Por María Manuela de la Rosa Aguilar

No sólo los desastres naturales asolan al mundo, qué decir de la guerra que recorre al mundo, en donde la más mediática es la provocada por la invasión a Ucrania, donde se estima que han muerto alrededor de 120,000 rusos y unos 175,000 heridos y unos 70,000 muertos ucranianos y entre 100,000 y 120,000 heridos, en tanto que la ONU estima que unos 7,000 civiles han perdido la vida. Pero este conflicto armado no es el único, en el mundo actualmente se libran unas 33 guerras, de las cuales 16 se localizan en África, el continente olvidado; 9 en Asia y 5 en Medio Oriente; pero tampoco podemos decir que en América no hay conflictos. 

La guerra en Siria, que comenzó en el 2011 con el enfrentamiento de varias facciones: el régimen sirio, las fuerzas kurdas, los grupos opositores y el grupo Estado Islámico en Iraq y Siria (ISIS), guerra que ha provocado al menos 350.000 muertes, además de alrededor de 6 millones, 600 mil desplazados, la mayoría en los países cercanos, que en consecuencia han sido afectados por el conflicto, enfrentando una crisis migratoria.

En África está Yemen que lleva siete años en guerra, desde el 2015 y la situación es cada día peor, porque  la inseguridad se extiende de manera incontrolable, catalogándose como una catástrofe humanitaria. Este conflicto surgió cuando los rebeldes de Houthi, apoyados por Irán, derrocaron al gobierno legítimo del país, por lo que una coalición liderada por Arabia Saudita ha intervenido en el conflicto en apoyo del gobierno depuesto, mientras que los Estados Unidos y otros países  han proporcionado apoyo táctico y logístico a la coalición y las facciones anti-hutíes siguen luchando en los pequeños bastiones que todavía quedan repartidos por el país, como los separatistas del sur de Yemen, que cuentan con el respaldo de los Emiratos Árabes Unidos. Un conflicto que está muy lejos de resolverse.

Etiopía también está en guerra, debido a un conflicto entre el gobierno federal y el gobierno regional del Tigray, problema que tiene sus raíces en tensiones que datan de varias generaciones pasadas entre etnias, que han gozado históricamente de autonomía, por lo que la federalización había sido un sistema funcional; pero al llegar al poder Abiy Ahmed intentó la unificación en aras de pacificar al país y terminar con las disputas tribales, por lo que en el 2019 este primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, recibió el Premio Nobel de la Paz, siendo reconocido  mundialmente como un pacificador regional; pero poco después sobrevendría la guerra, ante el temor  de que el sistema federal se viera amenazado. Abiy recurrió a la represión y ambos bandos se acusaron mutuamente de violaciones a los derechos humanos y de ataques militares. Ahora, Abiy sigue en el poder con una prolongada guerra civil que, según muchos testimonios, lleva el sello del genocidio y tiene el potencial de desestabilizar la región más amplia del Cuerno de África. En noviembre del 2020, Abiy ordenó una ofensiva militar en la región norteña de Tigray y prometió que el conflicto se resolvería rápidamente, pero los combates han dejado miles de muertos, desplazando a más de dos millones de personas de sus hogares, alimentado la hambruna y dando lugar a una ola de atrocidades. El premio nobel ahora es señalado como genocida. 

La guerra en la región de Tigray ha costado alrededor de 600,000 vidas humanas, la población ha sido objeto de espantosas violaciones a los derechos humanos y ha sido blanco de ataques deliberados, aunque parezca increíble; decenas de miles de mujeres han sido violadas y la tragedia continúa, sin que los medios internacionales se hayan ocupado de ello, más que en leves referencias. Antes de la guerra, Tigray contaba con 47 hospitales, 224 centros de salud y 269 ambulancias en funcionamiento, pero hoy, más del 80% de los hospitales han sido dañados o destruidos a manos de los soldados etíopes y eritreos, y los servicios de ambulancias han desaparecido. Así de grande es la tragedia.

Y qué decir de las regiones anglófonas de Camerún; las insurgencias de corte yihadista en Malí, en el norte de Mozambique, en las regiones de Lago Chad (por la acción de Boko Haram y sus escisiones) y de Sahel Occidental; los conflictos armados que padece el este de la República Democrática del Congo, acentuados por la tensión con Ruanda; al-Shabaab en Somalia; la guerra que afecta a la región sudanesa de Darfur y la guerra en Sudán del Sur.

