Por: César Dorado/

El informe de Evaluación de Política de Desarrollo Social 2018 señaló que entre 2008 y 2016 la pobreza aumento en un 3.9 millones de personas, al mismo tiempo que 2.9 millones dejaron de estar en situación de pobreza extrema. Lo que significa que para 2008, los 49.5 millones que había se incrementaron hasta 53.4 millones pobres en 2016.

En el informe también se destacó que las estadísticas son resultado de la reducción de la mayoría de las carencias sociales, mientras que el resto aún no cuenta con acceso a la seguridad social y a la alimentación todavía, mientras que el ingreso de los hogares ha tenido una trayectoria impredecible.

Dentro de estos números destacan los de la Ciudad de México (CDMX), quien para 2015 registró una población de 8 918 653 millones de habitantes, con 27.6% de estos en situación de pobreza.
En la CDMX, destaca la presencia de la Alcaldía Cuauhtémoc, que es centro político, económico, religioso de México, transitado diariamente por una población cinco veces más grande de las personas que habitan en ella: una delegación llena de comercios y puestos ambulantes que diariamente se ven obligados a competir con los establecimientos con permiso, centros comerciales y operativos sorpresa.

Con una superficie de 3, 244 hectáreas, que representan el 2.8 % de la superficie de la Ciudad de México, Comprende 33 colonias, abarca 2,627 manzanas y el número de habitantes que se ha registrado hasta el 2015 fue de 532 553 habitantes. La alcaldía, de acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), representa a la séptima economía nacional por sus altas localidades comerciales y servicios.

De acuerdo al censo realizado en 2015, la delegación Cuauhtémoc registró una población de 532 553 habitantes, lo que representa un aumento de tan solo 722 habitantes desde 2010.
En tan sólo diez años el incremento en la alcaldía fue de 15,576 habitantes, lo que significa que la delegación tiene un acercamiento en el crecimiento de población con el de toda la Ciudad de México, pues éste tiene un porcentaje de crecimiento de 22.4% mientras que la delegación uno de 19.2%.

Algo destacable de la alcaldía, es que en ella se pueden encontrar esparcidos por diferentes colonias, grupos indígenas provenientes de distintos estados de la República, como Otomíes, Mazahuas y Mayas, al igual que de otros países como Guatemala. Estos grupos comparten el territorio con los demás habitantes locales, aunque siempre están inmerso en un ambiente de violencia y que, debido a la expansión de la urbanización, se exponen a ser absorbidos por formas de pensamiento que los hacen desprenderse de sus costumbres y tradiciones.

De acuerdo con el Inegi, en la Ciudad de México hay 8 millones 918 mil 653 habitantes, de las cuales 8.8% se auto adscriben como indígenas, es decir: 785 mil. La entonces directora de Equidad para los Pueblos y Comunidades de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (SEDEREC), Evangelina Hernández dijo que gran parte de estos pobladores se concentran en las alcaldías Cuauhtémoc, Gustavo A. Madero, Iztapalapa, Miguel Hidalgo, Iztacalco y Venustiano Carranza.

En entrevista, la directora dijo: “De acuerdo con el Inegi, de las 785 mil personas que describen como indígenas, 129 mil hablan alguna lengua autóctona, lo que representa 1.5% de la población”. Agregando que dentro de la CDMX se hablan 55 de las 68 lenguas originarias que hay en todo el país.

Entre las lenguas que más se hablan se encuentran el náhuatl, con 30% del total; el mixteco, 12.3%; otomí, 10.6%; mazateco, 8.6%; zapoteco, 8.2%, y mazahua, con 6.4%. Dentro de esto, Evangelina Hernández puntualizó que los indígenas al instalarse en la ciudad, con el tiempo, pierden su identidad, su lengua y tradiciones debido a situaciones de discriminación. Igualmente, puntualizó: “es preciso dar un paso de reserva y empezar a valorarlos y darles la bienvenida, porque no es un asunto de aceptación y tolerancia, sino un reconocimiento a lo que ellos implican en la Ciudad de México”.

Estos pobladores luchan constantemente por su vida, ya que trabajan jornadas arduas para poder llevar un pan a toda la familia, pero siempre dejando el destino a su suerte, pues nunca se sabe si sobrevivirán o siquiera conseguirán un empleo temporal que les dé el privilegio de satisfacer las necesidades más básicas como la alimentación, el vestido y el techo. Igualmente, dentro de esta constante se muestra una resistencia cultural que los hace lidiar con la discriminación, el racismo y el clasismo de otros habitantes, lo que los lleva a desprenderse de las ropas y las palabras que les dan su identidad cultural.

