Por Oswaldo Rojas

Desde el aire, apenas se puede distinguir un hueco entre los árboles que cubren la zona serrana. Es el basurero de Cocula, afirma un integrante de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (Seido). En el helicóptero apenas y se distingue una brecha que llega hasta esa zona donde según las investigaciones del Caso Iguala, al menos 17 estudiantes de la Normal de ‘Raúl Isidro Burgos’, fueron incinerados en septiembre de 2014 por integrantes del Cártel de Guerreros Unidos.

El camino serpentea y a momentos se pierde bajo las copas de los árboles que van desde el municipio de Cocula hasta el tiradero de desechos. El helicóptero realiza el recorrido en instantes, pero por tierra son al menos 45 minutos del pueblo al basurero. El camino es cerrado apenas y cabe un vehículo él. Por más cómoda que sea la unidad, el calor es asfixiante y la humedad hace estragos, la tercería llena la carrocería en minutos, mientras las espinas que crecen en las ramas de unos arbustos rayan el metal.

Ese camino es el que según las investigaciones de la PGR tuvieron que recorrer amontonados en dos vehículos un grupo de estudiantes de la normal de Ayotzinapa la madrugada del 27 de septiembre de 2014, después de que horas antes participaban en lo que serían actos cotidianos para ellos como la toma de camiones y la colecta de dinero.

MUGS Noticias realizó un sobrevuelo y recorrido por todas las zonas que según las investigaciones de la PGR, los jóvenes recorrieron antes de ser privados de la vida.

Los estudiantes viajaron amontonados, unos sobre otros, indica la investigación federal, algunos llegaron asfixiados por el peso de los compañeros que llevaban encima. Sus captores los obligaron a echarse unos sobre otros y a soportar así todo el camino que desde parece una larga serpiente que llega hasta la boca de una hondonada llena de basura que en su parte central aún tiene un claro negrusco, donde se supone los integrantes de Guerreros Unidos incineraron a al menos 17 normalistas.

Horas antes, el 26 de septiembre el ex alcalde de Iguala, el perredista José Luis Abarca, y su esposa, María de los Ángeles Pineda relacionada con el extinto Cártel de los Beltrán Leyva, celebraban una fiesta en reconocimiento a los logros del DIF en la zona. Declaraciones de los detenidos, entre ellos Felipe Rodríguez Salgado, El Terco, aseguran que fue el ex edil quien  pidió la detención de los normalistas. Orden que siguieron los policías pidiendo apoyo a sus compañeros de Cocula.

El primer enfrentamiento entre normalistas y policías se dio alrededor de las nueve y media de la noche cuanto los autobuses fueron interceptados y bloqueados en las calles Juan N. Álvarez y Periférico Norte, una zona de autopista abierta con casas y locales a los costados. Estudiantes que lograrían escapar de ese entreacto relataron que bajaron de los cuatro autobuses en los que viajaban para mover una camioneta colocada por los policías que les cerraba el paso, momento en que sucedió un altercado entre Aldo Gutiérrez Solano y un policía, lo que desató el fuego de los uniformados provocando la desbanda de los jóvenes, trifulca que finalizó cobrando la vida de su compañero Daniel Solís Gallardo.

La investigación posterior dejó asentado que el segundo enfrentamiento se registró a las 23:00 horas, cuando un convoy de normalistas se dirigieron a la zona del primer encuentro luego de que compañeros suyos que habían logrado escapar les advirtieron de lo sucedido. En busca de los faltantes, que se habían ocultado en casas cercanas ayudados por los vecinos, fueron agredidos por una comitiva de hombres armados. Sin oportunidad de repeler el ataque las vidas de Julio César Ramírez Nava y Julio César Mondragón Fuentes se pierden en la balacera. Mondragón sería encontrado al día siguiente con el rostro brutalmente desollado.

Aún ahora en los alrededores de Juan N. Álvarez y Periférico Norte permanecen en fachadas, zaguanes, troncos, cristales y negocios el impacto de las balas disparadas y que perdieron su blanco. Agujeros que lejos de disolverse en la cotidianidad recuerdan a los habitantes que se encuentran en una de las zonas donde la goma de opio es uno de los productos ilegales que los grupos armados se disputan por distribuir .

