Texto: Karina Peralta Garrido 

Ilustraciones: Andrea Uriarte García

Truman siempre supo encontrar su fortaleza en las palabras. Ellas eran ambas: escudo y espada. ¿Él? Él era apenas un niño, de estatura más baja que el promedio y que vestía de forma elegante; casi siempre con un pequeño saco blanco, corbata y unos simpáticos shorts holgados que no hacían más que evidenciar lo delgadas que eran sus piernas. Rubio, de mirada pícara y sonrisa provocadora.

El chico que caminaba moviendo excesivamente sus manos y que era tachado, por el resto de los de su edad y a veces también por algunos adultos, de ‘sissy’, la cual es una palabra que en inglés se utiliza para referirse, de forma ofensiva, a un hombre afeminado, débil y cobarde. Pero él no era cobarde. Simplemente tenía otras maneras de defenderse: hacía uso de las frases precisas, la labia y el engaño.

Empezaba la década de los treinta, se encontraba en la Monroeville, Alabama perteneciente a ese periodo histórico al que se le ha denominado como la Gran Depresión. Reinaba una inestable situación económica, la cual se debió al desplome de la bolsa en la ciudad de Nueva York en octubre de 1929.

Muchas familias perdieron sus casas y ahorros, el desempleo se elevó en un 25% y, en general, el panorama era un poco gris. Los niños no tenían dinero para comprar juguetes, por lo que eran varios los que elegían formas distintas de diversión: molestar a Truman, era un pasatiempo bastante común.

Vueltas de carro y algunas otras piruetas, eso era lo que el pequeño hacía para convencer a los demás de que sabía pelear. Solía alegar que su papá le había enseñado a hacerlo y les advertía que no se metieran con él, lo más simpático es que eran bastantes los que de hecho le creían.

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Por supuesto, todas eran mentiras, no sólo no tenía idea de cómo soltar un puñetazo, sino que la relación entre él y sus padres era prácticamente nula.

Pero para entender esto, retrocedamos un poco más. Truman Streckfus Persons, na- ció el 30 de septiembre de 1924 en Nueva Orleans, Louisiana.

Hijo de Lillie Mae Faulk, una joven de 16 años que era considerada como una de las bellezas más notables del sur, y Arch Persons un “simpático comerciante” de casi 26 años. El noviazgo de la pareja no duró mucho y ante la inminente llegada de un bebé, al que trataron de abortar (no encontraron alguien dispuesto a hacer el “trabajo”), contrajeron matrimonio. Ninguno de los dos mostraba un interés verdadero por el recién nacido, de hecho a menudo lo dejaban encerrado en cuartos de hotel para salir a divertirse, y al ser éste el único motivo por el que seguían siendo esposos, no tarda- ron en comenzar los trámites de divorcio.

Mientras los pleitos entre estos personajes se desarrollaban, Truman terminó por mudarse a Monroeville para vivir con familiares de su mamá, especialmente tías, por alrededor de seis años.

Él no conseguía adaptarse al lugar, a su corta edad tenía solamente cuatro intereses: leer libros, ir al cine, bailar y hacer dibujos. Los demás chicos no compartían estas aficiones, por el contrario, las consideraban extrañas. La falta de amigos y la indiferencia que tenían hacia él sus padres, provocaron en el pequeño una angustiosa sensación de soledad que lo acompañaría por el resto de su vida.

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Capote construyó enormes castillos de aire, utilizando para sus fantasías las promesas de muchos de sus familiares. En algún punto de su niñez, su mamá le aseguró que le compraría un perro; él, en respuesta, pasó varias horas pensando en cuál sería el nombre que le daría al animal. Creó un espacio en su corazón para él, creyó que, en cierta forma, tendría compañía; pero la anhelada mascota nunca llegó a estar entre sus brazos.

Su padre, por otra parte, le prometió que le llevaría libros; ese objeto preciado que era tan complicado de obtener y que al pequeño le serviría como escape para los momentos de soledad y aburrimiento. Escribió listas específicas con los títulos que ansiaba recibir pero, de nuevo, estos jamás llegaron.

Afortunadamente, no era el único niño en la ciudad con un precoz interés en las letras. Muy cerca, en la casa de al lado, vivían los Lee; una respetada familia de altos valores éticos. Truman no tardó en entablar una estrecha relación con A.C. Lee, jefe del hogar y también el abogado más reconocido de la zona, y su hija Harper, quien se volvió prácticamente una hermana para él.

