• Las primeas muñecas fueron terapéuticas, algunas de ellas parecían inconclusas, con diseño austero y materiales que se consiguieron regalados, sus rostros de tela y botones reflejaban la mueca del dolor por el que estaban pasando.

Por: Redacción/

Luego del terremoto de 1985 en la Ciudad de México emergió un profundo sufrimiento que a 36 años de distancia aún provoca escalofríos, pero de la tragedia brotó también una ola de solidaridad como pocas veces se había visto, tal fue el caso de las costureras de la Cooperativa 19 de Septiembre, quienes tras perder sus fuentes de trabajo y la vida de muchas de sus compañeras, tomaron aguja e hilo para crear muñecas que les sirvieron, al mismo tiempo, para darse empleo y curarse del dolor, sostuvo la maestra Beatriz Ramírez Woolrich.

Durante el Conversatorio Una se llama Victoria, organizado por la Coordinación General de Difusión de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), la académica de la Unidad Profesional Interdisciplinaria de Ingeniería y Ciencias Sociales y Administrativas (UPIICSA), recordó que en aquel trágico septiembre su solidaridad la llevó a desarrollar durante toda una noche la idea de un proyecto de elaboración de muñecas confeccionadas por las costureras damnificadas para ser puestas en venta y conseguir recursos.

Fue así como el 7 de noviembre de 1985 se emitió una convocatoria en el periódico Excélsior para diseñarlas y pudieran ser confeccionadas a base de retacería por las trabajadoras damnificadas, y de cuya respuesta nació Victoria Moda, la primera muñeca de trapo con lentes y cinta métrica al cuello y en cuyo boceto inicial se lee una grandiosa frase de empatía que dice “Por el sismo salí a la luz, por tu amor tendré vida y con nuestro proyecto, lo aseguro, se animarán a muchos más. Soy Victoria Moda”.

Cuando Ramírez Woolrich y algunas mujeres más llevaron la propuesta a la cooperativa resultó que la presidenta se llamaba también Victoria, lo que auguraba la aceptación y emprendimiento de la enmienda y entonces el proyecto arrancó.

Las primeas muñecas fueron terapéuticas, algunas de ellas parecían inconclusas, con diseño austero y materiales que se consiguieron regalados, sus rostros de tela y botones reflejaban la mueca del dolor por el que estaban pasando, porque lo que hicieron fue verter su dolor para coserse las heridas.

Al cabo de poco tiempo la respuesta había sido tan exitosa que las puertas del Museo Carrillo Gil se abrieron para dar espacio a las muñecas y exponerlas para venta y recaudación de fondos a lo largo de cinco años, donde también participaron los artistas Vicente Rojo con una muñeca de tres cabezas y siete pies, además de Helen Escobedo, Arnold Belkin, Marta Chapa, Beatriz Zamora, Lourdes Almeida y Rogelio Naranjo, entre otros.

Y es que parecía quedar pendiente una deuda que reclamaba un homenaje a la vida, pero sobre todo la necesidad de un acompañamiento entre mujeres, porque si algo tuvo este proyecto fue un despliegue de cuidados muy profundos con derroche de afectos que perseguían conseguir el objetivo de llegar a las compañeras costureras y tratar de aliviar su dolor, por ello nunca dudé en apoyar y trabajar de la mano de Ramírez Woolrich, apuntó María Jiménez Mier y Terán, una de las grandes impulsoras de esta causa.

“Nunca olvidaré el rostro de aquellas primeras mujeres a quienes propusimos el proyecto, varias de ellas lo vieron como un colmo de la locura después de que los dueños de las maquilas se ocuparon por recuperar su maquinaria y telas, pero nunca se preocuparon por rescatar a las compañeras sepultadas”, dijo la profesora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

Por ello en solidaridad íbamos a los cruces de Coyoacán a botear y a pedir dinero, porque el terremoto sepultó vidas, pero desenterró la ignominia en la que vivían las trabajadoras de la confección, al ser un tema muy sensible que despertó la compasión y la indignación de la sociedad que tenía un espíritu de contribuir y colaborar.

Teresa Brisac subrayó: ”no queremos perder esta memoria. Tal como nos acordamos de la catástrofe, deseamos rememorar la solidaridad y la vida intensa que se creó”. Muchas personas trabajaron en el rescate de varios edificios derrumbados en San Antonio Abad, donde proliferaban los talleres clandestinos en pésimas condiciones laborales y en cuya cercanía se hizo un campamento de damnificados que resultaba tremendamente sobrecogedor, porque había niños esperando que salieran sus mamás, rescatistas profesionales había muy pocos, mientras la ciudad se autoorganizaba.

Brisac llegó al proyecto a través de un grupo llamado Comité Feminista de Apoyo a las Costureras Damnificadas, quienes llevaron dinero y comida para el campamento, pero la idea de fabricar objetos y darles sentido era una manera de sobrellevar el dolor y la angustia, que además detonaba con ímpetu el ánimo y la economía de estas mujeres agrupadas, lo que significó una fuente inagotable de alegría e inspiración.

A lo largo de ese tiempo también participó la artista Lourdes Almeida, una de las fotógrafas mexicanas contemporáneas más versátiles, quien durante el conversatorio afirmó que todo salió por amor, por avanzar y por catarsis, donde cada quien adoptaba su muñeca, la confeccionaba o la cosía como coserse a sí misma; ellas solían pasar más de ocho horas haciendo una misma tarea: poner cierres, coser botones o hacer ojales, por lo que esta actividad rompía por completo la forma en que trabajaban, dándole además a los objetos un profundo sentido y espíritu.

El proyecto duró alrededor de 15 años, tiempo en el que se consiguió un edificio con máquinas profesionales donadas por la Embajada de Alemania, hasta que poco a poco sus integrantes fueron regresando a sus lugares de origen o se ocuparon en nuevos oficios y proyectos, pero las 300 muñecas logradas quedarán para siempre en la memoria de las mujeres que unieron sus esfuerzos para reponerse a esta terrible catástrofe.