Por: Redacción/

Historiadores del INAH evocaron cómo se creó esta vía terrestre, a raíz de las exploraciones hispanas que persiguieron las míticas ciudades de oro de Cíbola y Quivira

Aún más importante que su labor fundacional de transportar metales preciosos, el Camino Real de Tierra Adentro  fue el primer gran difusor de ideas y manifestaciones artísticas y culturales del virreinato. Esta antigua ruta celebró, este 1 de agosto, 10 años de su inscripción en la Lista de Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). 

La historia de la colosal vía terrestre, la cual estuvo en uso por más 300 años, tiene un origen mítico, vinculado con las más tempranas exploraciones de la entonces llamada ‘frontera chichimeca’.

En el marco de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, los historiadores Violeta Tavizón, directora del Museo Regional de Historia de Aguascalientes, y Evaristo Robles, curador del Museo de Guadalupe, Zacatecas, señalaron que tras la conquista del centro de México, los españoles, en cuyo imaginario estaban las dos míticas ciudades de oro, Cíbola y Quivira, comenzaron a organizar exploraciones hacia el norte.

Los consecuentes descubrimientos de vetas mineras dieron pie a la fundación de villas cada vez más septentrionales: Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas y Parral.

Esas primeras expediciones, señaló Violeta Tavizón, implicaron también las más grandes migraciones del siglo XVI, cuando más de 400 familias tlaxcaltecas, además de tenochcas y tarascos, partieron junto con los españoles.

Los indígenas, incluso, fueron quienes marcaron el camino ya que, de antemano, conocían las antiguas rutas de comercio de obsidiana y turquesa con los pueblos que estaban asentados en lo que hoy son los estados de Arizona y Nuevo México, en Estados Unidos.

Así, las técnicas artesanales prehispánicas de plumaria, cerámica y escultura con pasta de caña, se conjugaron paulatinamente con el arte religioso de los hispanos, dando pie a devociones como la de la Virgen del Refugio.

Dicha imagen, comentó Evaristo Robles, llegó desde Italia a la ciudad de Puebla, y de esta se trasladó como una donación al Colegio de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe, en Zacatecas, donde fue tomada como estandarte para las misiones de evangelización que se emprendían en las tierras chichimecas.

El historiador dijo que otro ejemplo de cómo el arte religioso se expandió por medio del Camino Real de Tierra Adentro, fue el Niño de Plateros, una advocación de gran importancia para los mineros, que hoy conserva un nicho en la Catedral de Santa Fe, Nuevo México.

El arte y la minería también tuvieron otras formas de unión, apuntaron ambos investigadores, pues a menudo los empresarios mineros españoles, franceses, ingleses y alemanes —ya en la época de consolidación del camino en los siglos XVII y XVIII— se convertían en mecenas de los templos ubicados en sus comunidades o haciendas.

De esta manera, los más grandes pintores de la época: Cristóbal de Villalpando, Juan Correa, Antonio de Torres y Miguel Cabrera fueron contratados para que, desde sus estudios en la capital novohispana, produjeran lienzos de amplios formatos —un ejemplo son las pinturas de la Escalera Regia del Museo de Guadalupe, con 7.5 metros de altura— que eran enrollados y enviados mediante caravanas por la ruta del Camino Real.

Violeta Tavizón añadió que otra manifestación artística que ha llegado hasta nuestros días está en la Ex Hacienda de Pabellón de Hidalgo, hoy sede del Museo de la Insurgencia, en Aguascalientes, cuyo templo anexo, consagrado a San Blas, preserva el último retablo dorado estofado del barroco en aquella entidad.

Una ruta que continúa con vida

El siglo XIX supuso un lento final para la etapa funcional del Camino Real del Tierra Adentro. Al respecto, Evaristo Robles subrayó que, a partir de la Guerra de Independencia, la ruta del norte se volvió cada vez más insegura, pues las constantes luchas intestinas de la época llevaron a la proliferación de bandidos en el septentrión.

Ya en la segunda mitad del siglo, el golpe final provino de la Revolución Industrial, pues la llegada del ferrocarril representó no solo una forma más rápida y eficiente de transportar las mercancías, sino que también creó centros industriales (Torreón, Gómez Palacio o Ciudad Juárez) que ya no requerían una vía empedrada que, pocos años más tarde, comenzaría a ser subutilizada debido al auge de las carreteras pavimentadas.

No obstante, Tavizón y Robles concluyen que la vitalidad presente y futura del camino, radica justamente en su valor patrimonial e histórico. Además, el derrotero continúa siendo, en ocasiones, recorrido por grupos migrantes cuyo solo tránsito mantiene el rol principal del Camino Real como difusor de ideas y de pensamientos.