• A diferencia del caso de Emilio “L”, Rosario Robles no es acusada de daño al erario público y enfrenta un proceso por omisión.

Por: Israel Mendoza/

El guiño lanzado por el gobierno de la cuatroté a Rosario Robles para volverse testigo colaborador y convertir su caso en un salpicadero político de nombres, fechas y cifras millonarias está muy alejado de las pretenciones de la exsecretaria de Desarrollo Social. Ella está marcada como adversaria incluso para el fiscal general Alejandro Gertz Manero.

En su más reciente carta Robles Berlanga expuso: “se ha puesto en marcha toda una maquinaria para denostarme, difamarme, hacer escarnio de mi persona, con una saña que es proporcional almiedo y al odio que me tienen. Llama laatención que soy la única en esta condición”.

A diferencia del caso de Emilio “L”, Rosario Robles no es acusada de daño al erario público y enfrenta un proceso por omisión. Ella tenía información respecto a irregularidades de universidades que no realizaron el trabajo completo pero las rencillas políticas la llevaron a prisión.

El operador y los manejos económicos y a final de cuentas posible responsable de las triangulaciones millonarias entre universidades públicas fue Emilio Zebadúa, Oficial Mayor en Sedesol y Sedatu. Sin embargo, su nombre no es apetitoso para emprender una cruzada anticorrupción como la puesta en marcha por la cuatroté. En cambio, Robles Berlanga se convirtió en el rostro del oprobio para la izquierda.

El paso de Rosario Robles por el PRD dejó una estela de malquerientes. Desde el matrimonio, Bejarano-Padierna, Pablo Gómez e incluso las filias políticas del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sin olvidar que ella fue un personaje clave para los videoescándalos de 2004.

En términos jurídicos, los delitos por los que se le acusan a Rosario Robles no tienen puntos de comparación con el caso de Emilio “L”. Por ello no puede ser testigo colaborador y con ello darle el beneficio de un pacto con la cuatroté para convertirse en delatora de un gobierno que le dio espacios políticos en el segundo aire de su carrera.

En esos términos, los daños políticos y el sometimiento de su persona a los golpes mediáticos se convirtieron en puyazos que a la postre revolvieron el caso entre un presente inquisidor y un pasado cargado de odios.

Para el ala dura de la cuatroté proveniente del perredismo, Robles Berlanga traicionó a la izquierda moralmente y hundió al partido del sol azteca en una crisis financiera y de descrédito.

Terminaba agosto de 2002 y las portadas de los principales diarios mostraban a una sonriente Rosario Robles, en aquel entonces dirigente del PRD, junto a su homólogo del PRI, Roberto Madrazo Pintado, tras la firma del Acuerdo Político por México. Ese momento político provocóel enojo del entonces Jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador; con ello vino la ruptura definitiva con Robles.

El desplante del exjefe de Gobierno fue monumental, de acuerdo con testigos de ese pasaje. Sin titubeos cuestionó: ¿Para quién juega Rosario? ¿Qué no sabe que Madrazo es mi enemigo, que representa a Salinas? ¿Por qué no me avisó? A partir de ese día, López Obrador no volvió a tomarle la llamada a la presidenta nacional del partido del sol azteca. Por ello, el guiño de ser la delatora no le queda como “anillo al dedo”.