Ella era una chica que vestía como niño y que leía a la perfección a pesar de no tener la edad necesaria para estar inscrita en la primaria. Dudaba poco al momento de entrar en una pelea, defendía su nombre y el de su amigo a toda costa, por lo que terminó ganándose fama de bully. Esta niña crecería para convertirse en la ganadora del premio Pulitzer por su novela Matar a un ruiseñor.

En palabras de Gerald Clarke, biógrafo de Truman, “El vínculo que les unió era más fuerte que la amistad: era una angustia común (…). No tenían otros amigos verdaderos. Harper era demasiado tosca para la mayoría de las chicas, y Truman demasiado suave para la mayoría de los chicos.” Y así fue como el niño afeminado y sensible se hizo cómplice de la pequeña más ruda del pueblo.

Esta relación fue inmortalizada por cada uno de ellos. En el caso de Lee, se encuentra en el vínculo existente entre Scout Finch, la protagonista de Matar a un Ruiseñor, y su curioso vecino Dill. En el de Capote, se puede apreciar en su primera novela Otras voces, Otros ámbitos con la relación entre Joel e Idabel.

Ambos pasaban largas horas juntos, compitiendo y jugando a inventar historias. El señor A.C. Lee, les obsequió una máquina de escribir usada que ambos se turnaban para redactar pequeños cuentos que se perdieron en aquella época, pero que constituyeron la base de la carrera que los haría irremediablemente famosos. La cooperación entre estas dos gran- des figuras de la literatura no sólo se daría en forma de juego, sino en la realización de una de las novelas contemporáneas más importantes, de la cual hablaremos más adelante.

En cuanto a los primeros ejercicios literarios de Capote, éste diría: “Empecé a escribir cuando tenía ocho años: de improviso, sin inspirarme en ejemplo alguno. No conocía a nadie que escribiese y a poca gente que leyese. Pero el caso era que solo eso me interesaba (…).

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Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me habla encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse”.

El genio innato de Truman empezaba a crecer con la ayuda de la práctica diaria y la pasión, por no decir obsesión, que éste tenía por perfeccionar su técnica y mejorar. Sin embargo, esta etapa en su vida, pronto llegó a su fin. Obtuvo un poco de atención por parte de sus padres durante el divorcio de los mismos, ya que a lo largo de éste ambos se peleaban la custodia del joven escritor como un medio para lastimarse entre ellos. Finalmente, ganó la madre, quien se lo llevó a vivir con ella, y su segundo esposo Joseph García Capote, a la ciudad de Nueva York en 1932.

Ahí, él pasó por un periodo doloroso ya que Lillie Mae podía ser muy dulce a veces pero, la mayor parte del tiempo, se mostraba fría. Lo castigaba por ser afeminado o simplemente por no comportarse como el resto de los niños. Lo cual derivó en una rebeldía por parte de Truman. Era un pésimo estudiante, le costaba trabajo poner atención y seguir las reglas. Pero había algo en su persona que lo ha- cía adaptable en las escenas sociales. Rápidamente conseguía encantar a sus compañeros de clase, hacía de todo para entretener a las personas y poseía un talento: era magnífico contando historias.

Intentando terminar con esta temporada de frivolidad, y con la esperanza de hacerlo un poco más masculino, su madre decidió enviarlo a una escuela militar, en la que el joven sólo soportó un año ya que, en parte debido a su baja estatura, era molestado por el resto de los cadetes. Su padrastro, era una figura un poco más estable, por lo que Truman desarrolló un interés especial en él. En el año de 1935, abandona los apellidos Streckfus Persons y toma el de Joe Capote.

Poco tiempo después, un grupo de adolescentes, amigos del ahora joven de 15 años, se juntaban para beber, fumar y bailar en la habitación del escritor. Se aparecían en todos los clubs de moda, buscaban aventura, turbulencia: cualquier experiencia que les diera algo de qué hablar. Estas idas y venidas provocaron que Capote reprobara un año escolar. Pero no sólo esto, al convivir con personalidades como Oona O’Neill, hija del ganador de los premios Nobel y Pulitzer, Eugene O’Neill, y la escritora Agnes Boulton, iniciaría su red de amigos del mundo intelectual y artístico que lo acompañaría a lo largo de su vida como adulto.

Al mismo tiempo, el problema de bebida de su mamá comienza a ir en aumento. La resolución que encuentra para dejar ese eterno pleito, es independizarse mudándose a un departamento que sostendría él solo. “Por desgracia, mi madre, que sufrió varios abortos y de ello resultaron problemas mentales, se volvió alcohólica y convirtió mi vida en una pesadilla. Acabó suicidándose (somníferos)”. Son las palabras exactas que utilizó Truman en una carta para describir el final de esa historia.

