Autor: Arnulfo Roque Huerta

Estudiar es siempre un verdadero privilegio, para muchos es su única responsabilidad; también es una actividad que se lleva a cabo en horarios cómodos, la cual no requiere de tanto desgaste físico y que genera siempre excelentes dividendos. El estudiante es afortunado al tener la oportunidad de asistir al colegio, de recibir instrucción, educación y por qué no, el aprecio de personas ajenas a su seno familiar. Todo aquel que cuenta con este privilegio tiene la obligación de provecharlo y disfrutarlo al máximo ya que no todos pueden gozar de esta oportunidad.

La educación básica en nuestro país es obligatoria, sin embargo según dato del Fondo de las Naciones Unidas para la infancia (UNICEF)  4.1 millones de niños y adolescentes de 3 a 17 años no asisten a la escuela. Muchas pueden ser las circunstancias causantes de que no todos hagan uso de este derecho, tales como cuestiones económicas, distancias geográficas, falta de apoyo familiar entre muchas otras; la mayoría con suficientes formas de solución pero hay una problemática en particular que está lejos de las manos de padres, maestros o gobierno: “la salud”.

Los niños y jóvenes se caracterizan por su gran vitalidad, por su excelente condición física, por su resistencia y otras tantas cualidades que la naturaleza les ha otorgado, más no es una ley para todos los chicos pues por desgracia muchos son víctimas de enfermedades que requieren largos (y en ocasiones costosos) tratamientos que los llevan a pasar gran parte de su vida metidos en hospitales donde reciben largas terapias, tratamientos o medicación que además de debilitarlos los alejan de las aulas.

Alfredo es un chico que asiste a una secundaría federal donde pocas veces se le ve, tiene la ilusión de concluir su educación secundaria y entrar a una preparatoria de la UNAM; cuando se encuentra optimista se ve terminado la carrera y recibiendo un título como médico y culminar una especialidad en Oncología, pero otros días su ánimo decae en demasía, más aun cuando las continuas faltas lo llevan a atrasarse académicamente sintiéndose en desventaja a lado de sus compañeros, la mayoría de los cuales no saben el motivo de tantas ausencias.

Son contados los que siendo dignos de confianza saben que Alfredo visita a menudo el área de Oncología en el hospital, pues desde hace algunos años lucha con todas sus fuerzas por superar el maldito cáncer que se ha aferrado a él y que cada día lo amenaza con ponerle fin a su vida. Una vida con la que el chico tenía pensado hacer tantas cosas, de la cual se desprendían tantos sueños y la que día a día se agota ante la frustración de sus médicos y seres queridos.

Lucía es una pequeña que recuerda con cariño aquellos días cuando podía asistir al colegio. Cursaba el quinto año de primaria cuando un accidente automovilístico le fracturó la columna vertebral dejándola postrada en cama pero con la esperanza de algún día volver a caminar; cada semana asiste al hospital a recibir largas y dolorosas terapias que no cambian en mucho su condición actual, pero esto no la desanima, por el contrario la fortalece y la impulsa a recuperarse pronto para retomar sus estudios con la finalidad de convertirse en la mejor ortopedista de México y ayudar a chicos que lleguen a sufrir algo similar o lo mismo que ella.

No me alcanzaría este espacio para contar las miles de historias que giran en torno a niños y jóvenes que se ven obligados a faltar por periodos prolongados a la escuela o a dejarla definitivamente por cuestiones de salud, por ello siento molestia cuando un chico con las capacidades, condiciones idóneas y con la bendición de poseer una buena salud se atreven a menospreciar los grandiosos días de escuela.

Cuando escucho a un hico decir: “la escuela me fastidia”, “ojalá no tuviese que ir al colegio”… pienso en los miles de chicos que darían cualquier cosa para estar en un salón de clase y no en una sala de hospital recibiendo quimioterapia o algún otro tratamiento; pienso en los chicos que preferirían estar frente a un profesor recibiendo conocimientos y prepararse para la vida, que frente a un médico recibiendo instrucciones, quizá preparándose para la muerte.

Es en verdad un compromiso para cada chico que engrosa los colegios aprovechar cada instante, cada momento, disfrutar sus días de estudiante, entender que vive un momento único e irrepetible, de comprender que es genial tener el privilegio de estudiar.

Esta columna está dedicada a todos esos chicos que anhelan volver a los salones de clases, para quienes ya lo lograron y para quienes nunca lo consiguieron pero jamás se dieron por vencidos.