• El coronavirus SARS-CoV-2 ha traído consigo disrupción masiva en la vida familiar, laboral y comunitaria “de los que estamos viviendo efectos negativos en el corto y mediano plazos en diversos ámbitos”.

Por: Redacción/

En el sector académico hace falta poner sobre la mesa la discusión acerca del estrés, que como el resto de componentes de la salud mental estaba en muchos casos olvidado, pues eran perceptibles sólo los impactos orgánicos y físicos, pero no los emocionales, aun cuando son fundamentales de observar en el contexto de la pandemia del COVID-19, advirtió el doctor Carlos Contreras Ibáñez, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

De acuerdo con una indagación internacional en la que participó esta casa de estudios –consistente en una encuesta dirigida a todo público con el propósito de desarrollar un modelo explicativo de los factores que podrían dañar el bienestar psicológico y la capacidad de toma de decisiones durante la emergencia– a finales de abril de 2020 ya se reportaban las primeras situaciones de ese problema en México, derivado de la crisis sanitaria que llegó como un suceso adverso, sorpresivo y generalizado

El coronavirus SARS-CoV-2 ha traído consigo disrupción masiva en la vida familiar, laboral y comunitaria “de los que estamos viviendo efectos negativos en el corto y mediano plazos en diversos ámbitos” y ha resultado desestructurante, al implicar conflictos interpersonales, fallecimientos, violencia estructural y pérdida de trabajo, de sentido existencial y de oportunidades, afirmó el investigador del Departamento de Sociología en la Unidad Iztapalapa.

Durante el Ciclo: Aportes de expertos invitados del Departamento de Atención a la Salud en el contexto de la pandemia por COVID-19 de la UAM Xochimilco refirió que el estrés debe entenderse desde un punto de vista individual como una reacción fisiológica, emocional, cognitiva y conductual a estímulos y sucesos que son percibidos como amenazas incontrolables, provocando una sensación de desbordamiento, aunque debe distinguirse del estresor, ya que “una cosa es la pandemia y otra la percepción de mi afectación, de mi rol y de mis capacidades dentro de la misma”.

Los académicos son propensos a esa condición –como lo es quien se dedica a cualquier otra actividad laboral– y al estar asociados a una función o responsabilidad deben enfrentar estresores por la preparación de clases; la conducción de los alumnos; la aplicación de evaluaciones; la entrega de actas; la relación y la coordinación con otros docentes; la situación personal de los estudiantes; la vinculación con los padres de familia; la salud de compañeros de trabajo; el manejo de la tecnología, y las dinámicas institucionales.

En el caso de la UAM, casi todos son investigadores y deben cumplir con fechas límite de entregas; avance de los proyectos; vínculo con otros docentes y colaboradores; adaptación a nuevas tecnologías y exigencias; trabajo administrativo; liderazgo como coordinadores, jefes, directores y demás estructura de la Universidad, lo cual también es fuente de mucho estrés.

Todos eso puede acabar con el bienestar de quienes llevan a cabo esas tareas y generar envejecimiento prematuro, provocando cáncer, cardiopatías o afecciones cerebro-vasculares, inmunológicas y neurológicas, entre otras. Sin duda, el COVID-19 ha traído como consecuencia mucho más tensiones a la vida de las personas, aunado a “malestares persistentes que nos van incapacitando gradualmente o que se presentan de manera aguda”.

Frente a este panorama, el doctor Contreras Ibáñez sugirió desarrollar resiliencia, no sólo a nivel individual, sino en los grupos y en la sociedad para superar las adversidades, descubriendo recursos comunicativos, organizacionales y socio afectivos que tienen que ver con la empatía, el sentido de comunidad y una respuesta activa y colectiva al acontecer.