Por: César Dorado/

Muchos estaban resignados, otros tantos no lo pensaron dos veces y estuvieron ahí desde temprano, ofreciendo otra oportunidad, depositando su confianza en un día donde las circunstancias podrían terminar con la ilusión de escuchar buena música en manos de bandas legendarias como Deep Purple, Powerwolf, Amon Amarth y los exóticos de Manowar, pero todos tomaron su riesgo y estuvieron ahí, en un día que nos regresó a la época de los vikingos.

En los alrededores del Foro Pegaso, ya se respiraba una esencia a fiesta. Algunos “caguameaban” en bares cercanos, otros tantos abrían six de cerveza en el estacionamiento mientras sus automóviles retumbaban al ritmo de pornogore. Todo estaba listo, pese a que bandas estelares como King Diamond y Megadeth cancelaron su presentación por prevención ante la pandemia del COVID-19, los fans se entregaron completamente con sus camisetas negras y su cabellera larga, demostrando una vez más que esos fans mexicanos del metal son los más fieles.

El calor abrazaba a todo aquel que habitara en el foro, pero el negro invadía cualquier punto del lugar, al fin de cuentas eso no importa porque la cerveza refresca cualquier sol que nos quiera prohibir escuchar buena música en compañía de los amigos que nos han acompañado toda la vida, esos amigos que llegaron a casa con un viejo disco y lo pusieron en el estéreo para que se quedara por siempre en nuestra memoria y después adornáramos ese momento con una chamarra de cuero, unos tenis Reebok blancos y una cabellera que con el tiempo se fue cayendo.

Como en todo festival, las bandas de las primeras horas tuvieron poca gente, pero se esforzaron por llamar la atención y conectarse con un público que apenas iba a descubrir su música esa tarde. La gente fue llegando y era claro, Tanus iba a dejar nuevamente la vara en alto, con su peculiar estilo de Heavy Metal con secuenciadores y cajas de ritmo electrónicas, a la par de que hacían que el público conviviera y generara un ambiente de hermandad musical.

Del otro lado, en el escenario alternativo con las ansias con la que se vio por primera vez a esa banda, el público esperaba la irreverencia y de Asesino, quien fue bien recibido por un público lleno de energía por aventarse y gritar mientras movían la cabellera.

Aunque la tarde parecía pertenecerles a los jóvenes, de repente llegó el sonido clásico del cuarteto japonés Loudness, quienes sin más motivación que la de entregarse al público mexicano, resaltaron su estilo Heavy Metal clásico, al viejo estilo de 1981, con tan sólo una guitarra de solos exasperantes y una batería que retumbaba en los corazones de todos los fanáticos, esos viejos fanáticos que ya están adornados por las canas y el paso del tiempo.

Era impresionante la combinación y la oscilación de generaciones, pero todos estaban ahí, unidos por la música. La calma del Heavy Metal clásico se rompió muy rápidamente, pues el escenario ya se estaba revistiendo de colores rojos y rosas, bajo la entonación de rock eléctrico de Deadly Apple, quien ganó encanto por su combinación eléctrica y estridente, más el performance, el Vogue y la ruptura de lo políticamente correcto de los festivales masivos.

La tarde caía y las ganas por escuchar más música se encontraba en todos los rincones del Pegaso. Así, como si se viajara en una máquina del tiempo, todo se vistió de vikingo con Max & Iggor back to Roots, Powerwolf, Static X y Amon Amarth, quienes no sólo entregaron una música enardecerte, sino toda una producción visual que hacía recordar el nacimiento de los conciertos teatrales.

El frío no impidió que muchos siguieran bebiendo una cerveza fría, porque al final ese es uno de los alimentos primordiales para estar en un festival. La rudeza de los géneros seguía latente y así, apareció otro clásico, Phil Anselmo and The Ilegals, pero él sólo fue, cumplió con su contrato entre fallas de audio y reclamos, mientras le ganaba presencia la energía de Alison, quién lo diría.

Se acercaba la hora y los clásicos estaban por salir. Un escenario revestido de luces moradas con el monte Rushmore de fondo era el lugar preciso donde muchos miraban con nostalgia sus viejos años y los más jóvenes veían con nostalgia a papá poniendo sus discos viejos. Entre esas miradas se escuchó una batería que marcaba el comienzo de un camino, Deep Purple regresaba a hacer vibrar a los fanáticos mexicanos con su estilo progresivo a las viejas formas de 1970.

La euforia no cesaba, aunque el frío ya calaba los huesos, pero con la emoción de una noche negra y el humo púrpura se fueron quitando las ganas de irse. El suspendo y la tensión se hacían presentes, la incertidumbre porque sucediera lo de hacía meses era indescriptible.

El escenario estaba listo, pero ya habían pasado 20 minutos y nadie salía. Los chiflidos y mentadas no faltaron, porque al final, también eso es muy del público mexicano. Entre todo ese bullicio se escucharon las cadenas y aparecieron los vikingos entonando su canto mientras el fuego aliviaba el frío.  Manowar habían llegado al escenario para entregarle a los fanáticos mexicanos una noche en donde no se pensó en nada más que enaltecer la esencia del estilo Metal, con guitarrazos, solos de batería precisos y bajeos tan complejos como toda esa producción.

Su primera vez en México, cumpliendo un sueño de hace 10 años, tenía la mirada de todos clavada en ellos, ejecutando a la perfección el género que ellos inventaron. Pese a los rumores de que ese cuarteto no quería al público mexicano, su entrega y convivencia dio a notar que todo era completamente falto, el sueño de todos se había cumplido, y en el corazón quedaba el tatuaje de una noche arropada por el fuego, la música y un público que volvió a creer por el amor a la música.