Con 17 años, Capote toma un empleo en la exclusiva revista The New Yorker; al principio sólo se encuentra al teléfono, copiando los trabajos que le dictan sus compañeros, pero pronto consigue publicar diversos textos, volviéndose rápidamente un periodista consumado. Al mismo tiempo, logra escribir algunos cuentos de ficción con los que se siente cómodo y satisfecho de nuevo.

No se puede comprender a Truman, sin recalcar su necesidad de contar los detalles que encontraba día con día en el mundo. “Me gusta escuchar, y me gusta hablar” afirmó alguna vez mientras explicaba la importancia de ser capaz de reproducir las conversaciones que has tenido en el día, de encontrar el punto central de la charla y narrarla explotando su valor estético..

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Así pues, siendo apenas un adolescente, comienza a barajar la posibilidad de hacer públicas las capacidades que tiempo desarrollando. Cinco años después, abandona la redacción para escribir y publicar el relato Miriam en la revista Mademoiselle. El éxito comercial llega de la mano del reconocimiento de la crítica, y con este primer contacto con el mundo de la literatura recibe el Premio O’Henry.

A la par de lo anterior, Truman tiene su primer enamoramiento serio con un profesor de universidad llamado Newton Arvin, el cual quedó flechado por la personalidad ingeniosa del joven. Sin embargo, la relación amorosa más im- portante que tuvo en su vida iniciaría apenas dos años después cuando, en una fiesta, conociera al también escritor, Jack Dunphy.

En los primeros años de su romance, ambos viajaron juntos hacia innumerables destinos, especialmente de Europa. Dicha relación duraría 35 años. Un dato curioso es que ninguno de los dos consideraba a la fidelidad como un requisito indispensable para sostener su noviazgo, por lo que ambos pasan por varias parejas en ese periodo.

En 1948, se edita su primera novela, Otras voces, otros ámbitos, la cual está llena de elementos autobiográficos como el hecho de que el protagonista deba vivir con unos familiares extravagantes en una ciudad sureña en la que no encaja. La crítica lo aplaude, lo califica como un discípulo de Poe y habla de su estilo encasillándolo en el género conocido como “gótico sureño”, que se caracteriza por: el gusto por lo anormal, exaltación de aspectos oscuros de las profundidades del alma humana, desviaciones sexuales, aparición de personajes erráticos y especial atención en lo grotesco.

Todo lo anterior, es una buena forma de definir a la obra que lo lanzaría al mundo de la fama. Pero lo más importante y llamativo de la misma, es la madurez literaria que presenta a pesar de tratarse de un autor novato, al menos en cuanto a obra publicada.

Capote se vuelve rico casi de inmediato, con la edición de varios cuentos que se vuelven igual de exitosos en venta que su primer libro. Curiosamente, él es una de esas personas que rompen con el estereotipo del escritor huraño que pasa horas encerrado. Presenta un desapego hacia todo lo que el mundo intelectual tradicional entiende por artístico y, por el contrario, parece sentirse mucho más cómodo entre “las diversiones banales”.

A modo de ejemplo podemos hablar de su primera visita a París en la que Truman ignoró, casi por completo, los museos de la ciudad para, en palabras de Gerald Clark, asistir a “los cafés famosos y encontrar a los escritores conocidos por su reputación escandalosa”.

Pero no todo es fiesta, prácticamente dedica 10 años a experimentar con diferentes tipos de textos. No sólo publica diversas colecciones de relatos breves, sino que escribe ensayos, descripciones, comedias, y reportajes para The New Yorker.

En esa década de los cincuenta se podría decir que Truman pasa, principalmente, por dos etapas: la primera está compuesta por los varios intentos que hizo por introducirse en el mundo del teatro (todas sus obras resultaron ser un fracaso), y en la segunda podemos ver a un Capote que hace guiones para cine. En este sector sí consigue varios éxitos como la taquillera película, protagonizada por Humphrey Bogart: Beat the Devil.

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Pronto, en 1958 para ser precisos, alcanza uno de los momentos clave de su vida como escritor, con la publicación de su relato Desayuno en Tiffany’s. Este representa la coronación de Truman como prodigio de la literatura y como ícono de la cultura popular. Ya que consigue crear personajes frívolos y de intereses egoístas pero que a la vez resultan empáticos, los coloca en escenarios que son entre solitarios y cómicos, para finalmente formar una historia llena de matices grises e increíblemente disfrutable.

