Por José Sánchez López

La ovación en la Cámara de Diputados duró varios minutos y el homenajeado agradecía con las manos en alto. Atrás habían quedado los 34 años que permaneció cautivo en el manicomio de La Castañeda y en el Palacio Negro de Lecumberri, por asesinar y enterrar en el jardín de su casa a cuatro mujeres.

Los legisladores justificaron su “homenaje”, arguyendo que el caso de Gregorio Cárdenas Hernández, mejor conocido como Goyito Cárdenas, “El Estrangulador de Tacuba”, era el mejor ejemplo de que un delincuente si se puede rehabilitar y readaptar a la sociedad, luego de pagar sus culpas y ser un hombre de provecho.

A “Goyito”, los vecinos de la calle de Mar del Norte lo consideraban un excelente hijo, un estudiante ejemplar de la Escuela de Ciencias Químicas de la UNAM, que rechazó la beca ofrecida por Petróleos Mexicanos para estudiar en los Estados Unidos, “por amor a su madre, para no abandonarla”.

Goyo tenía un automóvil propio, rentaba un departamento que utilizaba para estudiar, era empleado y líder sindical en PEMEX, casi una vida perfecta que truncaría en menos de 20 días, al dar salida a sus traumas, depresiones y complejos, asesinando a cuatro mujeres, tres de la vida galante.

La apariencia de Gregorio era realmente inofensiva, de complexión delgada, estatura media, con lentejuelos de arillo, tímido, apocado, no había nada en él que presagiara la existencia de un criminal serial en potencia.

La noche de 15 de agosto de 1942, “Goyito” salió en su automóvil Ford y recogió en la calle a una jovencita de dieciséis años de edad, de nombre María de los Angeles González, alias “Bertha”, a quien llevó a su domicilio, al número 20 de las calles Mar del Norte, en Tacuba.

Al filo de la medianoche y luego de sostener relaciones, la joven fue a lavarse al baño, instantes que Goyo aprovechó para estrangularla con un cordón. Al cerciorarse de que estaba muerta, llevó el cadáver al patio cavó una improvisada fosa y ahí la enterró.

Una semana después, la noche del 23 de agosto, “Goyito” saldría de “cacería” otra vez; en esa ocasión la elegida tenía sólo catorce años. La historia se repitió. La convenció que lo acompañara a su casa donde la adolescente le sorprendió que su cliente tuviera una extensa biblioteca.

Sostuvieron relaciones sexuales y cuando miraba distraída algunos de los libros, Goyo tomó el mismo cordón con la que victimó a la primera mujer y la estranguló. A las cinco de la mañana del día siguiente, la mujer ocupaba otro sitio en el patio de la casa de Mar del Norte.

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Inicialmente fue identificada como Raquel González León, pero una chica con el mismo nombre apareció viva meses después, por lo que se descartó que se tratara de Raquel, pero la jovencita asesinada jamás fue reconocida.

Atrapado en una vertiginosa carrera de sangre y muerte, Goyo acortó los tiempos y esperó solamente seis días antes de ir, la noche del 29 de agosto, a buscar una nueva compañía femenina.

La encontró en otra sexoservidora, Rosa Reyes Quiroz, también menor de edad, sin embargo Goyo había descuidado su entorno: su laboratorio estaba en desorden, los libros fuera de su lugar, había ropa sucia por todas partes y el polvo empezaba a acumularse en todos lados, lo que provocó desconfianza en Rosa, quien eludía acostarse con su cliente.

La joven simuló interesarse en ver el laboratorio y mientras veía unos matraces, tubos de ensayo y un microscopio, sin haber tenido relaciones, Goyo la atacó y la estranguló.

Rosa terminó igual que las otras dos mujeres, en una tumba clandestina del jardín de “Goyito”.

Tan sólo cuatro días después, el 2 de septiembre, Goyo consumó su cuarto y último crimen, pero con algunas variantes, aunque con el mismo destino final: el huerto de la casa de Mar del Norte donde enterraría a la joven.

Goyo  cortejaba a una chica llamada Graciela Arias Ávalos, estudiante del bachillerato de Ciencias Químicas de la UNAM, alumna modelo, hija de conocidísimo abogado penalista: Miguel Arias Córdoba.

La joven aceptaba la amistad de Goyo, pero no lo veía como pareja sentimental, sino simplemente como amigo; ese día, Graciela esperó a Goyo afuera de la Escuela Nacional Preparatoria. Le había ofrecido llevarla a su casa, ubicada en el barrio de Tacuba.

