Por María Manuela de la Rosa Aguilar.

Desde la Revolución Islámica de 1979, encabezada por el Ayatola Ruhollah Musaví Jomeini, quien regresó de su exilio en París para derrocar al Sha de Irán, después de lo cual iniciaría una nueva etapa con la instauración de una república teocrática en base al islam chiíta. Jomeini se convirtió en el líder supremo de Irán hasta su muerte, en junio de 1989. Irán cambió de una monarquía absoluta con notable inclinación hacia la cultura occidental, a constituirse como una república teocrática absoluta, opuesta abiertamente a Occidente y centrada en todos los ámbitos de la vida en torno al Islam.

Los resultados los seguimos viendo después de 44 años de lo que podría llamarse una introspección de Estado, en donde la premisa fundamental de la política de gobierno es la islamización, que además no coincide con la doctrina sunnita de los países árabes y hoy vemos que existe un proyecto de expansión global, a través del adoctrinamiento y la organización de grupos terroristas que buscan desestabilizar para imponer una nueva ideología que de entrada cambie la imagen de la sociedad con la implementación de la sharia, en donde las mujeres vistan con velo, desde la Shayla (velo sobrepuesto para cubrir la cabeza), o el hijab (que cubre la cabeza y el cuello), pasando a Al-Amira (velo de dos piezas que cubre también los hombros), o también al khimar (que cubre cabeza, hombros y pecho), luego al Nikab (cubre toda la cara, dejando al descubierto únicamente los ojos), al establecimiento del chador (cubre todo el cuerpo, menos la cara) y el objetivo último: la burka, que cubre todo el cuerpo y la cara, dejando únicamente una rejilla, que impide ver con claridad y afecta sobremanera la visión, provocando serios problemas a la vista.

Por décadas el chador fue el atuendo obligatorio para las mujeres iraníes, pero con el tiempo esta imposición fue suavizándose, aunque la ley islámica no perdió su rigidez, como vimos hace poco con el asesinato de una joven a manos de la policía moral, por considerar que no llevaba puesto el velo correctamente. Lo que no era común que sucediera en la Edad Media, o durante la época dorada de Al Andaluz en España, pero en pleno siglo XXI puede verse como algo recurrente. El Estado ha adquirido un poder tan inconmensurable que puede disponer a su arbitrio de vida de los ciudadanos, que en este sentido pierden totalmente su carácter como tales, pasando a la calidad de simples siervos sin derecho incuso a defender su vida. Y hablamos de que el estado Moderno llegó desde hace más de
dos siglos.

En este contexto es que la Guardia Revolucionaria de Irán ha adquirido una relevancia que incluso podría superar al de los ayatolas, no olvidemos lo que está sucediendo con el brazo ejecutor de Vladimir Putin en Rusia, el Grupo Wagner, que no sólo tiene injerencia dentro de Rusia, sino que ya negocia con gobiernos de otros países.

Y en vista de los últimos acontecimientos en torno a las actividades de la Guardia Revolucionaria en el Reino Unido y a la represión de manifestantes en Irán, ha comenzado a debatirse en la Unión Europea sobre la posibilidad de declarar como organización terrorista a este grupo paramilitar (oficialmente militar, ya que está integrado a las fuerzas armadas iraníes), que ha encabezado la represión por las
protestas sociales.

Esta propuesta la han hecho suya los gobiernos de Alemania, Francia y los Países Bajos, y en virtud del planteamiento, el Parlamento Europeo aprobó una resolución para que este bloque haga la designación de manera oficial, propuesta a la que se une Ursula von der Leyen, Presidente de la Comisión Europea, quien durante su intervención en el último Foro Económico Mundial de Davos. Suiza, manifestó que el gobierno iraní se conduce de manera “horrible y atroz”, pisoteando los derechos fundamentales de las personas. Señaló que se están estudiando nuevas sanciones contra Irán, en las que se con toda razón se
incluye a la Guardia Revolucionaria.

Esta organización, que forma parte de las fuerzas armadas, fue creada por el Ayatola Jomeini desde 1979, en principio para proteger al régimen islámico de amenazas tanto internas como externas, pero sobre todo para evitar que intereses externos pudieran cambiar el régimen. Por ello, desde su creación, ha operado de manera independiente al ejército regular, lo que le ha dado una preeminencia que
le permitió ir ampliando su influencia, su capacidad operativa, sus efectivos, armamento, infraestructura, su influencia política y económica, siendo una organización estrechamente ligada con el líder supremo del país.

La Guardia revolucionaria (CGRI) se divide en cinco ramas: fuerzas terrestres, aéreas, navales, el llamado Basij (milicia de voluntarios que reprime la disidencia y vigila los códigos morales), y la Fuerza Quds (el servicio secreto de inteligencia, que se encarga de las operaciones en el extranjero, generalmente en apoyo de grupos armados disidentes). Se estima que la CGRI tiene entre 125 mil y 230 mil combatientes, tal vez más, que están bajo el mando de un comandante, brazo derecho del Ayatola supremo. Y es por ello que el Consejo de Relaciones exteriores de la UE considera que es una de las organizaciones paramilitares más poderosas de Medio Oriente.

Podrían establecerse paralelismos con el Grupo Wagner en Rusia, pero la gran diferencia es que no se trata de mercenarios cuya motivación es sólo la paga y el botín, sino que éstos se cohesionan a través de una ideología de pensamiento ortodoxo, bajo premisas conspiratorias y si bien el poder y el dinero los mueven, la idea de lograr una supremacía constituye el mayor de los incentivos, pero además, los hace mucho más temibles, por la impetuosidad que muestran en cualquier operativo, porque en ello van sus más profundas convicciones. Aunque un rasgo común con los mercenarios rusos es la frialdad con que operan y su impasividad ante el dolor humano, característica que difícilmente tienen las tropas profesionales, que se forman bajo lineamientos que buscan las más altas virtudes militares.