Autor: Arnulfo Roque Huerta 

Aquel día preparaba a Diana para un concurso de oratoria, confiado en que el talento mostrado por la chica la llevaría a conseguir el primer lugar, pero ella me recitó una frase que seguramente le habían hecho creer que era cierta: “lo importante no es ganar sino competir”. Esto me llenó de tristeza y decepción por lo que le pedí no repitiera más esa frase pues es muestra de inseguridad y un pretexto para poder perder.

Claro que esto no es culpa de Diana, sino de una sociedad acostumbrada a la mediocridad y las derrotas; suena fuerte lo sé, pero es la realidad en la que vivimos, a lo que se le ha acostumbrado al mexicano desde muy pequeño. Ejemplos de lo que digo hay muchos pero solo tomaré algunos partiendo desde la infancia:

Cuando un niño comienza a hablar se le celebran las palabras mal dichas y los papás se empeñan en repetir mal las palabras y es así cómo aprenden a expresarse, por ello cuando llegan a secundaria y preparatoria (sin exagerar hasta universidad) tienen un lenguaje muy limitado y mal empleado.

Qué decir de los clásicos bailables en el kínder cuando los niños empiezan a desarrollar su psicomotricidad, siendo este un buen momento para que aprendan bien el arte de la danza, un momento clave para estimular los hemisferios cerebrales a través del arte y la música, pero lejos de pensar en eso se les permite que solo den saltos a diestra y siniestra, que giren para lados equivocados, que no se concentren y que lo hagan mal, recibiendo gran cantidad de aplausos el día del evento, lo que les hace creer que lo que hacen es bueno.

Claro que es tierno verlos pero no es bueno, la gente se engaña y los engaña a ellos, no hablo de ser insensible y en extremo exigente sino de entender que los chicos tienen toda la capacidad de llevar a cabo cualquier tipo de coreografía o actividad artística sin ningún problema. Es comprobado científicamente que los niños entre más pequeños tienen mejor capacidad de retención y créanme que si se les enseña a trabajar con dedicación y empeño se acostumbran a ello, pero si se les celebra lo mal logrado a eso se acostumbrarán.

De igual forma sucede si un alumno logra una buena calificación, sus padres se lo celebran como si ya estuviese recibiendo algún doctorado cuando en realidad es natural y obligatorio que un estudiante consiga buenas notas pues es a lo que se dedican; por supuesto que se le debe reconocer pero no premiar. Los niños egresan del jardín de niños y les organizan su “graduación”, les ponen toga, birrete y hasta anillo cuando apenas están comenzando su camino. Los padres ofrecen premios por concluir medianamente bien un ciclo escolar cuando deben hacerles notar que no hay nada de extraordinario en obtener los aprendizajes esperados mínimos.

Cuando los chicos quieren un juguete, un dulce, un helado… los padres inmediatamente se lo compran sin fijarse en nada más que en satisfacer los gustos de los hijos, cuando bien podrían inculcar en ellos el hábito del ahorro y del trabajo para conseguir sus metas.

Las competencias en cualquier tipo de disciplina son el mayor ejemplo de lo que les hablo. En los pasados juegos olímpicos de Río de Janeiro, México logró solo 5 medallas (ninguna de oro) y cada uno de los atletas que fracasaron volvieron con pretextos bien diseñados, con el argumento de haber ganado en experiencia y con la falsa ilusión de mejorar para la próxima.

La selección mayor de futbol (deporte más popular en nuestro país) jamás ha logrado conseguir verdaderos triunfos pues se ha conformado con organizar torneos a modo, inflar jugadores y conformarse con buscar un quinto partido en los mundiales el cual nunca llega pero siempre entregan el discurso de haber dado un gran partido, de mostrar mejoría y entrega en la cancha lo cual es mentira pues de haberlo hecho hubiesen ganado.

Al joven mexicano la sociedad lo prepara para perder pues le dicen que lo importante no es ganar sino competir pero yo difiero, pues sino juegas para ganar entonces para qué juegas. Ciertamente se busca la diversión en las competencias pero les aseguro que se divierte más el que gana. Perder es simple, te pones triste y esperas la compasión, pero ganar implica dedicación, trabajo, esfuerzo, lucha y mucha estrategia; el que pierde se conforma siempre, el que gana busca más, el que pierde se acostumbra al fracaso, el que gana se acostumbra al éxito, el que pierde deja de luchar, el que gana nunca se rinde.

Sé que no siempre se puede ganar pero siempre se debe jugar para ganar, un ganador no es el que gana todas sus competencias sino el que mantiene en su espíritu la esencia de ganador. El ganador es el que se ve ganador, el ganador no se conforma, siempre ve hacia adelante, se cae cien veces y se levanta ciento una.

Tenemos que infundir a nuestros chicos la idea de ganar siempre, debemos dejar de formar mediocres para moldear triunfadores, acabemos con la cultura del eterno perdedor y eduquemos a niños y jóvenes para que se acostumbren a un ambiente ganador.

Diana ganó el concurso de oratoria tres veces consecutivas y no ganó una cuarta pues concluyó la educación secundaria como oradora invicta, ahora cada que puede me hace llegar fotos de medallas y trofeos conseguidos en distintas disciplinas. Jamás repitió aquella frase que seguramente fue inventada por algún perdedor, la cambió por una de Vince Lombardi: “Ganar no lo es todo, pero querer ganar sí.”