Por: Redacción/

Para los alumnos de todos los tiempos ir a la escuela ha sido siempre una obligación y en ocasiones hasta un martirio, pues no siempre encuentran una motivación al entrar al aula de clases; por el contrario, muchas veces en ciertas materias y con ciertos profesores tomar clase se convierte en un sacrificio, en una odisea o hasta en un terror; esto ha hecho que los estudiantes vayan al colegio esperando que por alguna extraña razón no tengan clases, que el profesor no llegue o hasta esperando un fenómeno natural que impida las horas de clases normales.

Cuando veo a los alumnos estresados por que ha concluido o peor aún porque está por comenzar una clase nada agradable me preocupa (y me ocupa) mi condición como docente, pues sé que la materia por sí misma no es la que provoca el disgusto del alumno sino los encargados de la misma; durante mucho tiempo los profesores hemos encontrado la manera de culpar a los alumnos por el poco empeño que ponen en nuestras clases, por el nulo interés o hasta por desaprovechar la oportunidad que se les brinda al estudiar, pero en este tiempo tenemos que preguntarnos ¿Qué tan responsables somos los profesores de este panorama?

Hace algún tiempo tuve la oportunidad de visitar un restaurante en Houston Texas donde el chef preparaba los alimentos directamente en la mesa con los comensales, el empeño que ponía en su trabajo era fenomenal, lanzaba los cuchillos por el aire, movía los alimentos mientras los preparaba de un lado a otro y los malabares no se detenían durante todo el proceso de preparación, mientras hacía su trabajo no dejaba de sonreír y hablar con los clientes logrando que la espera fuera muy grata y al estar listos los alimentos se degustaban con placer no solo por el sabor de estos sino también por el buen trato y el buen rato que significaba la espera.

Sé que a un restaurante se va a comer y no a divertirse pero en ningún lado se prohíbe que sean ambas, por el contrario el tiempo que estuve por aquel país quise repetir mi visita a ese lugar el mayor número de veces y feliz de ser atendido por el mismo chef, muchos eran los clientes de aquel lugar haciendo del negocio uno de los más visitados logrando con esto que entrar se convirtiera en un verdadero placer, el placer de comer bien.

Hoy yo traslado esto a mi trabajo, tal vez a muchos compañeros no les agrada que el salón no se mantenga todo el tiempo en silencio, pero debemos tomar en cuenta que el aprendizaje clave no llega desde el principio sino que como todo tiene un proceso para darse a conocer, entonces creo que podemos hacer de la espera algo grato, que el proceso de enseñanza-aprendizaje sea atractivo, que como profesores no nos limitemos solo a dar la clase sino asegurarnos que el alumno la disfrute y créanme que hay muchas formas de lograrlo.

El tiempo del jalón de patillas y los golpes con reglas, borradores o con lo que estuviera a la mano ya se acabó pero aún se mantienen vigente el terror en otras modalidades, lo he visto en chicos que literalmente tiemblan al saber que comienza tal o cual clase, donde el profesor amenaza desde el principio con reprobar al alumno ante la mínima falla, donde el profesor levanta la voz regañando, retando o hasta maltratando a quienes debería guiar, motivar y enseñar; pero no busco señalar o criticar sino invitar a tomar el reto de estos tiempos de lograr ganar el interés del chico por nuestro trabajo.

Que al igual que muchos van a un restaurante por un chef que hace más que cocinar los alumnos quieran entrar al aula por que tendrán clase con un profesor que hace más que solo impartir información, pues en esta época en el que la tecnología esta tan avanzada el alumno podría ser autodidacta ya que en internet se encuentra el plan de todas las materias y hasta personas que en línea explican cualquier tema, pero los profesores somos importantes en el proceso de aprendizaje del alumno porque dosificamos, simplificamos y hacemos más sencillo el conocimiento o eso es lo que tendríamos que estar haciendo.

Hagamos pues que aprender no sea una obligación sino un placer, que el alumno al ver llegar al profe ponga una sonrisa en el rosto y no un gesto de disgusto, que el profe haga de su trabajo una necesidad y no una obligación, que todos juntos tomemos libros y libretas, que emprendamos el camino al colegio, que volvamos de él, que nos comprometamos y tomemos nuestro roles no solo porque así debe ser sino por el placer de aprender.

Por supuesto que no puede faltar la frase final por lo que te dejo esta de William Arthur Ward: “La enseñanza es más que impartir conocimiento, es inspirar el cambio. El aprendizaje es más que absorber hechos, es adquirir entendimiento”.