Por: Nilda Olvera/

Hace nueve años, a las tres y media de la tarde en Noruega estalló una bomba que venía dentro de una furgoneta blanca la cual estaba estacionada en el barrio de los edificios gubernamentales de Oslo, el impacto generó que ocho personas murieran y que posteriormente las autoridades enfocaran toda su atención en el incidente, sin imaginarse que, a 40 kilómetros de distancia de allí, en Utoya se desataría el asesinato de docenas de adolescentes.

Corría la mitad del mes de julio del 2011, entre 500 y 600 jóvenes habían asistido al campamento que se llevaba a cabo cada verano desde la década de los 70 en la isla perteneciente al Partido Laborista de Noruega, donde la Liga Jóvenes Trabajadores (AUF por sus siglas en noruego) realizaban actividades al aire libre e inculcaban el interés de conocer y debatir temas políticos.

Después de que se desataran los eventos en Oslo, el encargado de trasladar en bote a los individuos que desearan ingresar a Utoya, recibió el aviso de que “un policía” venía para resguardar la seguridad de los que se encontraban presentes.  El uniformado, un hombre de piel clara, de cabello castaño oscuro y rasgos faciales toscos, traía entre sus pertenencias una caja grande, un rifle y una pistola en el muslo.

A los pocos segundos de que se presentó, comenzó a disparar contra las personas que se le atravesaban en su camino. Cabe señalar que cuando éstos iniciaron muchos pensaron que se trataban de petardos, pero se percataron que sus compañeros se caían por los disparos que recibían.

Para poder atacarlos de una forma más fácil y sin menos complicaciones, el agresor recorría la isla con tranquilidad y gritaba que los pondría a salvo, esto para ganar la confianza de sus víctimas y que así salieran de sus escondites para acribillarlos.

Anders Behring Breivik un noruego de 33 años, fue el responsable de ambos ataques, se disfrazó de policía para simular que formaba parte del equipo de seguridad. Un ultraderechista que cometió sus acciones porque AUF representaba el vivero de dirigentes, que en algunos años, estarían al frente del país, además de ser en su recinto una especie de laboratorio político para el centro-izquierda.

Durante 72 minutos aproximadamente, algunos adolescentes escaparon nadando por el lago Tyrifjorden, mientras que los otros que no sabían hacerlo o que estaban heridos optaron por ocultarse en la vegetación o debajo de los cuerpos de sus amigos que se encontraban sin vida y fingieron estar muertos. Algunos testigos indicaron que cada vez que disparaba se reía de lo que cometía.

El llamado de auxilio lo hicieron los perjudicados, en el que informaron de lo sucedido a sus padres, y que llamaron a las autoridades las cuales llegaron a Utoya para arrestar a Breivik, dejando la cantidad de 69 muertos.

Su juicio se pospuso para el 2012, en él Breivik pidió que éste fuese en audiencia pública, aquél día no mostró signos de arrepentimiento ni se retractó y hasta se disculpó ante otros militantes nacionalistas por no haber matado a más sujetos y saludó a los asistentes con el brazo derecho extendido y el puño cerrado. Fue sentenciado a 21 años de cárcel, luego de que las autoridades lo declararon cuerdo.

Sus actos quedaron recordados por la historia en su manifiesto de más de mil quinientas páginas titulado “2083: Una Declaración Europea de la Independencia” que envió a más de 1,000 personas de derecha en el mundo. Y en el que describe cómo planeó los ataques y en él acusó al Partido Laborista de permitir que los extremistas musulmanes gobiernen la nación.

Actualmente Breivik se encuentra aislado y bajo custodia en el Centro de Máxima Seguridad en el Penal, estudia la carrera de Ciencias Políticas y prepara una autobiografía que llevará por título “Los diarios de Breivik”, en la que dará detalles de la planificación de los atentados.

En el 2015 Utoya reabrió sus puertas, con el objetivo de superar un trauma que atormentó a la sociedad. Quiénes tres días después de la masacre, efectuaron la llamada “Marcha de las Rosas”, en la que 150 mil ciudadanos desfilaron por Oslo con rosas y antorchas en homenaje a los que cayeron ese día.