Por: César Hernández Dorado/

Desde metro San Lázaro la energía de la gente amante de los sonidos estruendosos ya comenzaba a perfilar lo que iba a ser un buen día para la cultura del rock y el metal; camisetas negras, botas de 16 ojillos, medias de red y maquillaje blanco que evocaba a aquellas bandas nórdicas que prenden iglesias y protestan con su música.

Algunos venían en autobuses, otros en auto y la gran mayoría a pie, bajo un sol recalcitrante que hacía que el paladar se viera tentado por las primeras cervezas de la tarde. Sin pensarlo, las personas se detenían a comer en algún puesto de comida y también en aquellas casas cheleras en donde, con menos dinero, comenzaron a festejar para no gastar tanto adentro.

Entrando se comenzaba a sentir esa energía fiel que caracteriza a los amantes del rock y el metal; personas que corean las canciones que se ponen en los establecimientos de comida o bebidas mientras se toman una selfie frente al cartel que anuncia ese magno evento inventado por los norteamericanos Slipknot.

Fotografía: César Hernández Dorado

 

Fotografía: César Hernández Dorado

El calor aumentaba y la gente se daba cita en cada escenario, algunos bastante alejados y pequeños en donde las bandas emergentes tocaban con esa energía e ilusión que caracteriza a las bandas principiantes y en donde su público son sus amigos, familiares o bien, alguno que otro atrevido que se anima a acercarse y buscar su música en alguna lista de reproducción de Spotify.

Como en todo festival, el público se juntaba poco a poco en el escenario principal, pues ahí Slipknot reivindicaría la cultura del heavy metal en una locación de la que pocos creyeron pertinente para organizar un evento como el de la banda dirigida por Corey Taylor.

Tanus, aquella banda mexicana que enaltece al metal agregándole sintetizadores y arpegiadores armónicos, fue de las primeras en reunir a un público considerable en el escenario Knot Main Stage, ya que sus sonidos arroparon y refrescaron las ganas de querer escuchar una música poderosa.

Así, bajo ese sol deslumbrante, Tanus dejó la vara en alto de un festival que comenzaba a pintar para una noche inigualable. Más tarde, con un grito de guerra argentino que evocaba a la revolución y la unión con el pueblo latinoamericano, Carajo hizo que los asistentes comenzaran a bailar, levantando cortinas de tierra que se movían al compás de sus pies y cabelleras largas.

El sol bajaba y se hacía presente lo que tanto se había dicho, la gente se reunía para ver el concierto, pero ahora desde afuera, posados como cuervos en un puente en donde una barda de dos metros de alto no pudo impedirles la visibilidad. Así, se comenzó una rivalidad en donde los que no pagaron su boleto tenían mejor vista que los de la parte General.

 

Fotografía: César Hernández Dorado

Sin tomarle más importancia, llegó la hora de hacer vibrar el Deportivo Oceanía con el deathcore de Chelsea Grin, quienes con un bajeo impresionante hacían que los intestinos se movieran y dieran ganar de levantar más tierra y sudar entre empujones.

Los guturales del baterista Pablo Viveros hicieron que la gente gritara y constantemente se empujara, lanzara cerveza (o algo más) y que tuvieran uno que otro mal entendido. Así, elevando las expectativas del festival y preparando aún más al publico para la siguiente banda, Chelsea Grin dejó huella en el Parque Deportivo Oceanía.

Fotografía: César Hernández Dorado

 

Fotografía: César Hernández Dorado

La noche comenzaba a arropar a la ciudad y la gran lona de Stratovarius se elevaba por el escenario, así, entre gritos desesperados de jóvenes y adultos que portaban esa camiseta que compraron en sus años de juventud por el tianguis cultural del chopo, salió la legendaria banda de power metal a dar un espectáculo lleno de energía viva, éxtasis y solos de guitarra y piano que hicieron sentir hasta al menos fanático de todos los presentes.

Entre los melódicos tonos de los finlandeses, personas iban y venían de los otros escenarios, algunos emocionados, otros un tanto decepcionados, pero siempre con el ánimo hasta arriba pues al final lo importantes era escuchar música y seguirle siendo fiel a esas bandas que los arropan con sus sonidos.

