• Los Llayras, Askis, Los Yes Yes y Grupo Saya son sólo algunas bandas originarias de la CDMX, pero la cumbia no sería la misma en nuestro país sin la ayuda de los sonideros.

Por: Colectivo 3401/Fes Aragón/

Un género nacional que se adapta

Carlos Monsiváis afirmó que “la cumbia se nacionalizó mexicana”. Lo cierto es que decenas de ritmos afroantillanos se anidaron en nuestro país con gran éxito, de ahí que a todos en conjuntos se les llamara solamente “música tropical” y que las estaciones de radio de AM en las décadas de los 60 y 70 impulsaran a artistas como Mike Laure y sus Cometas, Rigo Tovar y su Costa Azul y al inolvidable Acapulco Tropical, cuyos éxitos eran bailados y gozados por todos los círculos sociales; se bailaba en el barrio y en los tradicionales salones como Los Ángeles (colonia Guerrero) y el California Dancing Club (Portales) para después pasar a los enormes tìbiris multitudinarios en canchas de futbol llanero. Ellos fueron los primeros gruperos en desatar la histeria y el aeróbico colectivo.

Los Llayras, Askis, Los Yes Yes y Grupo Saya son sólo algunas bandas originarias de la CDMX, pero la cumbia no sería la misma en nuestro país sin la ayuda de los sonideros. No es lo mismo pagar uno no tan conocido a precio promedio de 3 mil pesos por cinco horas de música tropical a desembolsar mucho más por un grupo en vivo.

Hugo Alberto Aguilar Arellanes es hojalatero de día, percusionista y segunda voz de noche en La Orquesta Imperio. Hace más de 20 años entró al ámbito musical y se especializa en salsa y merengue, pero su fuerte es la cumbia. Mientras prepara un auto para después pintarlo, en el fondo se escucha Cuando vuelvas, del Sexteto Internacional.

Por: Colectivo 3401/Fes Aragón/

Fotografía: Colectivo 3401/Fes Aragón/

“La cumbia tiene sonidos armoniosos que te motivan. Te da felicidad y ganas de bailar. El que no tiene para música en vivo tiene para un sonidero” cuenta su hermano Ángel. “Ellos sirven de motivación para que baile la gente, para mandar saludos o dedicaciones para un ser querido. Para un sonidero en una colonia popular no falta la frase: “¡échale candela!”, “ya llegó el buen amigo El Botijas”, “pasen a la pista”, “vamos a bailar este bonito tema”, “suéltala”, “¡Y dice!”, cuenta Hugo.

Los Aguilar son catedráticos empíricos y su gusto se transmite a quien los escucha. Su sobrino de nueve años lo compriueba; son tradiciones que, aunque pasen los años, seguirán en muchas colonias de la capital.

La cumbia traspasa el tiempo y su evolución está permitida. La noche se ilumina, la rumba quisquilla y comienzan a saltar los corazones. La época de DJ se hace notar y en la segunda década del milenio la electrónica y reguetón reinan en las fiestas de los jóvenes. Si encuentras el bar perfecto y ya entrada la noche la electro-cumbia comienza a sonar, desde Selena hasta Los Ángeles Azules −a dueto con todos los que se cuelgan de sus rolas que llevan algunos lustros sonando− para que los tacones se muevan; los millennials olvidan el clasismo y al puro estilo chilango se mueven de forma cadenciosa. Todos los géneros propios en uno solo.

No todo es dentro del barrio y bailar sobre las rayas blancas del carril de los motociclistas ni junto a la coladera que despide el dulce aroma que identifica a esa ciudad. Son las 11:53 de la noche y te tienes que ir. El metro dejará de dar servicio pronto y comienza la mezcla y de pronto, ¡oye mujer! “Pero ¿Qué?… ¿Es Juanes con Raymix?” Dice la niña fresa a un costado, es cumbiatón, cumbia con reguetón, la miras y ya está bailando. Un señor la mira y dice: “¡estos millennials!”

La música nos cobija en el Uber, nos quedamos en casa de La Chona, todos con el ritmo en las venas. “¿Sabías que Raymix es ingeniero aeroespacial?” −todos le aumentamos el ego con un ¡guau! −, pero prefirió crecer más en el lado musical, artístico, sin olvidar su vocación y la humildad aprendida en el estado de México.

Imagen: cortesía Colectivo 3401/Fes Aragón/

Según la región, la cumbia se baila diferente, pero se goza igual, pues la tejana adoptó un ritmo. ¿Quién no ha querido moverse al ritmo del tao tao con brinquito y todo?, y si de eso se trata la chola nos demuestra una forma sampuesana.

No se olvida la gran influencia del compositor, cantante y acordeonista profesional Celso Piña, quien adoptó el género para hacer grandes fusiones jugando con el sonidero, ska, reggae, hip hop, rap, etcétera. El rebelde del acordeón se modernizó cuando en los años 80 se introdujo en el vallenato y se apegó a otros grupos asiduos al rock, lo que originó una nueva vista de la cumbia. Monsiváis lo consideraba un conductor de tribus, pues fue un gran exponente de la música colombiana en Monterrey.