Se asume que estos disparos fueron realizados por integrantes de Guerreros Unidos, quienes creyeron que los normalistas eran en realidad miembros del cártel opositor Los Rojos.

Para la media noche 43 estudiantes se encontraban como desaparecidos y sus compañeros ya daban aviso a la prensa que llegaba al lugar. Treinta y cinco  de ellos fueron llevados en camionetas de la policía a los separos de la Secretaria de Seguridad Publica de Iguala. La mirilla en el portón deja ver el patio y un altar descuidado y vacío. Según la versión oficial algunos de ellos fueron mantenidos boca abajo en los autos por varias horas mientras eran golpeados.

Tras la orden dada por Abarca otro líder de Guerreros Unidos, El Chucky, mandó entregar a los normalistas cautivos  en los separos al líder de plaza en Cocula, Gildardo López Astudillo, El Cabo Gil; un apostador de grandes números en los palenques regionales y el encargado, según las autoridades, de las inhumaciones clandestinas a personas detenidas en supuestos retenes.

Los policías llevaron a sus rehenes hasta Loma del Coyote, una árida zona en la que un enorme, viejo y erguido árbol sobresale. El Cabo Gil tenia lista en ese lugar una camioneta con capacidad de 3.5 toneladas para transportar a los estudiantes al basurero de Cocula.

El Terco en su momento declaro: “…El Chucky me llamo por teléfono y me dijo que me iba a entregar los paquetes que llevaba detenidos y que eran del grupo contrario, Los Rojos…”.

En Loma del Coyote se observa poco movimiento, se respira su aire caliente con aroma a hierba seca y tierra, el enorme árbol como único testigo marca el lugar exacto en que 35 normalistas fueron entregados a sus futuros asesinos. Las primeras investigaciones demostraron que se trata de un lugar predilecto para los delincuentes puesto que en las inmediaciones se encontraron varias fosas clandestinas con más de 28 cuerpos, ninguno perteneciente a alguno de los 43 desaparecidos. Hasta la fecha más de126 fosas clandestinas han sido encontradas, unas ya repletas de cuerpos pero otras vacías y listas para iniciar su mordido llenado.

La distancia entre Iguala y Loma del Coyote es de tres y medio kilómetros. Una distancia considerable que desemboca en un sitio poco transitado por la madrugada. La casa del Cabo Gil se ubica a dos kilómetros del sitio donde entregaron a los jóvenes cansados, golpeados y algunos inconscientes.

Los ocho restantes fueron sacados de la casa de seguridad y subidos una vez más a la camioneta tipo estaquitas para también ser trasladados al basurero donde Guerreros Unidos llevaba acabo sus incineraciones.

Finalmente en la madrugada del 27 de septiembre lo estudiantes fueron conducidos al vertedero de Cocula por un camino de terracería, cercado a ambos lados por árboles que ofrecen obsequiosos sus ramas espinosas. En auto el sendero se recorre con dificultad y lentitud (50 minutos) y dado que en la periferia no hay casas el traslado de los normalistas se debió realizar en medio del silencio, interrumpido por los plagiarios y las trémulas voces de los jóvenes.

En Iguala quedan las evidencias de lo sucedido la noche del 26 de septiembre, orificios de bala en portones, árboles y fachadas, en los negocios y sus vitrinas. En la calle de la balacera donde fallecieron los primeros dos normalistas, igual número de coronas fúnebres  son testimonio de lo sucedido hace dos años.

El Rancho de El Gil, sigue custodiado.

La rabia de padres y compañeros de los estudiantes sigue vida, la memoria de los habitantes de Iguala sigue dolorida. Nada ha sido igual desde esa trágica noche en que los jóvenes pretendían obtener recursos y camiones para llevar a otros normalistas a la Ciudad de México para conmemorar el 2 de octubre de 1968.

En la zona siguen descubriéndose fosas. Los padres esperan el regreso de sus hijos.

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