Por: César Dorado/ 

Escritor controversial que logró retratar a su patria a través de una poesía que encarna los sucesos más crueles de la guerra, Czeslaw Milosz es un referente representativo de la literatura universal, pues a través de un discurso histórico empapado de figuras retóricas logró dejar al mundo una gama de personajes profundos que, ahogados en un existencialismo caótico, lo llevaron a ganar el Premio Nobel de Literatura de 1980.

Nacido el 30 de junio de 1911, Milosz comenzó a estudiar derecho en Vilna y París durante los años veinte y para la década de 1930 se unió la vanguardia literaria polaca, dentro del grupo “Vanguardia de Vilma”, caracterizada por retratar temas del patrimonio nacional, distinguiéndose por rasgos concretos, elementos patrióticos bajo atmósferas marcadas por la catástrofe y la miseria de lo absurdo, dentro de estas primeras obras se encuentra “Poema del tiempo congelado” (1933) y “Tres inviernos” (1936).

Aunque su perspectiva literaria lo hacía ser parte de los problemas bélicos de la Segunda Guerra Mundial, el autor jamás tomó partido en ellos de manera directa, sin embargo, a través de la poesía logró retratar el ambiente frío y miserable por el que pasaban los soldados y las comunidades de su nación, mismo acto que lo llevó a ser aceptado como agregado cultural en la embajada de Washington y seis años más tarde, al repudiar el sistema capitalista estadounidense, fue exiliado a París, ciudad en donde comenzó a forjarse como intelectual.

Al arroparse bajo los tintes artísticos de las luces parisinas, el escritor escribió para allá de 1953 dos de sus obras más representativas, “Luz del día” y “El pensamiento cautivo”, obra que trata sobre la mentalidad del intelectual en la época de Stalin.  Durante el mismo año publica “El poder cambia de manos” (1953) dos años más tarde se consagra con una de sus obras más reconocidas para la literatura universal, “El valle de Issa” (1955), en el que narra los recuerdos de su infancia y adolescencia sobre el fondo de una Lituania fantástica, pero empobrecida y arrancada de su historia por las armas de la guerra.

Durante la década siguiente y su regreso a Estados Unidos y durante el punto más representativo de su carrera, ejerció la profesión de profesor de lenguas eslavas en la Universidad California, en Berkeley y escribió “El rey Popiel y otros poemas” (1962), que tendrían continuación con “Pepito encantado” (1964) y “Ciudad sin nombre” (1969), e comenzó a impartirlo entre “los muchachos de las flores”.

Con los años venideros, Czeslaw Milosz desarrolló un gran talento para los ensayos, las crónicas y la poesía, siempre sumergido bajo la consciencia histórica que lo definió como un escritor comprometido, y esto, a su vez, lo convirtió en un paradigma del siglo pasado al margen de la nostalgia y el resentimiento.

En palabras del propio Seamus Heaney, Milosz “reconoce la inestabilidad del sujeto y nos muestra una y otra vez la conciencia humana como un ámbito de discursos contendientes, mas no permite que esta concesión niegue el mandato inmemorial que nos conmina a la firmeza moral y de espíritu.”