Dicho relato sería tan bien recibido por el público que su adaptación fílmica, la cual estuvo protagonizada por Audrey Hepburn, a pesar de que el mismo Capote expresara deseos de que su amiga y actriz Marilyn Monroe fuera quien obtuviese el papel, es hasta la fecha un referente obligado en el cine popular.

Respecto a este libro, el escritor afirmaría: “Bueno, creo que he tenido dos carreras: una fue la carrera de la precocidad, la joven persona que publicó una serie de libros que eran realmente remarcables. Incluso puedo leerlas ahora, y evaluarlas de forma favorable, como si fueran el trabajo de un extraño. De alguna forma, lo son. La persona que los escribió ya no existe. Mi metabolismo, artística e intelectualmente, ha cambiado. No digo que para mejor, sólo cambió. De la misma forma en que el cabello cambia de color. Mi segunda carrera comenzó- creo que en realidad empezó con Desayuno en Tiffany’s, Porque en este libro se involucran un punto de vista diferente, y también cambió la prosa”.

Por lo anterior Capote, quien alguna una vez fuera inadaptado, de pronto se encontró rodeado de un éxito mayor que el que había probado como novato en la escena intelectual. A Truman, el mundo de los ricos y de la élite social, siempre le pareció fascinante por lo que no le costó mucho trabajo dejarse llevar por él En cuestión de meses los eventos sociales terminaron por ser su única realidad. Muchos, entre los que se encuentran Gloria Guinness, Babe y Bill Paley (Fundadores de CBS Televisión), Jackie Kennedy y su hermana Lee Radziwell, se vuelven su círculo más íntimo de conocidos. Durante buena parte de su adultez, Capote era considerado el mejor compañero para una fiesta.

Pero nada, al menos no aún, podía detener la obsesión que él tenía con su trabajo. Siempre se estaba retando y era el crítico más fuerte de su obra. Decía que le tenía miedo a la hoja en blanco, hacía mil cosas para aplazar el momento de comenzar su jornada de escritura y, sobretodo, le aterrorizaba no llegar a ser capaz de superar sus textos anteriores. Pero también reconocía abierta y eufóricamente todos los logros que tenía. Tanto que algunos de los habitantes de Monroeville, coinciden en afirmar que la mejor forma de definir al escritor, es a través de dos palabras: gran ego.

 

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Al respecto, Truman respondió alguna vez: “No tiene nada que ver con eso. Definitivamente no es mi caso porque honestamente no tengo mucho ego. Tengo un tremendo sentimiento sobre la importancia de mi trabajo. Es decir, le debo a Dios, si quieren ponerlo de esa forma, el lograr lo que sé que puedo. No puedo de- tenerme aquí, ¿sabes?, porque hay otro nivel, el último estado de gracia. Y tengo que llegar ahí”. En repetidas veces habló de la responsabilidad de hacer algo digno del talento que le fue otorgado, quizá es por esto que no se conformó con el éxito que ya había alcanzado. Quería crear una obra que lo inmortalizara, una que revolucionara la forma de crear literatura.

En 1959, en un pequeño pueblo de Kansas llamado Holcomb, se da un acontecimiento que lo cambiaría todo para nuestro escritor. La familia Clutter, que estaba compuesta por un agricultor, su esposa y sus dos hijos, fue asesinada; ellos habían sido atados y acribillados por criminales desconocidos y, lo más impactante de todo, no parecía existir ningún móvil. Los Clutter eran el modelo de la familia perfecta, ayudaban a sus vecinos y no se les conocían enemigos, además de no ser lo suficientemente ricos para llamar la atención.

Como respuesta ante un asesinato con ta- les características, creció la paranoia en el lugar, lo que terminó por atraer a todos los medios del país. La revista The New Yorker, que esperaba publicar un reportaje respecto al caso, envió a Capote como corresponsal. En cuanto éste se enteró de lo acontecido tuvo una revelación: voilà, había encontrado el argumento para su esperada gran obra.

Sin embargo, sabía que se trataba de un trabajo extenuante para el que necesitaba ayuda, por lo que decidió solicita el apoyo de una persona de confianza: Harper Lee. Ambos se trasladan a Kansas donde permanecieron juntos por más o menos un mes. Ahí se entregaron de lleno a la investigación necesaria para la novela de no ficción.