Al llegar afuera de la casa de la joven y aún dentro del auto, Goyo le habló del amor que sentía por ella pero Graciela lo rechazó y entonces él intentó besarla a la fuerza.

Ella reaccionó dándole una bofetada y Goyo, fuera de sí, arrancó de un tirón la manija del automóvil y con ella comenzó a golpear a Graciela en la cabeza hasta que la mató.

Enseguida condujo el auto hasta su propia casa. Bajó el cadáver, lo envolvió en una sábana, lo puso a un lado del catre donde dormía y se echó a dormir. Ya en la madrugada del 3 de septiembre lo enterró, igual que a las demás.

Cinco días después, el siete de septiembre, Goyo le pidió a su madre, Vicenta Hernández, que lo llevara al Hospital Psiquiátrico “Oneto Barenque”, ubicado en la calle Primavera, en Tacubaya, le dijo que se sentía mal, lo auscultaron y resolvieron que fuera internado.

Ahí, en dicho nosocomio fue donde lo arrestaron.

Sobre cómo resolvió el caso el Servicio Secreto, se manejaron dos versiones: una, que algunas de las vecinas entrometidas vieron desde su azotea que entre la tierra removida de aquel prado se podían apreciar los zapatos de una mujer a flor de tierra, por lo que avisaron a la policía.

La otra, más creíble, señalaba que el abogado Arias Córdoba, padre de Graciela, contrató los servicios de un investigador privado para localizar a su hija y los interrogatorios a condiscípulos de la joven, revelaron que Goyo había sido la última persona con la que estuvo Graciela.

El entonces subjefe del Servicio Secreto, Simón Estrada Iglesias, segundo del comandante Rafael Rocha Cordero, “El Gallo” o “Rochita”, como lo llamaban sus allegados, acudió al hospital psiquiátrico para interrogar a Goyo sobre la desaparición de Graciela.

Ante los cuestionamientos, Goyo respondía con incoherencias al tiempo que le mostraba unos pedazos de gis asegurándole que se trataba de pastillas con las que “se  volvería invisible y no le podrían hacer nada”.

El interrogatorio se recrudeció y finalmente Goyo terminó por derrumbarse; confesó que él había matado a la chica y que la había enterrado en el patio de su casa.

Gregorio Cárdenas

La tarde de ese mismo día, la policía, acompañada de Goyo, entró a la casa de Mar del Norte y enseguida se dieron cuenta de un pie podrido que sobresalía del suelo y comenzaron a excavar.

La sorpresa fue mayúscula, pues no hallaron solamente el cadáver de la estudiante, sino los de las otras tres mujeres que habían sido estranguladas y enterradas de la misma manera.

Al llegar a la delegación de policía, el homicida hizo gala de su desarrollada capacidad como mecanógrafo y redactó en cuestión de minutos su propia declaración en la que aceptaba los homicidios contra las cuatro mujeres, pese a esto y al pasar los años, Goyo negó toda responsabilidad en el cuádruple asesinato alegando no recordar nada.

Posteriormente, los investigadores encontraron en su cuarto de estudio, un diario escrito de puño y letra de Goyo que decía:

“El 2 de septiembre se consumó la muerte de Gracielita. Yo tengo la culpa de ello, yo la maté, he tenido que echarme la responsabilidad que me corresponde, así como las de otras personas desconocidas para mí, escondía los cadáveres porque en cada caso tenía la conciencia de haber cometido un delito“.

El 13 de septiembre se le dictó auto de formal prisión y fue recluido inicialmente en el Palacio Negro de Lecumberri, en el pabellón para enfermos mentales, sin embargo, sus abogados consiguieron que fuera trasladado al Manicomio General de La Castañeda para someterlo a tratamiento.

Allí le dieron electrochoques y le inyectaron pentotal sódico para determinar si realmente estaba loco o sólo fingía e incluso se habló que le practicaron una lobotomía.

Poco después, al determinar que no estaba loco, fue regresado a la penitenciaría de Lecumberri, donde permaneció cuatro años más de los que tenía que purgar por sus crímenes, ya que le pena máxima de aquél entonces era de 30 años.

Su caso llamó poderosamente la atención de especialistas, como Robert Ressler, inventor del término serial killer, quien aseguró que esa clase de asesinos, poseen tres características fundamentales: piromanía, crueldad excesiva con los animales y enuresis (incontinencia urinaria). El caso de Goyo se estableció que mojó la cama hasta los 18 años.

Otro de los expertos, Jonathan Pincus habló sobre otras características: madre dominante, daño neurológico y, en la mayoría de los casos, inteligencia arriba del promedio.

El criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón, determinó que Goyo sentía un amor extremo por su madre, además de que sufrió una encefalitis que le originó daños cerebrales.

Gregorio confesó que en circunstancias normales, no alcanzaba la plenitud en el sexo, al respecto Quiroz Cuarón señaló que en muchas ocasiones el crimen es sustituto del sexo, y el momento de la muerte, es cuando llegan al clímax, es cuando más disfruta el homicida serial.

A la edad de 15 años, Goyo comenzó a frecuentar prostitutas, llegando a padecer algunas enfermedades venéreas. En 1940 entró en relaciones con Virginia Leal,  a quien conoce en un baile y después la hace su amante, pero la mujer lo abandonó luego de un corto espacio.

Posteriormente conoció a Gabina González, con la que tuvo que casarse, ya que la familia lo demandó porque ya habían sostenido relaciones sexuales, sin embargo el matrimonio fracasa por la infidelidad de Gabina.

Estos dos fracasos amorosos, señalaron especialistas, aunados a la dependencia de una madre posesiva,  crean en Gregorio resentimiento y cierto odio hacia las mujeres, lo que podría haberlo inducido a cometer sus crímenes.

Gregorio Cárdenas nació en Córdoba Veracruz, en 1915, fue el menor de diez hermanos. Según declaraciones de su madre, Vicenta Hernández y de los psicólogos y criminólogos que lo estudiaron, siempre tuvo problemas neurológicos.

Gregorio Cárdenas

Desde niño presentó un padecimiento llamado “Mal Romboidal” (pesadillas angustiosas) o “Epilepsia Crepuscular”, (impulsos asesinos por la epilepsia) como lo llamaría la defensa.

El criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón, prominente estudioso de la conducta criminal, padre de la criminología y eterno perseguidor del estrangulador, descubrió en Gregorio, a través de estudios y análisis, manchas en la piel, fisuras severas en la lengua y una tendencia a dormir demasiado tiempo.

Ello, a consecuencia de una epidemia de encefalitis que atacó al homicida durante su niñez, la que ocasionó una infección en el sistema nervioso central destruyendo tejido no reproducible de Gregorio.

Otro estudio realizado por el doctor Gonzalo Lafora, señala evidentes signos patógenos, probablemente hereditarios, el padre de Gregorio, de temperamento explosivo, sufrió de jaquecas hasta los 31 años; dos de sus hermanas padecieron también epilepsia.

Su infancia está llena de versiones encontradas, mientras que Vicenta decía que Goyo siempre había sido dócil y obediente, compañeros de escuela lo señalaban como un niño tímido y hasta cobarde, pero taimado, pues acostumbraba dar estiércol oculto en dulces a sus compañeros o quemar el cabello de sus amigas.

También resaltan su crueldad hacia los animales, con frecuencia tomaba pollitos y los mataba poniéndolos en el quicio de las puertas, las que luego cerraba poco a poco y en su época de estudiante gustaba de experimentar con gansos y conejos, algunos de los cuales aparecieron enterrados en su jardín.

Ya en Lecumberri, señaló en su momento Quiroz Cuarón,  Goyo manifestaba un severo amaneramiento, además de una serie de fotografías halladas en Mar del Norte en las que aparece vestido de mujer, específicamente como geisha.

El diagnóstico final sobre la psicología de Cárdenas Hernández de Quiroz Cuarón, estableció lo siguiente:

“Desde el punto de vista de la psicología criminológica, corresponde al de personalidad neurótica: neurosis evolutiva; órgano-neurosis, de tipo introvertido con tendencias homosexuales, narcisismo y erotismo sádico anal. Desde el punto de vista psiquiátrico, su estado neurótico es de esquizoparanoide.

Gregorio Cárdenas estuvo preso 32 años en Lecumberri y dos en La Castañeda. Durante sus breve paso por La Castañeda acostumbraba mantener relaciones amorosas con el personal femenino que ahí laboraba, llegando incluso a salir de vez en cuando del manicomio para acudir al cine.

Goyo obtuvo un permiso especial para que se le permitiera acudir a las conferencias y charlas que brindaban algunos especialistas en el interior del psiquiátrico, además de que devoraba cuanto libro sobre padecimientos mentales llegaba a sus manos.

Sin embargo, también tuvo que sufrir las consecuencias de permanecer en un lugar como ese, pues fue sometido a largas sesiones de pruebas psiquiátricas y de electro choques.

La paciencia de las autoridades de La Castañeda terminó cuando “Goyito” se fugó y se fue a Oaxaca, donde fue capturado, al regresar dijo que solamente se “había tomado una merecidas vacaciones”, pero ya lo esperaba su nueva morada: El Palacio Negro de Lecumberri.

