Por: Redacción/

A pesar de que se trata de edificios cuyos visitantes se cuentan por miles, las construcciones de Pedro Ramírez Vázquez hacen posibles historias y encuentros íntimos que se graban irremediablemente en la memoria.

Nacido en la Ciudad de México el 16 de abril, hace 100 años, Ramírez Vázquez falleció en un día también como hoy, en 2013. Un recorrido por tres de sus obras icónicas en la Ciudad de México, da cuenta de su legado en el imaginario colectivo, así como en la historia personal de millones de mexicanos.

Edificada en 1952, la Escuela Nacional de Medicina de la UNAM fue uno de los primeros grandes proyectos del arquitecto y, en la actualidad, aún alberga a miles de estudiantes aspirantes a convertirse en profesionales de la salud.

Jimena Gómez, estudiante de séptimo año, recuerda haber visto fotografías de la hoy Facultad de Medicina a pocos meses de su inauguración y se dice sorprendida de lo poco que ha cambiado.

Resalta el área conocida como “Las Tienditas”, un espacio abierto típico de la arquitectura de Ramírez Vázquez porque posibilita el encuentro y la socialización entre sus usuarios. Ahí, apurados estudiantes se pasean por esta plaza, y también grupos de amigos toman un descanso del frenetismo y, por unos minutos, disfrutan del paisaje universitario.

También al sur de la ciudad, frente la imponente fachada del Estadio Azteca, José Luis Hernández y su hija Adriana sonríen para una fotografía. Vienen a ver un partido de futbol un domingo por la tarde desde el municipio de Ecatepec, en el Estado de México.

La monumentalidad del “Coloso de Santa Úrsula” es una característica frecuente en la obra de Ramírez Vázquez. Su fachada deja ver por completo una imponente estructura metálica para cuya construcción fueron necesarias más de 8 mil toneladas de varilla y 1200 toneladas de acero laminado.

A través del ritmo en sus columnas, el Estadio Azteca brinda una ilusión de liviandad, pero también de grandeza. Para Ramírez Vázquez, era fundamental lanzar al mundo una imagen de México asociada al progreso, a través del uso de nuevos materiales y los últimos avances arquitectónicos de su época.

José Luis y Adriana destacan que la visión de la cancha dentro del estadio es perfecta desde cualquier posición. En la experiencia de aficionados como ellos se hace realidad lo que desde un inicio fue propósito fundamental del proyecto, lograr que todos los espectadores tuvieran la misma visibilidad desde cualquier localidad y se sintieran parte del ambiente circundante.

En el vestíbulo del Museo Nacional de Antropología, en Chapultepec, Eduardo Abaroa dirige una clase de su taller de dibujo. Este artista ha recurrido a este museo para dar cuenta de un momento en la historia nacional en el que, literalmente, se construyeron las instituciones.

Considera pertinente reflexionar sobre los enormes aciertos en esta herencia, sin dejar de lado las omisiones en las que incurrió la generación de Pedro Ramírez Vázquez.

Para Eduardo, el legado de este arquitecto se relaciona con la construcción de una identidad arraigada en la historia y la relación con los pueblos indígenas. De forma que este inmueble puede ser un punto de partida para repensar nuestra relación con los pueblos originarios.

“Se trata de un hombre que cae en las coordenadas de su tiempo. Con el Museo da forma a las ideas de personajes muy importantes como Manuel Gamio, José Vasconcelos o Carlos Pellicer”, señala.

Eduardo también recuerda haber visitado el MNA como estudiante de primaria y, más tarde, como alumno de un taller de dibujo similar al que imparte actualmente.

“El misterio de un lugar así es impresionante”, comenta sobre este museo que tan solo en lo que va del año ha recibido a más de 800 mil visitantes.

La Facultad de Medicina, el Estadio Azteca y el Museo Nacional de Antropología se suman a una larga lista de importantes recintos, fruto de la inspiración del también escritor y exfuncionario público, como son la Nueva Basílica de Guadalupe, la Torre de Tlatelolco, el Palacio Legislativo de San Lázaro, el Museo de Arte Moderno y el Museo del Templo Mayor, entre muchos otros.

A 100 años de su nacimiento, vale la pena recordar una frase recurrente con la que Pedro Ramírez Vázquez explicaba su obra. “Nunca he pretendido hacer arquitectura de autor. Esta disciplina tiene que cumplir con una función de servicio para quien ocupará esos espacios” comentaba quien ocupa un sitio indiscutible en el apartado de los arquitectos mexicanos emblemáticos del siglo XX.