Tras las transgresiones que han tenido que soportar como la violencia y el bullicio, esta población se encuentra aturdida y no prefieren hablar de ellos o del cómo se las ven aquí, en una ciudad propiedad de todos y de nadie. Al querer hablar, desconfían y el miedo los invade con pesadillas hechas realidad, pues pese a que el resto de las personas parecen ser como ellos, realmente no lo son. Se sienten excluidos, arrebatados y olvidados.

⦁ Olvidados en Moneda

Persona proveniente del estado de Puebla, habla y practica la lengua otomí aun estando en la Ciudad con sus familiares. La principal razón por la que decidió inmigrar fue por la falta de dinero para comprar alimento.

En su pueblo se dedicaban a la industria cafetera, pero las jornadas pese a que no eran tan duras en cuestión de horas, el trabajo en sí se convertía en un infierno pues, andar con calzado no apto para el trabajo o de plano sin calzado era lo que más perjudicaba su eficiencia porque los insectos los picaban y se les llegaban a
infectar los pies.

“La situación acá es más difícil pues de plano hay días que no sacamos para comer”. Constantemente iba y venía a la Ciudad, pues tenía que regresar con la poca familia que quedaba allá y aquí, se queda por periodos demasiado cortos, pues sólo viene a cuidar de su “padre”, un hombre de la tercera edad que toca el violín a lado de Palacio Nacional que al igual que su “hija” visten con ropas
casuales de aquí.

⦁ Abuso de poder

Persona proveniente del estado de Michoacán, trabaja sobre la calle de Uruguay, fuera de la farmacia Parisina vendiendo hierbas curativas. La principal razón por la que ha venido a la capital con sus familiares es por empleo y querer ahorrar para construir una casa en su rancho. Sustentan su comida con lo que juntan en las doce horas que trabajan todos los días, algunas veces no comen por pagar la
renta, o viceversa, no pagan la renta pues tienen que comer.

Han sufrido violencia física como arrastres, golpes con macana, inclusive han golpeado a los menores que vienen con ellos, por parte de cuerpos granaderos al querer proteger la mercancía que venden sin permiso de las autoridades de la delegación. Y bajo estas comeditas, ¿Por qué no pedir un permiso? “Si ya lo hemos pedido, na’más que no nos lo dan y piden mucho dinero”.

Visten como cualquier persona de la ciudad y sus rostros muestran angustia y preocupación. Siempre están al acecho de que los granaderos no se les acerquen, pues su abuso de autoridad lo ha llevado a perder la confianza desde este lado del infierno.

⦁ “A mí me da pena”

Originario del estado de Oaxaca, hijo de una familia que emigró a la capital hace ya 27 años en busca de mejores oportunidades de empleo. Sus padres, se vinieron para acá porque las oportunidades laborales en Oaxaca son muy pocas, al igual que las educativas y de salud, cuando llegaron a México comenzaron a buscar empleo y lo encontraron, se establecieron en una plaza en donde se venden
artesanías mexicanas y de la india, para así sustentar sus gastos.

Él, uno de los últimos nietos y el hijo más pequeño de sus padres, no quiso estudiar y decidió apoyar en la economía familiar, tener una familia y ganar su dinero. Continúa visitando su tierra, pero ya no le gustan los colores ni las telas de la ropa típica de allá. Con una camiseta del Club América y una sonrisa tímida, casi burlona dijo: “Algunas veces vamos para allá, pero no siempre, estamos bien aquí, allá está bien feo… Ja ja j aja no!

Y aunque con pena y un poco de timidez recuerda a su abuela, afirma que solo ella usa la ropa típica de allá: “aquí no las usamos, al menos a mí, me da pena”.

⦁ Ojitos de rencor y desconsuelo

Ella es la primera persona que vendió, y sigue vendiendo, hierbas curativas en la delegación. Proveniente del estado de Puebla, desde pequeña, su madre la mandaba a la capital para poder vender su mercancía y así poder llevar dinero y mantener a su madre y a sus hermanos menores, si no llevaba lo suficiente, su madre la golpeaba y no le pagaba los dos pesos que se merecía. Después de
aprender a contar y leer, decidió escapar de su familia a la edad de diez años para vérselas ella sola en la Ciudad de México.

Desde entonces, ha sufrido carencias y soportado el abuso de los policías de la ciudad: “Antes era peor que ahora. Ahora nos dejan trabajar un poco, pero antes no, antes nos pegaban, nos arrastraban y (presionándose el cuello con ambas manos) nos ahorcaban, Se quedaban toda la mercancía, por eso, todo esto que ves aquí en mis carteles, ya no lo tengo porque ya no alcanza, pero lo teníamos”.

Vestida con ropa casual que venden en cualquier puesto de ropa, gritándole groserías a las personas que les regatean los precios, pies agrietados y una cara de angustia que revela aquel sufrimiento, ella no se rinde, resiste las adversidades de una ciudad que, cegada por la intolerancia y la apatía, se consume a sí misma junto con todos aquellos que no nacieron aquí.