Por: Redacción

En el ámbito artesanal de fabricación de ladrillos, se requiere impulsar el desarrollo tecnológico en hornos y quemadores que no sólo permita el cocido de las piezas de manera económica, sino con un bajo impacto ambiental; “es importante para las emisiones atmosféricas”, afirmó Rocío García, investigadora del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la UNAM.

Es necesario identificar materiales locales y de costo accesible, que puedan ser extraídos para usarse como combustibles de bajo impacto. Por ello, la científica urgió a implementar programas de reforestación en zonas periurbanas y urbanas con especies nativas o conocidas, como el encino, el mezquite o el huizache; incluso, “hay que promover que la gente se dedique a la producción de madera”.

A quienes trabajan en las ladrilleras hay que darles las herramientas para adoptar procesos más eficientes “y percatarnos que el impacto y la población más vulnerable es siempre la que lleva las de perder”, dijo la doctora en ciencias de la Tierra.

No se pueden cerrar las fuentes de empleo para las miles de personas que se dedican a esa actividad en el país, pero sí es factible brindarles opciones para que logren tener una mejor calidad de vida, indicó García, también experta en el estudio de los metales pesados presentes en el ambiente.

Entre humo y arcilla

La universitaria se interesó en la situación de quienes laboran en las ladrilleras desde hace años. “Vimos sus condiciones de trabajo y nos interesaron los efectos en la salud que produce su actividad; veíamos a los niños, cómo andaban entre humo y arcilla, e iniciamos una tarea de acercamiento con los propietarios de esas fábricas”, comentó.

En ellas hay una gran cantidad de contaminantes emitidos a la atmosfera, verdaderamente peligrosos, como los compuestos orgánicos volátiles, los hidrocarburos poliaromáticos policíclicos, o los metales. La gente que trabaja en esos sitios está expuesta diariamente a jornadas de más de 12 horas, y el humo daña por la exposición persistente y a largo plazo.

Esas emisiones se deben a que las ladrilleras artesanales –ubicadas en Querétaro, San Luis Potosí, Hidalgo o Estado de México– utilizan llantas, aceite quemado de carro, madera y hasta ropa y basura como combustible para sus hornos. Se ha estimado que “mensualmente someten a combustión 41 mil litros de aceites residuales, y todo lo que se genera en ese proceso de combustión llega a la atmósfera”.

También se usan 272 mil litros de combustóleo y nueve mil 250 litros de mezcla de combustóleo y aceites automotrices residuales, y se considera un área de cinco kilómetros de influencia radial, es decir, que los gases que se generan alcanzan esa distancia.

Ahí, el proceso de producción continúa sin ningún mecanismo de control de emisiones al ambiente, sin proceso de calidad o seguridad para la gente, añadió la experta. Las partículas derivadas pueden ser, incluso, de las llamadas PM10 y PM2.5, es decir, las más pequeñas, capaces de causar mayor daño al organismo.

La población más vulnerable son los niños, adultos mayores y mujeres en etapa de gestación. Una parte importante de los efectos en la salud consiste en problemas respiratorios. Pero los vapores que ahí se generan también inducen daños en el sistema nervioso central y otros procesos de deterioro, como impacto a los pulmones. De igual manera, afecciones dérmicas, conjuntivitis, problemas de nariz e incremento en la incidencia de individuos asmáticos.

Contaminadores, los procesos de producción

A pesar de la gravedad del problema, señaló Rocío García, no hay un registro del número de individuos afectados en México, “porque tampoco tenemos un censo de cuántas ladrilleras artesanales existen; se trata de un oficio que pasa de padres a hijos, de generación en generación”. En Tequisquiapan debe haber más de mil 500 trabajando de esa manera.

En 2009, recordó la experta, se demostró que la presencia de dioxinas en muestras de polvo obtenidas en lugares cercanos a los hornos, superan entre 20 y 50 veces el límite permisible establecido por la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, y eso equivale a una parte por billón.

En el caso de bifenilos policlorados, cuyos valores permisibles son de 0,5 partes por millón, también han sido rebasados en muchas ocasiones por las emisiones detectadas, siendo cancerígenos.

La universitaria consideró que el estudio de cualquier contaminante que tenga efecto sobre la salud requiere de un estudio multidisciplinario. Otro problema es que muchos de los que se han realizado son de corto plazo, cuando deberían ser de largo alcance y con un gran esquema de población. Aunque la conclusión es la misma: se trata de un problema grave.

Lo más importante es determinar hasta dónde se puede evitar la exposición a estos contaminantes. Sí hay solución, con tecnologías innovadoras de bajo impacto y de protección a las personas. “Los hornos que usan combustibles limpios ya existen, pero debido a su alto costo deben ser financiados por el gobierno, en el marco de un esquema de mayor producción y calidad”, concluyó.