olvidarse”.

Esa educación penetra tanto en la memoria, que hasta la sexualidad de su hijo perturba cuando este es un adulto y le pide a una de sus amantes que se vista como su madre, mientras están en la cama teniendo relaciones, a la par de que utiliza ese dildo que descubrió cuando era apenas alguien consciente.

Mesa no se detiene en romantizar y hacer tabú los temas de la infidelidad y las perversiones de un hombre, las describe con detenimiento, se desnuda como Foster quien, en un intento de regresar al pasado para encontrarse así mismo en el presente, va a una habitación en donde “no existe el polvo, ni los recuerdos tampoco” y se resigna a que “hay cosas que no debes intentar cambiar, por malo que sean, tienes que aceptarlas, vivir con ellas”.

Historias construidas con mentiras, las paranoia de ser descubierto por alguna de sus amantes o alguna otra persona que lo vigile por internet y quiera ventilar su intimidad, hacen que el protagonista de “Un Hijo virtuoso” reflexione que así como el puede ver a todos a su alrededor, como si estuviera en los mejores asientos de un partido de Beisbol, también él puede estar siendo observado y hacerlo sentir que alguien más se está adueñando de su vida, una vida que no sabe si la está viviendo o tiene que recurrir al pasado para sentirse un poco tranquilo y “vivir decenas de vidas”.

Reflexivo, moral y hasta subversivo, Jaime Mesa crea el escenario perfecto para aquellos a los que jamás se atreverían a pensar tan profundamente sus perversidades como lo hace Foster. Otorga el espacio adecuado para que, aquellos aterrados por la moral, se sientan identificados por un personaje que no le da miedo la consciencia, pero que nunca descansa por su pasado.