Por: César Hernández/

Visité la iglesia neogótica de San Pedro, en Bournemouth, las columnas altas, las pinturas y esos vitrales luminosos no podrían transmitir más tranquilidad, y aunque parece que dentro de esa imponente estructura nunca pasa el tiempo, fuera de ahí todo se transforma, habrán pasado cuatro horas cuando me percaté de que se había cerrado la iglesia y a lo lejos, en plena oscuridad fría, se encontraba un alma leyendo en voz alta.

Me acerqué con un poco de miedo y escondiéndome entre las esculturas, alcancé a escuchar “adiós. Me voy, usted será el último hombre que vean mis ojos. ¡Y adiós, Frankenstein! Si en la muerte aún te restara algún deseo de venganza”, cuando de repente esos ojos de contorno grande y nariz puntiaguda me descubrieron, era ella, Mary Shelley.

Aunque mi presencia la incomodó un poco, instantáneamente, y con ese tono de voz que claramente demostraba la seguridad que había heredado de su madre Mary Wollstonecraft, comenzó a hablar.

“Adelante, todos vienen a visitar esta iglesia porque aquí se han enterrado mis restos, y mejor aún, pues me reconocen porque escribí esa obra que ha llegado hasta al cine, el teatro y un sinfín de cosas espeluznantes que es cierto, intentan enmarcar al monstruo de Victor Frankenstein como un ser despiadado y con ganas de simplemente matar por ser un monstruo, pero todo va más allá de solo ese terror.

Con un poco de extrañeza y pena, me atreví a preguntarle “si no es eso, entonces ¿qué es el monstruo de Frankenstein?” a lo que la autora, con temple sereno, respondió: ese monstruo es un eterno sufrimiento de la era moderna. Si bien los elementos descriptivos que dan vida al monstruo, son espeluznantes, todo va más allá de lo físico, ya que el monstruo retrata también una época en donde los avances tecnológicos y científicos comenzaron a darle fuerza al capitalismo moderno y la miseria del hombre se expandía día con día bajo las preguntas del ¿quién soy?, ¿para qué estoy aquí?, ¿a dónde voy?

En mi región (Inglaterra) comenzó a sembrarse la semilla de una sociedad más avanzada basada en la tecnología y la industrialización, parecería un avance fantástico. Sin embargo, en ese momento de ensueño, se inició la pesadilla, pues la división de clases era más notoria y los obreros era los más afectados, con jornadas de trabajo arduas, se hundían más y más en la desgracia y la miseria. En los suburbios superpoblados y sucios se podían generar aquellas epidemias de fácil propagación que los mataban de un día a otro.

En ese contexto, imagina a aquel hombre religioso, desesperado por la pobreza y el cansancio, arrebatado de su espíritu, implorando a dios una explicación del por qué lo trajo al mundo para ver sufrir a sus seres amados trabajando doce horas en una fábrica, en donde el creador, que bien puede ser representado por un dios omnipresente o el propio Victor Frankenstein, se deslinda de aquella responsabilidad, y aunque parece verse poco interesado, algo de él, apegado al sufrimiento del otro, le importa, sufre: “sólo había un modo de superar la sensación de dolor, y es la muerte”.

El monstruo es el propio hombre de la era moderna, un ser que mantiene un diálogo constante del por qué de su alma se ve olvidado, y quien, lanzado sobre el mundo como una simple masa de carne mal formada, pide respuesta a las preguntas sobre su existencia pidiendo clemencia.

El monstruo sin nombre-otro símbolo de vacío y falta de identidad en el mundo- aunque aprende de aquella familia (claramente afectada por la nueva industrialización) no sabe quién es, no alcanza a dimensionar sus emociones y no sabe para dónde dirigirlas, es sólo su cuerpo, disparado ahí, sobre una realidad llena de incertidumbre.

Esta novela parecería que gran parte de una ficción se encuentra fuera de nuestra posibilidad de imaginar, pero no es así, esa ficción se volvió realidad. Nuestro creador, o al menos aquellos que lo tenemos, no nos responde, y aunque se lamenta, no nos da respuesta, y la muerte es la única alternativa, como en “El paraíso perdido” de John Milton que leyó el monstruo “quizá la muerte consista en esto, en trocar la naturaleza humana por la divina.”

A final de cuentas, eso es el monstruo de Victor Frankenstein, un monstruo creado que se busca a través de la destrucción de otros y de sí mismo, un monstruo que representa el caos del hombre moderno y que, formado por partes, trata de buscarse uniendo las partes de su identidad, olvidada en el mundo de máquinas. El monstruo es un monstruo porque es horrible en apariencia, pero sólo estaba buscando respuestas que lo llevaron a la desesperación.
Hay hombres horribles en apariencia, y por tanto tendrían que ser monstruos, sin embargo, ellos también están vacíos por la modernidad, buscan respuestas de quien creen que los creó y también están desesperados.

Así, entre la lluvia estruendosa, a la tenue luz de una candela, Shelley cerró sus ojos y terminó de dar su último suspiro, dejando en el viento las preguntas ¿es que acaso que nosotros somos como el monstruo de Frankenstein en una era moderna? ¿Somos monstruos o seres humanos? ¿Qué nos hace diferentes? En fin, espero volver a escuchar a Mary.