Fotografía: César Hernández Dorado

Fotografía: César Hernández Dorado

 

Fotografía: César Hernández Dorado

Los equipos se movían de prisa y la batería bestial de Behemoth estaba lista para coronar a la banda polaca de death metal- aunque entre el público se veían inconformidades, pues decían que ya no eran fieles a ese género y que habían decidido cambiarlo por heavy metal, cosas de fanáticos- sin embargo, comenzaron los retrasos y la banda salió 20 minutos después, aunque su público estaba un poco molesto, el cuarteto supo demostrar de qué estaban hechos y, entre guturales ensordecedores, evocaciones musicales infernales y movimientos de cabello, reventaron la calma de todo el alrededor, haciendo gritar a sus espectadores “¡Qué viva Satanás!”.

 

Fotografía: César Hernández Dorado

Entre rumores, la gente comentaba a las bandas del Tecate, Monster y Prudence Stage, en donde también se vivieron momentos de excelente vibra musical que, para los afortunados, quedaran en la historia.

El frío se hacía presente y la tensión se comenzaba a sentir, todos esperaban ese momento, el de Evanescence y Slipknot, los dos grandes broches de oro de la noche. En el puente, la gente continuaba llegando, e incluso llegaron dos patrullas a resguardar la protección de los que disfrutaban el concierto desde, según los chistes de los espectadores que apagaron boleto, un balcón con vista fenomenal.

Todos esperaban y llegó el performance de Cherry Bombs, dejando aún más emocionados a todos para ver a la banda liderada por Amy Lee. El equipo se movió rápido, se levantó la lona con la inicial de la banda, esa banda que hizo gritar y llorar a toda una generación en la década de los noventa.

9:10 p.m. hora programada para el momento, no llegaban, media hora, no pasaba nada, la gente se comenzaba a molestar, pero no demasiado e incluso, algunos aprovechaban el momento para hacer amigos y platicar del cómo es que llegaron a ser amantes de Slipknot, cuántos discos tenía o a cuántos conciertos habían asistido en su vida.

Por un lado, se entonaba el himno nacional y después un cielito lindo, todo iba tan bien hasta que algunas personas de la parte general rompieron una barricada de seguridad, haciendo que los organizadores y bandas tomaran sus precauciones. Pasaban los minutos y por el aire comenzaba al volar tierra y vasos vacíos que golpeaban instrumentos y equipo de audio de la banda.

Se alargaban las horas y nadie salía, nadie aclaraba nada, el público se desesperaba y entre un ambiente de risas y hostilidad, las personas del puente gritaban “reembolso” en “apoyo” a los de adentro. De repente, una voz anunció “para continuar con el concierto, con el apoyo de todos ustedes, les pedimos se hagan a un lado a las personas de la parte general para que puedan entrar los cuerpos de seguridad”, nadie hizo caso de ello.
Personas se saltaron las barricadas y los llevaban presos, otros tantos continuaban lanzando cosas a los instrumentos hasta que la desesperación y a barbarie se apoderó de ellos.

Frente a una masa enojada, el cuerpo de seguridad no pudo lograr su cometido y como si se tratara de una venganza, todos empezaron a romper y destruir los instrumentos, demandando escuchar a Slipknot.

Quemando una batería que horas antes había sido elogiada con un “¡Mira esa chulada!” y “¡Eso debe costar más que mi vida!” se empezó a desmoronar ese sueño de llevar a Deportivo Oceanía un nuevo festival para la gente, la misma gente que también le fallaba a ese festival y a la seguridad de miles de personas de seguridad, mujeres, hombres, niños, trabajadores y quien fuera.

Enfadados, barbáricos, indiferentes, adjetivos hay muchos, culpables sólo dos; una organización que no ofreció lo que tanto prometió y que iba tan bien, y un público que se dejó llevar por la ira, queriendo ser esas bandas que incendian iglesias y protestas, pero sin consciencia, bajo la euforia que produce el alcohol y otras sustancias, muy a la mexicana.