Por: José Manuel Mota Fernández/

Desde la lejanía se puede ver. Es un inmueble grande, moderno, con accesos bien marcados y una sensación de descuido a los alrededores del lugar por todos los materiales de construcción abandonados. Pero poco a poco, conforme se van acercando, el Estadio Alfredo Harp Helú, la nueva casa de los Diablos, te envuelve y te hace sentir, literalmente, como si estuvieras en tu casa.

Una vez que la gente está frente a él, prácticamente todos opinan lo mismo: “sí quedó bien bonito” y después de la afirmación, la cual comparten miles de personas que ya fueron a este inmueble, viene la mejor parte de todo, la convivencia con un recinto que te espera con las puertas abiertas.

Desde el primer momento te das cuenta de que es un estadio especial, bien pensado y ejecutado. Todos los servicios están a la mano, de un lado tienes la zona de alimentos con pequeños negocios que hacen referencias a jugadas del “Rey de los deportes”, como el “Triple Play” o el “Grand Slam”.

Y todo esto hace la experiencia inolvidable y pone a prueba todos y cada uno de los sentidos. Los primeros olores lo dicen todo, es una mezcla un tanto extraña porque los platillos van desde la comida estadounidense como hamburguesas, pizzas, papas fritas y hot dogs, hasta la mexicana con los famosos tacos de cochinita pibil y los esquites que parecen estar en todas las esquinas y aún hay más.

El concepto abierto de la recepción, que lleva de una lado al otro del inmueble permite una conexión con todo lo que está disponible. Los baños están limpios, cerca y bien ubicados, la tienda de los Diablos, de dos pisos, aunque está a reventar, tiene siempre un buen flujo y todos pueden convivir y probarse diferentes souvenirs.

Y luego de dar vueltas por todo el lugar, de comprar cerveza en alguno de los más de 10 establecimientos y visitar las esculturas que están en la zona y con las cuales la gente se toma foto, llega el momento de disfrutar el atractivo principal, de sentarse a ver al ‘Rey de los deportes’.

Muchos dicen que es un deporte aburrido, que no tiene mucho chiste y que en México el nivel no ayuda mucho; que los duelos no valen la pena. Pero lo que no entienden es que es completamente diferente verlo a través de la televisión y verlo en vivo.

A pesar del tamaño del lugar, todos conviven. No hay quien se resista a ser parte del “Tomahawk”, de aplaudir al ritmo de “Vamos Diablos” o sumergirse en la ola que organiza el sonido local y que recorre del jardín derecho hasta el izquierdo con el inconfundible grito de “wuuuuu”.

Y sí, si se piensa, una persona, en ese lugar, no es nada comparado con las 20 mil 800 personas que pueden caber, pero el ambiente envuelve, alienta, entretiene y te hace disfrutar sin importar cómo vaya el marcador o cómo se estén desempeñando los beisbolistas.

Ya que para eso tienen muchos, pero muchos, haces bajo la manga. A diferencia de la televisión, aquí no hay pausas. Mientras no hay juego pueden salir las porristas, tienen una “Dance Cam”, para que la gente haga sus mejores pasos de baile en las pantallas del estadio y la “Kiss Cam” que no discrimina bajo ningún motivo… ninguno.

Cuando ya parece que no puede salir nada más, liberan a los perros. Rocco, Roccy y los Roccoyasos entran al diamante y Rocco, el diablo, se lleva más propuestas indecorosas que los jugadores e incluso, deleita a sus admiradoras y admiradores con un cuerpo de peluche bien trabajado.

Y al final de todo, después de las nueve entradas, por obligación, se tiene que abandonar el recinto que alejado de la historia del Fray Nano, intentará, junto con los Diablos, escribir capítulos emocionantes, épicos, coloridos y alegres para todos los que lo visiten.

Por cierto, los ‘Pillos’ perdieron 7-3 contra los Olmecas de Tabasco en el primero de la serie.