Pero no todo era miel sobre hojuelas, lo cierto es que Capote no lograba empatizar con los habitantes del pueblo debido a su extrovertida manera de ser y su abierta sexualidad. Probablemente le hubiera resultado casi imposible obtener todos los datos de no ser por la compañía de la escritora. Se trataba de un lugar pequeño, alejado de las grandes ciudades y en donde la gente era más bien desconfiada.

En los testimonios de los pobladores, que fueron recabados para las respectivas biografías de ambos personajes, éstos relatan el cómo se rehusaban a brindarle información a Truman, algunos incluso creían en la posibilidad de que él fuera uno de los asesinos. Afortunadamente, poco a poco fueron invo- lucrándose más hasta terminar por ser elementos clave en el caso. “Juntos, podremos hacerlo bien”, fueron las palabras de Harper al relatar sus primeros días de investigadores.

Entre 1959 y 1966, Capote se dedicaría de lleno a trabajar en A Sangre Fría, la novela de no-ficción (a la cual más adelante calificarían como precursora del llama- do “nuevo periodismo”) que lo inmortalizó.

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Estuvo presente a lo largo de todo el caso, incluso cuando se descubrió a los criminales: Dick Hickock y Perry Smith. Debido a la especialmente estrecha relación que Truman desarrolló con este último, son muchos los investigadores, entre ellos el biógrafo oficial Gerald Clarke, que aseguran que hubo un enamoramiento del escritor para con el criminal.

Estas suposiciones presentan su sostén en el hecho de que Capote se identificaba con él por lo que, hasta cierto punto, comprendió e incluso justificó algunos de los actos de Perry. Los encuentros entre ambos se daban en una pequeña celda, en la que las entrevistas indagatorias terminaban por convertirse en diálogos. En estas largas conversaciones, ambos personajes fueron exponiéndose, sacando a relucir incluso los recuerdos más personales. Ejemplo de esto son algunas de las cartas que el escritor le envió al preso

Querido Perry:
Ayer por la noche me desperté de repente, pensando: Perry dice que no s a b e nada sobre mí, nada a ciencia cierta. Me quedé levantado y dándole vueltas, y me di cuenta de que, en algún sentido, era verdad. No conoces ni siquiera los acontecimientos superficiales de mi vida, que guarda unas cuantas similaridades con la tuya. Fui hijo único, y muy bajito para mi edad: siempre fui el más bajo de la clase. Cuando tenía tres años, mi madre y mi padre se divorciaron.

O el fragmento del poema Los hombres in- adaptados, de Robert Service que Capote le enviara a Perry para explicarle que am- bos tenían la misma relación con el mundo:

Hay una raza de hombres inadaptados,
una raza que no puede estarse quieta,
rompen los corazones de sus parientes y amigos,
mientras vagan por el mundo a su albedrío.

Truman comienza a tener que librar una guerra interna; por un lado está el deseo de terminar su obra maestra, a la cual no le puede dar un final apropiado sino hasta que se cumpla la sentencia de los criminales, pues sólo en ese momento estaría completo el caso. Pero, esto significaría decirle adiós a Perry quien seguramente tendría que enfrentarse a la pena de muerte. Capote no busca la justicia, finalmente nunca conoció a ninguno de los miembros de la familia Clutter. En cambio, asiste a la ejecución de los dos asesinos, evento que le genera tremenda conmoción.

Su obra le trajo riqueza y reconocimiento a nivel mundial: vendió millones de ejemplares, y fue rápidamente traducida a 24 idiomas. Sin embargo, lo cierto es que para un hombre de gran sensibilidad, entrar en un territorio tan oscuro como lo fue reconstruir el crimen y volverse cercano a los causantes del mismo, significó aceptar la llegada de cicatrices en sus de por sí inestables emociones. Siempre se supo que Capote tenía un problema con la bebida, pero este no hizo sino incrementarse tras la publicación del libro. También por esa época comenzó a tomar tranquilizantes, de los cuales

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Robert Linscott, quien fuera su editor en Random House, describía a Truman de una forma muy acertada en cuanto a este aspecto: “Como artista, es un experto, tiene completa seguridad en sí mismo. Como ser humano, tiene una enorme necesidad de ser amado, y de que ese amor lo reconforte. Como otras personas sensibles, él piensa que el mundo es hostil y terrorífico. Truman tiene todo el estigma del genio. Estoy convencido de que todo genio debe estar estigmatizado. Debe ser herido”.

