Por: Oswaldo Rojas

“Siempre he dicho que uno envejece más rápido en los retratos que en la vida real”.

Gabriel García Márquez

Tenía un maestro que decía que alguien que no lee o lee poco la costumbre será decir que alguno de sus libros preferidos es de Gabriel García Márquez. Un rápido acto reflejo de rememoración me hizo constatar esa afirmación entre varios de mis conocidos. Con ello no quiero decir que a Márquez lo leen neófitos o gente sin gusto, todo lo contrario: es de esos escritores que lograron hacerse de un espacio en las bibliotecas de casa.

No es para menos puesto que el colombiano escribió diez novelas y cuatro libros de cuentos que compilan el tórax de su creación artística. Cada uno de ellos resulta subsecuente a los otros y al mismo tiempo son perfectamente separables. Mientras terminaba sus estudios comenzó a trabajar como reportero, profesión que seguiría desempeñando  con los años, cada vez con menos frecuencia, pero que hasta el momento ha generado siete libros donde se reúnen sus escritos periodísticos.

Ahora que se cumplen 89 años de su nacimiento, me parece bueno recordarle a las perosnas que se han pasado algunas semanas leyendo sus novelas y sus relatos, la forma en que estas los afectaron. ¿Por qué los escritores que crean un microcosmos literario pasan por más tiempo a la posteridad? ¿Cuántos Macondos hay? Tantos como lectores, ¿Cuántos hombres caen en ensoñaciones al ver una mariposa amarilla? ¿Otros cuántos aprendieron de las crueldades del amor y la venganza solo después de leer sus libros?

Recuerdo que a su muerte mi time line en Facebook se llenó de imágenes de mariposas, de sus frases, de sus fotos y, sobre todo, de pensamientos que se originaron de aquellos que leyeron con mucho cariño sus textos. Más de un político desearía que lo homenajearan así y varios escritores desearían haber logrado un entendimiento tan claro con sus lectores.

Del primer acercamiento a 100 año de soledad, por mencionar uno de sus libros, lo que asombra es el gusto con el que ingresamos a esa realidad exótica. Tan llena de casualidades y de una justa simetría para todo, visible en la vida de cada uno de sus personajes. Esa misma sensación de absurda claridad con la que todo sucede aparece en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada. En general es una de esas características que domino para su realismo mágico.

Parece que esa búsqueda de retratar la realidad por medio de la ficción le nace de su trabajo como periodista, porque ¿acaso no sus historias cuentan de las tradiciones y gestos heredados en los que un periodista tiene que fijar tanto su mirada? Ahí está Crónica de una muerte anunciada, donde todo un pueblo ya sabe, porque todos se conocen, que un asesinato está por suceder y apenas hacen algo para evitarlo. Es un libro que retoma la naturaleza social de una comunidad pequeña, conservadora y alejada de influencias externas. García Márquez quiso escribir de eso porque su trabajo como reportero le había entrenado para encontrar lo irreal en la normalidad con la que pasan las cosas.

 Noticia de un secuestro es uno de los pocos textos periodísticos, creados a partir de la vida política real, que se ha agenciado el prestigio propio de las obras literarias.

Para García Márquez fue tan importante su experiencia periodística que creó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamérica (FNPI). El premio Nobel de literatura no buscó una institución literaria. No, optó por una que premiara y promoviera el trabajo de los reporteros. Él mismo decía que todo lo que sabía de escribir lo había aprendido de su etapa como periodista. Hasta sus últimos días de lucidez el colombiano jamás se quitó el titulo de periodista.

Ese único acto de caridad hacia el reporterismo basta para demostrar que sin importar cuanto se quiera escribir ficción y que tanto se esfuerce uno para hacerlo bien – García Márquez era un hombre que no creía en el talento natural -, la materia prima, esencial de toda novela es la realidad. Solo hay que hacer como él: cambiar la óptica con la que se le ve, conservar las raíces y los ideales firmes.

Gabo