• Detrás de frases como “hermana, yo sí te creo”, “juntas somos fuertes”, “yo también”, hay una convocatoria y provocación a la colectividad.

Por: Redacción/

La desigualdad de género es todavía uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo, ya que de acuerdo con cifras del Banco Mundial ellas tienen 25 por ciento menos acceso a los derechos que se consideran universales, entre ellos empleo y salario, afirmó la académica de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, Tania Esmeralda Rocha Sánchez.

Desde niñas enfrentan problemáticas como matrimonio forzado, y no todas tienen la posibilidad de decidir en torno a temas como reproducción, embarazo o anticoncepción, añadió en la conferencia organizada por la Unidad para el Desarrollo de Materiales de Enseñanza y Apropiación Tecnológica de la entidad.

Al hablar de Sororidad y empoderamiento: rutas posibles frente a la violencia, explicó que dentro de las dificultades que se enfrentan en este tema hay tres dimensiones críticas de la autonomía: económica, es decir, la capacidad para generar ingresos propios y controlar esos activos; en la toma de resoluciones, o sea, en su plena participación en las determinaciones que afectan sus vidas y a su colectividad; y física, referente a una vida libre de agresiones en el ámbito público y privado, así como al poder de disponer sobre su cuerpo y sexualidad.

En ese sentido, manifestó la creciente feminización de la pobreza, la existencia del techo de cristal para ocupar altos cargos o puestos de elección, que sean el principal foco de explotación sexual, trata de personas y las consideren objeto de trueque o las vendan sus propias familias.

Cuando se habla de violencia de género, y específicamente de la machista y sexista, es fundamental entender y visibilizar que no es un problema de un Estado, de un país o grupo de mujeres específico, sino que es una pandemia, porque no discrimina naciones o escenarios, subrayó en ocasión de las actividades organizadas por la UNAM con motivo del 25N: Por una #UNAMLibreDeViolencia.

La ponente, al citar a Carmen Alborch, recordó: “el gran éxito de las luchas de las mujeres ha sido precisamente la fuerza de lo colectivo, al encontrarnos y poner en común nuestras vivencias… A todas nos ocurrían situaciones parecidas y se debía al hecho de haber nacido mujeres”.

Ellas, sobre todo las jóvenes, toman las calles y realizan protestas; han expresado la “digna rabia”, enojo, frustración, cansancio, desesperación y hartazgo de ser constantemente violentadas. No es sólo una respuesta emocional; lo que a veces es juzgado como otra manera de violencia, constituye una forma de hacer manifiesta esa indignación y adquiere carácter ético y político, sobre todo y de manera particular, ante la no respuesta del Estado, la indiferencia, silencio y corrupción, aseguró.

Se trata de una manera de responder y manifestar la inconformidad y búsqueda de respuesta ante las injusticias que vivimos, a situaciones concretas como el sexismo, racismo o la discriminación, abundó la especialista en la sesión moderada por la jefa de la División de Estudios de Posgrado e Investigación de la FP, Magda Campillo Labrandero.

Detrás de frases como “hermana, yo sí te creo”, “juntas somos fuertes”, “yo también”, hay una convocatoria y provocación a la colectividad; es la posibilidad de reiterarnos que eso que le pasó a una, no sólo le pasa a ella, que no se lo está inventando, sino que se trata de una realidad a la que nos hemos “habituado”, enfatizó Rocha Sánchez.

Apuntó que el anglicismo “sororidad” alude a la hermandad entre mujeres, en contrapartida a la idea de fraternidad que haría referencia a los varones e integra aspectos como amistad o afectos, y la solidaridad entre ellas con un fin: el empoderamiento.

La antropóloga Marcela Lagarde define el término como una dimensión ética, política y práctica del feminismo, como una experiencia donde se buscan relaciones positivas y de alianza existencial y política con otras mujeres para contribuir en acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión, y el apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y el empoderamiento vital de cada una.

“La idea de la sororidad, de buscar una alianza entre nosotras, no tiene que ver con un lazo biológico, con que seamos amigas, conocidas o hermanas, ni tampoco se traduce en una cuestión de compartir los mismos pensamientos. Sino de encaminarse a la posibilidad de desmantelar este sistema que, entre otras cosas, ha tomado la dimensión de género como una forma para establecer desigualdades y opresión en la vida de muchas mujeres y de las personas en general”, argumentó la universitaria.

Ser sororales no se puede colocar en una cuestión de elección individual, sino pensar en una transformación social radical. El anhelo de equidad no nace por un montón de mujeres que se juntan, sino por aquellas que son libres, que se reúnen para liberar de la opresión cultural a su género, precisó.

Tania Esmeralda Rocha mencionó que la sororidad se vuelve un requisito indispensable para el empoderamiento, porque en su carácter ético implicaría que todas, como colectivo, “en el marco de nuestras diversidades, pudiéramos generar prácticas de cuidado de las unas a las otras, frente a las diversas formas de violencia”.

Hay que poner la sororidad en marcha, luchar para que ninguna, sin importar su color de piel, edad, condición, expresión de género, etcétera, quede fuera del acceso a los derechos básicos y fundamentales de las personas, para que ante alguna agresión verbal o física “estemos en la disposición de ayudar, no de burlarnos ni de cuestionar o no creerle”, finalizó Rocha Sánchez.