Todo cambia, se moderniza y la cumbia se digitaliza. Muchos se aferran al grupo, pero con sonidos sintetizados, la creciente identidad de pertenecer, de adoptar y de apropiar una versión que nos identifique. Así es la cumbia para el chilango, desde ese viejo que agarraba una botella de Orange Crush y su peine pirámide para sacarle ritmo al chavo de secundaria que descubre las bondades de menear el cuerpo, aunque ya no hay tantos bailes y menos ahora, pero hasta en los antros de la condechi se dejan ver.

Para Aydé, una gran aficionada de los sonideros que se forjaron en la calle, escuchar esas palabras significa maquillarse, escoger su mejor y más entallado atuendo y esperar a que sus amigos pasen por ella. Son luces, reflectores, andamios enormes, cerveza y baile, mucho baile.

Desde el mediodía escucha lo que sucede afuera de su casa: grandes estructuras de metal son instaladas, pruebas de sonido, el cierre de la calle, los autos reclaman su avenida, pero no importa, sólo se siente impaciente por la llegada de la noche.
Después de todo un año de cooperar para el sonido, ya sea Cóndor, Estrellas Fania, Polymarchs, Siboney o La Changa, por fin es la hora de salir a lucir sus imponentes pasos en una rueda que ella misma abrirá, Dancing queen, cantaría Abba, aquí sería “Carmen se te perdió la cadenita”, imaginando que su soltura será vista los próximos días en los videos que se enviarán al gabacho, creados para los paisanos que quieren sentir cerca sus raíces, barrios y su gente, aunque sea por ese medio.

La apertura es casi tan simple como hermosa. El DJ pone su primer disco, y La cumbia vudú comienza a sonar, la bailarina estrella pide con sus manos delicadas y extendidas que se le haga un espacio a las figuras de la noche. Sin más, comienza el ritual. Da vueltas y brincos, deja que su pareja la luzca y lo hace muy bien. Lo que más le gusta es sentirse vista, admirada por ser de las pocas que se atreven a tallar la pista; dice que, para bailar en un círculo relativamente pequeño, se necesita mucho valor, pero que ahí todo se le olvida. Entra otro dúo que dará salida a la primera pareja.

Afirma que la vestimenta debe ser cómoda, pero ella la prefiere pegada porque así muestra mejor sus movimientos, pero sin duda el vestuario que más admira por la excentricidad es el de las chicas trans, las verdaderas estrellas de la noche. “Son muy queridas y respetadas. Probablemente su vida personal sea muy triste, pero en las ruedas son las reales protagonistas, las que ponen el sabor pues, sin ellas los sonideros no serían lo que son”.
Quienes acuden a estos eventos trabajan todo el día. Quizás sea por eso que se hacen tantos bailes en los barrios y en la cárcel (donde también ha ido a bailar al ritmo de La Changa), “es nuestro escape para olvidarnos de que somos pobres y recordar que también podemos divertirnos, no nomás los ricos. Eso es lo que se te olvida bailando en la rueda: la chamba”.

Los sonidos y los músicos hermanados por un ritmo

La cumbia se baila en Europa y hasta Japón, donde los ritmos latinos y más quienes lo pueden ejecutar son cotizados. Los primeros fanáticos se llevaron discos de México y con la globalización y las aplicaciones fue más fácil conseguir música; ahora, no es difícil ver un lugar que ofrezca una noche con salsa y cumbia alguna vez al mes.

Para la socióloga María Fernanda Cuellar, egresada de la FES Aragón, ese ritmo ya pertenece a la cultura global, ya que el folklore se traduce en una característica única y distintiva de determinado grupo en una región. Se supone que lo folklórico es único porque está hecho con un fin ritual o histórico más allá, pero en un mundo globalizado que tiende a mercantilizar cuanto existe en él es difícil que el significado original u originario se mantenga. Muchas veces se transforma en una mera forma de interactuar con un cierto grupo social, pero no necesariamente es ritual y se apega a un significado más profundo.

Pero el hacerse de discos por aquí y por allá no es para cualquiera. Si bien la radio contribuía mucho, en su apogeo en los 80, con La hora de los sonidos y las compilaciones Tequendama de Oro, hay quien fue por más, es apasionado y gastó todo su dinero hasta que supo explotarlo.

Florentino Juárez Hernández, de 67 años, vive en Ecatepec y desde 1972 tiene el sonido Forys, con el cual alegra las fiestas, además de que para él es un placer hacer que la gente baile.