Muchos sostienen que el deterioro personal de Truman se debió al enorme esfuerzo que le supuso la creación de A Sangre Fría, y es que por esos años, también se acrecentaron los problemas con Jack Dunphy. Éste deseaba que Capote abandonara la bebida y las drogas. El escritor acudió a diversos centros de rehabilitación pero nunca consiguió librarse de sus adicciones. Aunque él y Jack dejaron de tener una relación amorosa estable, hasta el fin de sus días mantuvieron estrecha comunicación como los amigos de toda la vida que habían sido. Por otra parte, Capote, ya en sus cincuentas, comenzó a tener relaciones afectivas con jóvenes, lo que podría ser considerado un indicador de su inestabilidad emocional.

Pero no todo era gris en la vida del escritor, y es que el 28 de noviembre de 1966, consiguió co- ronar su esplendor encabezando y organizan- do el que es considerado uno de los eventos sociales más grandes del siglo XX. Dicha fiesta, que tuvo lugar en el Gran Salón del Hotel Plaza, siguió un estricto código de vestimenta en el que los hombres debían usar ropa negra y las mujeres podían elegir entre ese color y el blanco. Todos, sin excepción, tenían que llevar una máscara. Al festejo acudieron los grandes literatos de aquellos años y estrellas del mundo del espectáculo, la mayoría de los cuales romperían toda relación con Capote unos años después.

Esto ocurrió así: Truman se tomó un descanso, él que había demostrado ser un maestro del relato corto, por el momento no tenía planeado involucrarse en un proyecto tan gran- de como A Sangre Fría, al menos por algún tiempo. Sin embargo, sus editores, entusiasmados por el éxito comercial de la novela, lo presionaron para trabajar en un nuevo libro. Así fue como comenzó su obra inconclusa, Plegarias atendidas. En dicho texto, Capote retomó fragmentos de las alocadas vidas de sus amigos para crear un relato emocionante.

Pero no contó con la molestia de los mismos que, al verse expuestos, se sintieron traicionados, lo que culminó en un aislamiento colectivo al escritor. Éste alegó que, como narrador de historias, siempre fue obvio el hecho de que haría uso de todo lo que escuchara y viera. Pero a pesar del casi cinismo con que se expresó, la realidad es que después de esto se sumió en depresión.

La tristeza puede condenarte, se presenta lentamente y cuando menos lo notas te ha consumido por completo. Capote resistió un tiempo, se mantuvo fuerte ante las oleadas de melancolía que le impedían levantarse de la cama. Soportó todo, en parte por el aún frenético deseo de escribir que nunca moriría completamente dentro de él. Se mantuvo en una vida de la que ya no esperaba gran cosa. En sus pa- labras: “Sólo diré que no soy una persona feliz. Sólo los imbéciles o los idiotas son felices”.

El final le llegó a la edad de 59 años, cuando partió a Los Ángeles, para visitar a su amiga Joanne Carson quien estaba a punto de celebrar una fiesta. Sin embargo, ésta terminó por encontrarlo muerto un sábado a mediodía Debido a las adicciones del escritor, que muchas veces lo orillaron a la hospitalización, se especuló bastante sobre su muerte, alegando que había sido el resultado de una sobredosis. Pero lo cierto es que una autopsia demostró que las causas habían sido naturales. El cuentista, novelista y periodista, falleció a consecuencia de una dolencia hepática, junto con flebitis.

“Los análisis toxicológicos demuestran que Capote había consumido únicamente los medicamentos que se le habían recetado para tratar sus problemas de insomnio, ansiedad, dolores en las piernas y convulsiones epilépticas” fueron las palabras de una fuente anónima que presentó el reporte a los medios.

Truman; el hombre que no comenzaba o terminaba cualquier cosa en un viernes, por miedo a la mala suerte; el desadaptado que conquistó y desencantó a las estrellas del momento; ése que sólo podía escribir acostado, el que se definió a sí mismo con la emblemática frase: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”, finalmente dejó caer la pluma abandonando esa maldición bondadosa que impactó al mundo.

Un buitre, ese fue el animal que Truman Capote eligió cuando se le cuestionó en qué forma le gustaría reencarnarse: “Son libres y simpáticos. A nadie le gustan. A nadie le importa lo que hacen. No hay que preocuparse ni por amigos ni por enemigos. Simplemente están ahí, aleteando, pasándolo bien, buscando algo que comer”, explicó. Este hombre fue capaz de cosas sorprendentes en vida, por lo que no está de más mantener los ojos abiertos, cuando una de estas criaturas se cruce en nuestro camino, pues podríamos estar ante la presencia del genio de las palabras.

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