• Ese humor políticamente incorrecto, cargado siempre de sorna y autoescarnio lo vuelven único en el ámbito hispano, sostuvo durante el homenaje virtual que la UAM realizó al también guionista de cine y periodista acapulqueño.

Por: Redacción/

José Agustín inauguró una especie de posmodernismo literario, como muestra su novela Se está haciendo tarde, una de las más arriesgadas de las letras mexicanas del siglo XX, no sólo por su humor irreverente, satírico y burlón, sino “por el desmadre con el lenguaje y la insolencia en su actitud contestaría”, al mezclar la baja y la alta cultura para volverla retórica, pero sin perder la pretensión de belleza, afirmó Fernanda Melchor.

Ese humor políticamente incorrecto, cargado siempre de sorna y autoescarnio lo vuelven único en el ámbito hispano, sostuvo durante el homenaje virtual que la Unidad Cuajimalpa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) realizó al también guionista de cine y periodista acapulqueño.

Casi “todo lo que he escrito está vinculado a lo que José Agustín ha logrado con la palabra, que atraviesa la superficie de lo cotidiano y banal del instante para llegar al chiclocentro oscuro que todos ocultamos en nuestro interior”; con una expresión límpida y mercurial, y con maestría indiscutible del manejo de la voz alcanza la incorporación de sonidos y música, aseguró la autora del multipremiado Temporada de huracanes.

En alguna entrevista acerca de sus textos autobiográficos bromeaba con que todo lo había aprendido del rock and roll, del gusto por agredir los límites convencionales y del empeño en convertir en letras todo lo que se resistía a volverse literario, aunque no sólo ese género, sino el pop vulgar, que incluye la publicidad, los anuncios televisivos, el chisme, el TV Notas y el albur.

“Leer a José Agustín era lo más cercano a la descarga de adrenalina que se siente al ir a un concierto de rock”, dijo Julián Herbert, quien además de poeta, novelista, cuentista y ensayista posee una fascinación melódica que lo llevó a comparar la obra del homenajeado con diversas corrientes musicales.

Los primeros libros están relacionados sin duda con el rock, ya que tanto la percusión con la que termina La Tumba como la batería básica, se asoman y asemejan mucho al sonido crudo y básico rockabilly, pulido grandiosamente en De Perfil.

Muy pronto empezaría la etapa progresiva, muy presente en Inventando que sueño, que denota juegos y técnicas de escritura muy distintos a los habituales. Abolición de la Propiedad y Se está haciendo tarde suenan al progresivo intenso de la época, que le valieron la cúspide de todo lo que puede ser como autor.

Pero después, la conexión musical se desvía hacia el punk, abandonando la Generación de la Onda para volver sus letras más depresivas, como ocurre en Raíces en el tiempo, que es la decepción profunda del camino, “como cuando entras en un mal viaje”; la misma lectura punk que se hace presente en su cuento Transportarán un cadáver por exprés abre una línea de interesante mirada sobre la retórica lumpen, un territorio poco explorado e incluso semidesterrado de la literatura mexicana, cargada de visiones desencantadas de la realidad.

Luego llegó Ciudades desiertas, que pareciera música The Smiths y Roxy Music, algo que parece ser una balada, pero que de fondo es una cosa muy desangrada y de humor depresivo. Para cuando se publicó Cerca del fuego sus letras ya suenan al futurismo de David Bowie, por transformaciones camaleónicas en términos de concepto cultural y de carácter proteico.

Andrés Ramírez, hijo de José Agustín, contó cómo su padre atravesó por un “bloqueo del escritor” del cual intentó escapar a través de una especie de ritual mágico con su máquina de escribir en la sala de su casa; “mis hermanos y yo, aterrados, corrimos hacia la cocina donde estaba mamá, mientras éramos testigos de su método de desbloqueo. Esto ocurrió sin andar en drogas y supimos entonces que su locura era natural”.

En medio de esa situación fue encarcelado en Lecumberri y la poeta Elsa Cross le dijo que había soñado que una corte de ancianos le decía que anotara sus sueños, porque de ahí saldría una novela, a lo que respondió que lo haría cuando lo lograra, porque nunca los recordaba.

A partir de esa noche, cada sueño fue registrado con una micro letra en cuadernos de por lo menos mil páginas, que ya nadie puede leer –ni siquiera él mismo– y de donde se desprendieron Cerca del fuego, No hay censura y más adelante No pases de esa puerta.

En la obra de José Agustín vive una dimensión musical inigualable –marcada por un juego prosódico, melódico y rítmico– que es parte central de sus creaciones, al que añadió la experimentación verbal desde un campo formal que nunca pareció demasiado serio.