“Cuando tenía 10 años mi papá compró una consolita y discos. Él me llevaba a que pusiera los discos, yo hacía bailar a la gente y lo disfrutaba al máximo. Muchísimo tiempo después escuché tocar a un sonido y se oía muy bien; aunque traía aparatos muy viejitos y pensé que si compraba unas nuevas se escucharían mejor. Y así surge la idea, poco a poco empecé a tocar, fui uno de los primeros sonideros aquí e invadí la CDMX.

“Recuerdo que una vez fui a Iztapalapa a un baile de feria, era lunes y yo cerraba. Días anteriores había ido puro sonido grande, pensé que nadie iría; además, mi equipo no era muy grande, cuál fue mi sorpresa que muchísima gente entró. Nunca había estado tocando yo solo en un lugar con bastante gente, fue algo muy bonito. Lo más difícil es hacer bailar a las personas porque uno debe de buscar la cumbia en el momento exacto para que se paren. Hay que saber observar, lo que más me llena de orgullo es hacer bailar a la gente.

“La cumbia es un género que nunca va a pasar de moda. Es un ritmo que gusta en cualquier lugar donde uno vaya, siempre van a poner una, son ritmos que llegaron para quedarse.”

No nada más es un gusto, sino un modo de vida. Jesús Noé Cortés, guitarrista del género, comparte su pasión: “Me siento bien, contento y feliz, ya que no sólo es un trabajo, es un estilo de vida también porque es algo que me gusta hacer, como salir a tocar con los amigos, conocer personas y lugares, entre muchas otras cosas”.

Antes de una tocada afina su guitarra eléctrica y la coloca en la base, luego prueba el equipo de sonido, se pone su uniforme y sube al escenario. Mientras está arriba, se pone de acuerdo con sus compañeros para ver cuál cumbia o canción sigue.

Pero no sólo de cumbia vive el músico o el sonidero, por eso los que se dedican a explotar su gusto tienen otras actividades. “Muchos colegas tienen negocios familiares o propios para sostenerse porque no siempre hay chamba. Son muy pocos los que se pueden dedicar al 100 por ciento y vivir de esto”.

Con 55 años, Hipólito obtiene ganancias con la música, pero tambien atiende su farmacia. Los fines de semana y ratos libres los dedica a ensayos y puede asistir a eventos privados. Sus inicios fueron como chalán de sonidero en Tepito: “En el 95 era un muchachón y me acababa de salir del Colegio Militar. El padrino se llamaba el patrón, porque el dueño tenía varios ahijados en el barrio y yo, por su puesto, era uno”.

“Empecé cargando las bocinas, jalando cables y poco a poco me fui metiendo que a las luces o las bombas de humo, hasta que El Padrino me fue enseñando a meter los discos y conforme pasaba el tiempo me soltaba a microfonear: “uno, dos, tres, probando, probando”; era lo único que sabía decir. Ya luego aprendí a mandar saludos y echarme uno que otro piropo o chascarrillo con la banda.

“Yo no bailaba ni los ojos, pero iban muchachas muy guapas, todas querían bailar. Entonces de a poco fui aprendiendo y aunque era medio tieso con la práctica me solté. A ellas les gustan las vueltas y me aprendí dos que tres para apantallar.

“Recuerdo que cuando se hacia la fiesta de La Merced había unas guerras de sonidos muy chingonas, no tan grandes como las de ahora, que viene gente de todos lados, era algo más familiar, pura gente del barrio y puesteros; las señoras nos daban de comer a morir y los dones de beber.”

Para él las personas bailan por instinto casi natural, si bien conocen una canción, siempre estarán atrapados por la melodía y el ritmo musical que forma parte del ADN mexicano y latino. “La gente siempre está muy animada. Te van a pedir canciones que significan una parte de su vida, lo menos que puedes hacer es darles una buena interpretación”.

Fotografía: Colectivo 3401/Fes Aragón/

Fotografía: Colectivo 3401/Fes Aragón/

Hipólito dice que hoy la cumbia forma parte del repertorio de música mexicana, pero reconoce que la demanda para escucharla ha bajado con el paso de los años.

Para los barrios mexicanos, este viejo ritmo colombiano se ha convertido en un sinónimo de celebración y de alegría. Es la manifestación de la felicidad a través de la música, un encuentro generacional y una hermandad entre etnias, culturas y nacionalidades.

En una fiesta todos han vivido esa sensación de electricidad que recorre el cuerpo al escuchar la tambora y el güiro, de tomar la mano a su pareja y sacar brillo al pavimento para impresionar a todos con pasos deslumbrantes, mientras se escucha la voz del sonidero con sus mensajes para toda la banda. Te sientes fuerte y lleno de vida al oír una clásica como El negro José, una de este milenio como La guaracha sabrosona o si lo prefieres con sintentizador El paso del gigante, pero quizás prefieras instrumentos clásicos y un rimo más cadencioso con la letra “si bailas de acá para allá, enseguida tú verás…”, acompañada por una voz de fondo con eco que te reconoce ante todo el barrio. Entonces no queda más que dejarte guiar por el ritmo y quemar todas las calorías que se puedan.