Por: María Manuela de la Rosa Aguilar/

Gran impacto mediático ha causado el tiroteo en una escuela de Torreón, Coahuila, a manos de un niño, que luego de asesinar decidió suicidarse. Y el caso es que no es aceptable que un menor, que se supone está en una de las mejores etapas de su vida, disfrutando de su niñez, de juegos y en un ambiente lúdico, amigable, de confort y rodeado de cuidados, sorprende al mundo con un ataque inesperado y sin lógica alguna, abandonando el mundo sin mayor advertencia.

Y este terrible suceso se ha venido repitiendo desde hace más de diez años, trayendo consigo la sorpresa de la tragedia, que ha prendido las alarmas de la sociedad, sin que hasta ahora se haya podido evitar que   los niños vivan en un entorno seguro y feliz, que a fin de cuenta es un derecho fundamental de todo individuo y con mayor razón de un niño.

Torreón es una cifra más de muchas, porque ha pasado reiteradamente en Nuevo León, en Oaxaca en el Estado de México…., en fin. Y no se diga en los Estados Unidos, porque en lugar de atender las verdaderas causas para que esto no vuelva a suceder, los que tienen en sus manos el poder para aplicar políticas públicas que atiendan este grave problema, hacen gala de declaraciones, usando los medios para posicionarse, manifestar solidaridad y pesar, comprometiéndose a dar respuestas y llegar al fondo del problema, responsabilizar a los culpables, etc.

Pero, sí, responsabilizar a los culpables, ¿quiénes? ¿los que les facilitaron las armas?, o ellos mismos que ya muertos no pueden ser juzgados. ¡Vaya solución! Y esta actitud de las autoridades no cambia.

Lo más que se les ha ocurrido es hacer revisiones de mochilas; y sin el menor de los recatos, mandan a policías con armas largas que ni siquiera saben portar y lo único que logran es asustar más a los niños, sólo les generan pánico, porque es una acción disuasoria de un alto grado de violencia. No puede darse un trato de reo a un niño. Revisar mochilas no requiere que se les apunte con un arma, porque eso ha sucedido.

Los medios cumplen con su labor de informar, de investigar el hecho, de propiciar el debate. ¿Y la autoridad? ¿Y nosotros como sociedad?

La violencia se ha convertido hoy día en un estado que percibe como “normal”, claro, porque pasa cada día, en la calle, en la escuela, en todo el país, donde los delincuentes pueden exhibirse con el mayor de los descaros y todavía se ordena combatirlos con abrazos.

¿Cuántos niños no han sido cooptados por las bandas criminales? Muchos, porque ellos representan una garantía de impunidad muy conveniente para la delincuencia organizada. Y ¿hay alguien que se preocupe por ese menor, porque se le garanticen sus derechos más elementales como es la seguridad y una vida tranquila y feliz? ¿Dónde están los padres de esos niños olvidados?

Sólo en los Estados Unidos se contabilizan 209 balaceras en escuelas del 2013 al 2018, de acuerdo con datos de Gun Violence Archive. En México no hay datos precisos, pero la prensa da cuenta de ello cada día.

Y sólo hay que ver que en México se cometen alrededor de 96 homicidios diarios, lo que refleja el grado de violencia que se vive y que obviamente los niños sufren.

Cada año entran de Estados Unidos más de 200,000 armas y el 70 % de los homicidios se cometen con armas cortas.

Así que muchos ciudadanos mexicanos cuentan con un arma en casa. Y esto no implica por sí un problema, pues la misma Constitución otorga el derecho a poseer un arma de fuego para defenderse. El problema tiene varias aristas:

  • Para tener un arma hay que legalizarla y no cualquier arma puede poseerse porque hay calibres exclusivos para las fuerzas armadas y para la policía.
  • Se deben cumplir determinados requisitos, entre ellos no contar con antecedentes penales, así que un delincuente nunca podría poseer un arma legalmente.
  • Para tener un arma no sólo es necesario, sino indispensable contar con los conocimientos y el entrenamiento necesario para saber usarla, lo cual no es algo menor, puesto que se trata de un artículo letal por naturaleza.
  • Tal vez sin mayor conocimiento se tenga cuidado al poseer un arma pero no se podrán tomar las medidas adecuadas para seguir los estrictos protocolos de uso y cuidado de un arma, que además dependerán del tipo de arma.
  • Las medidas de seguridad nunca pueden soslayarse, en ello va a vida.
  • La situación emocional y psicológica son factor determinante para el adecuado uso de un arma.

Lo anterior explica el porqué si los militares poseen armas, porque están facultados, no hay casos de accidentes o mal uso de las armas en su entorno familiar. Y es que tienen el entrenamiento y la experiencia necesaria para tener ese respeto por la portación de su arma, lo cual no necesariamente sucede en el ámbito civil, en donde se considera una novedad, un símbolo de poder y hasta motivo de fantasías, sin tomar las previsiones necesarias, por evidente desconocimiento y hasta se fanfarronea al tomar un arma, con lo que  se pone en riesgo la propia vida y la de los demás.

Por eso durante los enfrentamientos entre militares y delincuentes, es más difícil que algún soldado termine herido o muerto. No es lo mismo conocer su arma y haber sido entrenado con todas las medidas de seguridad, que improvisar. Y esto es una generalidad, porque también hay sicarios entrenados, aunque sea medianamente.

Pero, ¿qué pasa con los menores? Si en su casa hay armas de fuego y están a su alcance, o si no tan al alcance, si saben dónde pueden encontrarlas; la curiosidad infantil es parte de su esencia en esa etapa de aprendizaje.

Sumado a ello, un entorno familiar adverso, por maltrato, abandono, indiferencia, o hasta por permisividad, es caldo de cultivo adecuado para delinquir.

Se ha atribuido mucho a los videojuegos, que en su mayoría promueven la violencia. Pero si el niño está en un entorno familiar sano, tendrá la capacidad de discernir entre la realidad y el supuesto del juego, independientemente de que su estabilidad emocional se reflejará en la manera de relacionarse en la escuela y en cualquier ámbito.

Los padres tienen la gran responsabilidad de educar y formar a sus hijos, de darles todo lo que esté a su alcance para su seguridad y confort. Con amor y atención aseguran la salud mental y emocional de sus hijos; pero, ¿culpar sólo a los padres de conductas homicidas? Habría que ver si como sociedad estamos haciendo lo correcto, porque es claro que las autoridades no; y en todo caso la ciudadanía ha delegado ese poder en sus representantes y tiene todo el derecho a exigir.

No pueden crearse chivos expiatorios para encubrir ineficiencias. Y menos permanecer indiferentes ante esta tragedia que se repite una y otra vez.