En Myanmar, en el Sudeste Asiático, la guerra se debe a un conflicto entre el gobierno y varios grupos étnicos minoritarios como los los Rohingya, los Karen y los Shan, que luchan por la autonomía y sus derechos, ya que por décadas han sufrido de discriminación y de ser objeto de una limpieza étnica, por lo que muchos han huido para buscar refugio en Bangladesh y otros países cercanos.

En el Medio Oriente es de sobra conocido el conflicto eterno entre Israel y Palestina, que no parece tener fin, intensificándose en determinados momentos, sin que hasta la fecha se haya podido lograr un acuerdo, pese a la mediación de varios países occidentales.

Y qué decir de Irak, desde 1958 en que fue derrocada la monarquía hachemita por un golpe militar para imponer un sistema dictatorial socialista, el país no ha dejado de estar en guerra. Con la llegada al poder de Sadam Husein en 1979, que asumió el poder absoluto y emprendió una ofensiva militar contra Irán condenó a su país a 8 años de guerra; pero además cometió genocidio en la región Kurda por motivos raciales, destruyendo 4,500 poblaciones en donde mandó asesinar a unos 180,000 civiles, un exterminio que llamó la atención de Occidente; sin embargo poco o nada sucedió, además de las condenas diplomáticas, lo que impulsó a Husein a invadir Kuwait para apoderarse de sus inmensas riquezas petroleras, pero como los intereses económicos mueven más al mundo que las razones humanitarias, en 1991 el presidente de los Estados Unidos, George Bush, petrolero, por cierto, ordenó la operación Tormenta del Desierto y no obstante Sadam Husein bombardeó Israel y Arabia, pero no pudo quedarse con Kuwait, que fue liberado, aunque Sadam siguió en el poder, enfrentando problemas internos por las diferencias entre minorías chií y kurda, que motivó la operación norteamericana Zorro del Desierto en 1998, bajo la presidencia de Bill Clinton.

Tras los atentados a las torres gemelas el 11 de septiembre del 2001, Estados Unidos y sus aliados acusaron a Sadam Husein, lo que marcó su sentencia, ya que su régimen cayó y en el 2006 fue juzgado y ejecutado por un tribunal iraquí. Pero la violencia no cesó, pues se reavivó la insurgencia que fue contra tropas de coalición y los grupos suníes, cometiendo además ataques terroristas contra la población civil. Y en el 2011 el presidente Barack Obama decidió el retiro de las tropas norteamericanas, lo que dio pie para que los integrantes de Al-Qaeda fueran ganando espacios hasta lograr dominar al país, proclamando el Estado Islámico, lo que ha condenado a Irak a una guerra que parece no tener fin e incluso se va exportando a otras latitudes.

En una gran parte de Medio Oriente y los países africanos el denominador común es el yihadismo; el terrorismo islámico que más se ha logrado infiltrar en todos los conflictos de los últimos años y que parece de largo aliento con sus miras a generalizarse, no sólo en Europa, sino en América latina, con miras a los Estados Unidos, por lo que la catástrofe de las torres gemelas quedaría sólo en una premonición de lo que podría venirse en cualquier momento.

En El Caribe Haití es un país donde reina la inseguridad, las bandas de delincuentes se han apoderado del país, que ha sufrido de hambrunas, terremotos, inundaciones, de una pobreza sistémica, siendo el país más pobre de la región y la inestabilidad política sigue desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse en el 2021. ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados ha denunciado violaciones sistemáticas de los derechos fundamentales y la incesante violencia armada ha precipitado el descenso de Haití a su peor situación humanitaria y de derechos humanos en décadas. Los ciudadanos sufren asaltos por todas partes y las violaciones, secuestros, saqueos y bloqueos de caminos están a la orden del día, por lo que el país presenta un clima devastador en donde la población que de por sí vivía ya una situación deplorable de inseguridad alimentaria, escasez de combustible y falta de servicios médicos y de saneamiento, ha tenido que salir huyendo del país en busca de refugio.

En México, uno de los países más ricos y prósperos del mundo, con grandes capacidades de desarrollo, la inseguridad ha sido la característica dominante del panorama nacional en las últimas décadas, en donde el crimen organizado se ha apoderado de la mayor parte del territorio, sin que los órganos del Estado hayan sido capaces de controlar la situación, por lo que la paz pública se ha quebrantado llegando a un estado fallido, en donde la impunidad y la corrupción imperan. Sólo decir que en lo que va de la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador se han registrado ya más de 160,000 asesinatos.

Si todo esto no es un signo de los últimos tiempos, estamos muy cerca de ello.