Por: Redacción

Los efectos del cambio climático provocan daños severos a la salud, sobre todo en niños, ancianos y pobres, por lo que las acciones de prevención deben ser inmediatas debido a que “el futuro está encima, no en 2030 o 2050”, sostuvo la doctora Gerry Eijkemans en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

La representante de la Organización Panamericana de la Salud (OPS)/Organización Mundial de la Salud (OMS) en México resaltó que “no es posible hablar de salud cuando se tiene una población con hambre, no frenamos el cambio climático y no tenemos paz ni justicia”.

En el Primer Foro Interdivisional e Interinstitucional Bienestar Integral. Fenómenos Naturales, Cambio Climático, Emergencias y Desastres en la Ciudad de México –realizado en la Unidad Xochimilco de la Casa abierta al tiempo– afirmó que la mayoría de los impactos potenciales en el cuidado humano serán adversos.

En general no se esperan procesos nuevos, sino más bien cambios en la frecuencia o severidad de riesgos para la salud, por ejemplo: inundaciones, tormentas e incendios; olas de calor y contaminación del aire, y condiciones meteorológicas estancadas, junto con variaciones en el rango y la estacionalidad de males infecciosos, la productividad agrícola, las consecuencias salubres de los suministros de agua dulce alterados y del desplazamiento de la población.

De acuerdo con una evaluación desarrollada por la OMS, teniendo en cuenta sólo algunas de las posibles repercusiones sanitarias, el cambio climático causará anualmente 250 mil defunciones adicionales, entre 2030 y 2050; 38 mil por exposiciones de personas ancianas al calor, 48 mil por diarrea, 60 mil por paludismo y 95 mil por desnutrición infantil.

El suministro de agua dulce podría verse afectado, disminuyendo la disponibilidad del vital líquido para beber y lavar, el saneamiento por contaminación y el tratamiento de aguas residuales, lo que incrementaría el riesgo de propagación de enfermedades infecciosas. En ese sentido las muertes anuales prevenibles relacionadas con el agua son de 1.4 millones por diarrea y de 860,000 por desnutrición.

Los cambios climáticos pueden alterar la distribución de importantes especies de vectores –los mosquitos– con el aumento en la propagación de enfermedades hacia nuevas zonas que carecen de una sólida infraestructura de salud pública.

La malaria –que depende del clima– es transmitida por mosquitos del género Anopheles causante del fallecimiento de casi un millón de personas cada año, sobre todo niños africanos menores de cinco años. Los mosquitos del género Aedes, vector del dengue, Chikungunya y Zika son también muy sensibles a las condiciones de temperatura.

A principio de 2016 casi la mitad de la población mundial estaba en riesgo de padecer paludismo, considerada una enfermedad endémica en 91 países y territorios, cuando en el año 2000 estaba presente en 108 naciones. Se estima que la mayor parte de este cambio se debió a la distribución de gran escala de intervenciones para el control del padecimiento.

La producción de alimentos puede verse afectada en las regiones vulnerables a través de plagas y padecimientos de plantas o animales. La reducción local en los alimentos podría conducir a hambre y desnutrición, afectando la salud a largo plazo, en especial con consecuencias para niños.

El cambio climático también genera estrés térmico sobre todo en las zonas urbanas. Un ejemplo del impacto de este fenómeno fueron los 40,000 decesos en 2003 registrados en Europa por ondas de calor.

Los desastres naturales entre 1900 a 2012 se han incrementado por causas climatológicas, meteorológicas, hidrológicas, geofísicas y biológicas, pero su crecimiento ha sido exponencial a partir de la década de los ochentas del siglo pasado.

Los países con más alto número de eventos adversos han sido, por orden decreciente: China, Estados Unidos, India, Filipinas, Indonesia, Pakistán, Australia, Japón, Chile y Bangladesh, siendo niños, ancianos y pobres los más vulnerables.

Los desastres naturales están clasificados en subgrupos: geofísicos –terremotos, movimientos políticos, sequías, erupciones volcánicas–; hidrológicos –inundaciones, tsunamis, derrumbes–; meteorológicos –tormentas, temperaturas extremas, incendios–; climatológicos –sequías, pérdidas de glaciares, fuego incontrolable–; biológicos –epidemias, infecciones por infectos– y extra territoriales.

Las estrategias básicas del sector sanitario contra el impacto del cambio climático deben centrarse en la gestión de riesgo en emergencias y desastres, vigilancia epidemiológica de enfermedades infecciosas; agua y saneamientos seguros; control integral de vectores; fortalecimiento de las capacidades en salud ambiental y educación para la sanidad y la promoción de hábitos sanos.

La doctora Eijkemans señaló que el rol del sector salud en la gestión de riesgo en emergencias y desastres deberá ser el de reducción del riesgo, prevención, mitigación, preparación, rehabilitación, respuesta y alerta con la participación comunitaria, información y educación y gobernanza y compromiso político.

Los desafíos serán asegurar la participación activa en todos los niveles de gobierno durante las discusiones intersectoriales sobre el manejo de los efectos del cambio climático en la salud, dentro de la implementación de los planes nacionales en la materia, además de encontrar mecanismos para aumentar la resiliencia local, tanto en infraestructura como en el desarrollo sostenible de las comunidades.

Además de promover la sensibilización sobre los riesgos sanitarios y las vulnerabilidades sociales y ambientales de las diferentes áreas y comunidades; certificar una mejor colaboración entre servicios climáticos y de salud para reforzar las acciones de manejo de riesgo e implementar las lecciones aprendidas de cada evento en planes de adaptación.