Por José Sánchez López

El autor, ha sido reportero durante décadas. Laboró en áreas de Comunicación Social de la policía capitalina y del gobierno federal, muchas de las narraciones fueron de situaciones presenciadas. 

El ocaso del Servicio Secreto comenzó con la aparición de la Liga Comunista 23 de Septiembre, a principios de la década de los años setentas del Siglo XX, y junto con ello, el surgimiento  del general Daniel Gutiérrez Santos, Tobys, como titular de la entonces Dirección General de Policía y Tránsito del Distrito Federal.

La irrupción del grupo guerrillero, con secuestros y asaltos que el grupo llamaba ‘expropiaciones’, originó que fueran desplazados los  investigadores del Servicio Secreto, por agentes de la policía política de ese entonces, la Dirección Federal de Seguridad (DFS).

Gente de Javier García Paniagua y  Arturo Durazo Moreno, a la postre sucesor de Gutiérrez Santos se apoderaron de la policía y paulatinamente fueron deshaciéndose de quienes integraban el Servicio Secreto.

El plagio y muerte del empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, el 17 de septiembre de 1973 y la tentativa de secuestro de Margarita López Portillo, hermana del entonces presidente electo de México, José López Portillo, en septiembre de 1976, desencadenó una respuesta brutal y aplastante del gobierno contra los grupos guerrilleros que operaban en México.

El premio para El Negro Durazo,  amigo de la infancia de López Portillo, fue la Dirección de Policía y Tránsito.

Por disposición del presidente electo, José López Portillo, desapareció el Servicio Secreto  y en su lugar se creó  la siniestra División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD).

Así apareció  Francisco Sahagún Baca, otro temible policía.

Comenzaría entonces una era de corrupción y extorsión por parte de la policía que se prolongaría durante los seis años que López Portillo y Durazo Moreno permanecieron en el poder.

Durante esa administración,  quien sería más publicitado que el mismo presidente, sería Durazo Moreno, nacido en 1924, en Cumpas, Sonora, quien incluso se llegó a soñar presidenciable.

José González González, guardaespaldas de Durazo, calificado como traidor a su jefe, luego de la publicación del libro ‘Lo Negro del Negro Durazo’, dio a conocer pormenores de la vida delictiva de su ex patrón, de la que siempre dijo no haber participado.  

Arturo Durazo Moreno

El llamado entre, vigente en la actualidad, cobró fama entre la tropa, consistente en extorsionar a los elementos policíacos por todo y por nada, por la entrega de uniformes, armas, parque, vehículos y mantenimiento a los mismos, combustible, refacciones, conservación del empleo, evitar arrestos injustificados, acosos, malos tratos, cambio de adscripción, cruceros productivos, jefaturas, etcétera, todo tenía un precio.

El entre se volvió tan normal que los altos jefes sabían que tenían que entregarlo en centenarios a Durazo Moreno, de tal suerte que era común ver a los gama, asistentes de los jefes de área, cambiar en bancos montañas  de dinero por centenarios, “porque son los que le gustan al señor”, decían los agentes.

Ante las exigencias de sus jefes, los policías, uniformados o civiles, se veían obligados a cometer toda clase de abusos, atropellos e incluso fechorías para poder cumplir con su cuota. 

El poder de El negro Durazo llegó a tal grado, gracias a su amigo el presidente, que se autonombró general de división. El caso, llegó a tal grado que durante un acto público, el entonces secretario de la Defensa Nacional, Félix Galván López, le reclamó a Durazo Moreno que  luciera tres estrellas en su kepí, como si se tratara de un verdadero divisionario.

-Yo creo que el señor presidente se equivocó con usted, dijo el general a Durazo.

Sin esperar a que concluyera el evento, Durazo fue por la parte de atrás del presídium y le susurró algo al mandatario.

Al terminar el acto, el presidente  se despidió de manos de los asistentes, pero al llegar a Galván López lo ignoró.

A la salida lo alcanzó y le dijo al general, “con el que se equivocó fue con usted” y al siguiente día, Durazo lució de nuevo y durante su gestión  las estrellas, para dejar por sentado que era igual  a los verdaderos generales, los integrantes  de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).

Los representantes de la prensa, con sus muy pero muy raras excepciones, estaban más que comprados por el general, con el clásico “chayo”, dádiva mensual; plazas en la corporación, casas que eran para los policías, placas para taxis y toda clase de favores que pidieran los chicos de la prensa.

En cierta ocasión, luego de la presentación de una banda de asaltantes bancarios, un reportero radiofónico lo encaró y le dijo que tenía varias denuncias por la corrupción existente en la corporación.

Primero lo fulminó con la mirada y después, de manera nada amable lo jaló por el brazo y lo llevó aparte.

De voz ronca, estropajosa, le dijo:

-¡A ver, cabroncito! cuál pinche corrupción, aquí no hay ni madres de corrupción, venga p’a acá.

Lo llevó hasta un cuarto donde había varios costales grandes de plástico, de color negro, con cientos de sobres llenos de dinero, producto de botines recuperados que no eran reportados al Ministerio Público.     

¡Métale la mano, cabrón! y lo que agarre es suyo.

El reportero metió ambos brazos y cargó con docenas de sobres que guardó entre sus ropas y en el estuche de su equipo de trabajo.

¡Ya vio, mi cabrón, que aquí no hay ni madres de corrupción.

Arturo Durazo

Obnubilado por el cargo, no puso repartos a ser distinguido con el Micrófono de Oro por la Asociación Nacional de Locutores, miembro de La Legión de Honor e incluso doctor honoris causa por el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal sin tener ningún antecedente jurídico.

Después se conocería el Partenón de la bahía de Zihuatanejo, en Guerrero y sus mansiones del Ajusco, así como innumerables y suntuosas propiedades, en las que tenía como mozos, albañiles, choferes, empleados y sirvientes a cientos de policías.

Cuando comenzaron a barajarse nombres para la sucesión presidencial, Silvia Garza de Durazo pregonaba en fiestas y reuniones que su marido sería el próximo presidente.

En una de ellas le comentaron que quien podría llegar a la Presidencia sería el entonces secretario de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid Hurtado, a lo que la señora Garza respondió a gritos:

-Ese pinche chaparro no tiene tamaños para llegarle a mi marido.

Esa ofensa, lanzada sin medir las consecuencias, al tomar posesión como presidente De la Madrid Hurtado, comenzó su “renovación moral” y una enconada persecución contra Durazo Moreno.

Primero fue desaparecida la DIPD y luego serían dictadas sendas órdenes de aprehensión contra Durazo y Sahagún Baca. “El Negro” Durazo huyó a Puerto Rico, pero fue detenido en 1984, donde se había refugiado y repatriado a nuestro país.

Sus bienes le fueron confiscados, sus cuentas aseguradas, sus propiedades aseguradas y se le envió al Reclusorio Norte del Distrito Federal.

Permaneció ocho años tras las rejas y en 1992, por su precario estado de salud y por buena conducta, fue liberado y finalmente murió el 5 de agosto del 2000, en Acapulco, Guerrero.

Más de su historia y de casos de trágicos recuerdos durante su gestión serán parte de otras entregas, como la vida de Francisco Sahagún Baca y Salomón Tanús, dos de sus hombres más cercanos.