Una vez allí, Goyo memorizó el Código Penal, cursó la carrera de Derecho, se convirtió en litigante, realizaba historietas dibujadas por él mismo donde contaba crímenes famosos.

En principio estuvo en el pabellón de tuberculosos, posteriormente en la crujía circular 1 donde ocupó la celda 26, después de un par de años fue removido a la crujía de castigo 2 y después a la célebre celda 16, habitación que sirvió al criminal para titular su primer libro: Celda 16.

En 1953 Goyo fue transferido a la crujía D y posteriormente a la enfermería del penal, en mayo de 1976 deja Lecumberri para habitar el Centro Médico de Reclusorios de Tepepan donde recibiría ayuda psiquiátrica, hasta que en septiembre del mismo año abandona definitivamente la cárcel como preso, pero sería siempre su centro de trabajo al ejercer la abogacía.

Durante su vida en Lecumberri Goyo siempre llamó la atención, ya fuera por lo publicitado de su caso, o por su fama de maniático, la cual se refrendaba debido a su comportamiento excéntrico dentro del penal, no sólo por su amaneramiento, sino por otras conductas como permanecer hincado e inmóvil durante una semana al recibir la noticia de la muerte de su madre o posar completamente desnudo cuando algún visitante curioso deseaba asomarse al interior de su celda.

Gregorio fue autodidacta en materia de Derecho dentro del penal, gracias a los libros que su madre le llevaba, llegando a reunir más de 200 títulos de la materia.

Su madre también le llevó un órgano en el que demostraba su talento y habilidad como pianista interpretando noches enteras clásicos de: Bach, Liszt, Mozart y Brahms.

Otra de las eternas pasiones de Goyo, aparte de la música y el estudio, fue la pintura. En Lecumberri realizó cerca de setenta obras y en el Reclusorio Oriente realizó un pequeño mural que obsequió a sus compañeros internos.

Fue en Lecumberri donde conoció a Gerarda Valdés, una amiga de su madre, quien sería su segunda y última esposa con la que procrearía cuatro hijos: Marco Antonio, Julio César, Gustavo y Guadalupe.

Gracias a los trabajos legales que realizaba con sus compañeros de encierro y a las regalías, producto de sus cinco libros escritos en prisión: Celda 16, Pabellón de locos, Adiós Lecumberri, Campo de concentración y Una mente turbulenta, además de una tienda que instaló en prisión, pudo sostener a su nueva familia.

El martes 8 de septiembre de 1976, al filo de las 2 de la tarde, luego de 34 años de encierro, “Goyito” recobraría por fin su libertad. Acompañado de su esposa y de su abogado Salvador Salmerón, se presentó en el portón del penal donde lo abordaron decenas de reporteros con cientos de preguntas.

Sólo dijo que sus planes eran titularse como abogado, seguir pintando, escribiendo e irse de luna de miel a Zihuatanejo, pero antes que nada, y como todo buen católico, iría a la tumba de sus padres y a la Basílica de Guadalupe.

La libertad de Gregorio, quien al salir lucia fuerte físicamente, tenía 60 años de edad, 73 kilogramos de peso y 1.73 metros de altura, se dio por el trabajo de su abogado Salvador Salmerón, pero fundamentalmente porque el presidente Luis Echeverría Alvarez lo indultó.

Ya libre, fue invitado por las autoridades de cultura del estado de Morelos a exponer individualmente en el Ex convento de Tepoztlán donde logró vender varios cuadros.

Tras de titularse finalmente como abogado, cuando Mario Moya Palencia era secretario de Gobernación, el Congreso de la Unión invitó a Goyo a asistir a la Cámara de Diputados, donde se le brindó un homenaje.

Al término de su intervención, en la que contó su vida, los diputados priístas aplaudieron de pie al primer “killer serial nacional” y lo calificaron como “un gran ejemplo de rehabilitación para los mexicanos” y hasta llegó a hablarse en su momento de erigir una estatua con su efigie en la Ciudad de México.

Cuando el escritor Víctor Hugo Rascón Banda montó la obra teatral El estrangulador de Tacuba, protagonizada por Sergio Bustamante, Goyo asistió a los ensayos y desde las butacas ayudó al director a corregir algunos detalles.

Finalmente, Gregorio Cárdenas Hernández murió el 2 de agosto de 1999 y se convirtió de esa manera en el asesino serial más surrealista de la Historia. El pueblo le hizo canciones, hubo estampitas con su imagen e incluso fue hasta idolatrado por la gente.