Por: Redacción/

La emergencia sanitaria por el COVID-19 ha ocasionado en el ámbito educativo el cierre de actividades presenciales para evitar la propagación del virus y mitigar su impacto, sin embargo, el confinamiento significó la alteración de rutinas, con secuelas en la salud mental de alumnos, profesores y trabajadores, lo que exige el diseño de estrategias para revertir los daños, coincidieron especialistas.

Al dar la bienvenida a los participantes en el Conversatorio Salud mental y docencia remota, convocado por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el doctor Eduardo Peñalosa Castro, rector general de la Casa abierta al tiempo, sostuvo que el aislamiento, los temores, las dificultades cotidianas y las dinámicas de los procesos pedagógicos pueden aumentar los riesgos de algunos trastornos –cuadros de estrés repetitivo o de ansiedad– o exacerbar sus efectos.

En el inicio de un nuevo trimestre en la Institución es fundamental reflexionar al respecto para realizar de mejor manera el Proyecto Emergente de Enseñanza Remota, recomendó, mientras que en la presentación del encuentro, la doctora Mariana Moranchel Pocaterra, investigadora del Departamento de Estudios Institucionales de la Unidad Cuajimalpa, destacó que el PEER fue la respuesta para continuar las labores docentes mediante el uso de plataformas y herramientas digitales diversas.

El encierro produjo –en mayor o menor medida– desajustes en la manera de vivir, pensar, actuar, aprender y, en ocasiones, ha derivado en angustia y aun depresión. El ejercicio de algunos derechos humanos plasmados en la Carta Magna y en convenciones internacionales de las que México forma parte también se ha visto restringido y hasta suspendido, en aras de contener la enfermedad.

Una preocupación permanente de la UAM es el bienestar de la comunidad, por lo que busca procurar la salud mental en un entorno educativo remoto, así como proveer un ambiente seguro y confiable para el desarrollo de las habilidades cognitivas, emocionales y sociales de la colectividad.

La maestra Angelina Romero Herrera afirmó que el trabajo a distancia ha provocado cansancio, embotamiento emocional, incertidumbre, miedo por un futuro incierto, falta de concentración y de sueño, entre otras alteraciones, que a su vez causan en los estudiantes irritabilidad, comportamiento imprudente o autodestructivo, sobresaltos, poca atención y variaciones al dormir.

Todo esto impacta sobremanera el rendimiento escolar, porque a las 12 horas, una semana, un mes o cinco, la persona presentará desgaste psicofisiológico desencadenante de ansiedad, depresión y estrés crónico, ante lo cual se sentirá agotada y en un cuadro de burnout, es decir, con cansancio emocional excesivo debido a que sus rutias se desestructuraron.

La directora de Investigación e Innovación Educativa de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) añadió que si el estrés se convierte en crónico puede transformarse en angustia y pánico, así como en males crónico-degenerativos: hipertensión, diabetes y gastritis.

La doctora Alicia Saldívar Garduño, investigadora del Departamento de Sociología de la Unidad Iztapalapa, apuntó que la situación “nos ha tomado por sorpresa y ahora tenemos el compromiso de educar para la incertidumbre”.

En México, la movilidad se redujo en 47 por ciento, en promedio, aun cuando hubo distintas magnitudes, pues en zonas de más alto nivel económico llegó a 73 por ciento y en las de más bajo a sólo 30 por ciento, lo que explica que los hábitos cambiaron drásticamente y la pandemia “nos metió como organismos biológicos, fisiológicos y sociales en una situación de alerta e incertidumbre que no nos había tocado vivir”.

En el terreno de la educación “cambiamos de la modalidad presencial a la remota, lo que nos tomó en circunstancias muy complicadas, pues no disponemos de los espacios, ya que nuestras casas no son oficinas ni salones de clase”; hay falta de recursos tecnológicos –si bien la UAM detectó esto de manera oportuna e implementó el programa de apoyo a los alumnos que no tenían los implementos– y algunos jóvenes se han quejado de resequedad en los ojos por el tiempo que pasan ante las pantallas.

Los estudiantes mexicanos están experimentando escenarios psicosociales complejos que atañen a la salud mental: frustración, cansancio, enojo, estrés e inseguridad, expresados en que 43 por ciento padece ansiedad; 36 por ciento problemas para dormir y 31 por ciento estrés.

Los docentes “tampoco la han tenido fácil”, pues en el país más de dos millones “tuvimos que afrontar la enseñanza remota, en muchos casos con muy poca capacitación y escasas herramientas y habilidades, que no se acercan a las requeridas para construir el conocimiento”. El impacto no ha sido igual entre mujeres y hombres, pues ellas han recibido más trabajo y exposición a la violencia.

La doctora Iris Santillán Ramírez, investigadora del Departamento de Derecho de la Unidad Azcapotzalco, dijo que la contingencia visibilizó las profundas desigualdades económicas y sociales que existen en el país, por ejemplo, 15 por ciento de sus alumnos no pudo atender los cursos y al menos uno de ellos comentó que no tenía acceso a Internet, “un recurso reconocido ya como un derecho humano, lo que lo excluye del derecho a la educación”.

Para mantener el bienestar psicológico y reducir la brecha de género entre estudiantes y docentes, las investigadoras propusieron establecer rutinas; compartir tareas domésticas y el cuidado de otras personas; procurar resolver los conflictos con actitud empática; mantener horarios de sueño y comida; realizar actividad física, y destinar tiempo al ocio y al esparcimiento.

En este conversatorio también participaron Gabriela Alejandra Nieto y Daniel Monte Alegre García, matriculados en las unidades Xochimilco y Cuajimalpa, respectivamente, quienes hablaron de sus experiencias con la enseñanza remota.