Por: Redacción

Si hemos de creer que cada palabra tiene su propia destreza, Mariana Frenk-Westheim supo encontrarla y activarla en un constante cortejo entusiasta, tanto en su obra personal, dispersa en su mayor parte en revistas, periódicos y suplementos como en las múltiples traducciones que realizó.

Justo el elemento que revela la conquista del espíritu es el lenguaje, que le da forma a ella misma, a lo largo del libro, Recuerdos y retratos de Mariana Frenk-Westheim. Entrevistas, ensayos, cartas y homenajes, compilado y anotado por Roberto García Bonilla, coeditado por Siglo XXI y la Dirección General de Publicaciones de la Secretaría de Cultura.

Estampa con voces incluidas, es como ir por un álbum familiar glosado con memorias y anécdotas tan sutiles como evocadoras de una vida que por intensa ha sido espléndida. La de una chica nacida súbdita de Francisco José de Habsburgo, una chica austriaca educada victorianamente en Bohemia, que a los 12 años, según cuenta, le pidió al hombre de la Navidad un libro para estudiar un idioma cuyo imán sintió desde pequeña, el español. Muchos años después descubriría que sus antepasados residieron “casi mil 500 años en España”, el lazo de sangre que la unía a esa lengua rodeó también el sentido de su vida.

Durante un paseo con su esposo, Ernst Frenk y con la madre de éste, pararon en un restaurante donde tenían reservaciones; siendo médico tenía que estar localizable así que acudió al gerente para pedirle que si había alguna llamada telefónica para él se lo comunicaran. Dejaron a la madre sentada a la mesa, mientras el matrimonio iba a lavarse las manos, a su regreso encontraron al gerente con la suegra de Margarita de pie, al inquirir si ocurría algo, recibieron por respuesta que el local no daba servicio a judíos y como ellos eran judíos, tenían que retirarse. Era 1930 pero ellos pudieron ver el probable desarrollo de las cosas que era inminente, aunque tal como ocurrieron “es imposible que un cerebro normal hubiera podido imaginar algo así”, decidieron que tenían que irse de Alemania.

En una librería en Hamburgo, Mariana conoció a una mexicana que le sugirió y prestó ayuda para conseguir que el matrimonio y sus dos hijos vinieran a México, donde su primera impresión sensual fue: “la libertad”. Y Mariana se hizo parte de este país.

Huyendo de la persecución y medio ciego, años después llegó a Veracruz Paul Westheim, el crítico de arte e impulsor del expresionismo, quien fue su segundo esposo. Sólo una palabra sabía en español “esquina”, pero cuenta Margarita que al ver los frescos de José Clemente Orozco y visitar el Museo Arqueológico dijo: “Este es un país donde un estudioso del arte puede vivir…Tendría que haber venido 10 años antes”. Paul Westheim, al contemplar el atardecer y su entorno mexicano, ironizaba: “Todo esto se lo debo a mi Führer”.

Los profundos conocimientos de literatura, artes plásticas, lenguas romances, arquitectura permitieron a Mariana Frenk insertararse en los círculos intelectuales, Thomas Mann, el Amadís de Gaula (que leyera a los 16 años en la biblioteca de Hamburgo), Cervantes, Goethe, Heine, Kafka, Schubert, Cervantes, la formaron estéticamente.

Desde muy joven, mientras estudiaba, había dado clases particulares de español en Alemania, en México hizo el cruce y buscó dar clases de alemán en la preparatoria 1 de San Ildefonso, pero sin un título que la acreditara como profesora fue rechazada hasta que Alfonso Reyes y Julio Torri le dieron una carta de recomendación.

Había hecho traducciones desde los seis años, así que al conocer a Juan Rulfo a través del esposo de su hija, decidió traducir al alemán Pedro Páramo. Después tradujo también El llano en llamas y a petición de Rulfo, El gallo de oro. Fue ella quien en la noción original de traducere le hizo cruzar a la otra orilla.

Traducir fue para ella “meterse en la piel y en el alma del escritor, escuchar sus voces internas”, pero solamente lo consigue quien tiene el don, porque los buenos traductores nacen, no se hacen. No se traducen las palabras, decía, sino la cultura, la visión de un mundo “y eso se logra buscando los puntos de confluencia dentro de la diversidad, en la amplitud de conocimientos, en el mestizaje de ideas”. Y a pesar de que el traductor queda oscurecido, es cierto que una buena traducción literaria, es una obra de arte.

Maestra del Departamento de Lengua Alemana de la Universidad Nacional Autónoma de México, maestra de teoría literaria, traductora en el Instituto Politécnico Nacional, trabajó con Fernando Gamboa en el Museo de Arte Moderno, prolífica colaboradora del suplemento México en la Cultura, Mariana dedicó poco tiempo a su obra personal.

Cercada por su propia admiración a los grandes escritores, le parecía que lo suyo era comparable a la hormiguita que quiso ser elefante. A pesar de eso, cuenta sobre su proceso creativo que la “dama inspiración”, tenía la muy mala costumbre de visitarla a deshoras, a esas en que se quiere seguir durmiendo, y que escribía sin pensar en el lector pues, “¿cómo pensar en él si no sé cómo es? No lo conozco y no sé qué cosas le van a gustar. Escribo con un gran pathos, lo que me dicta el corazón o la inteligencia, o la intuición, es decir, libremente”, explicó.

De cualquier forma publicó dos libros que recogen sus aforismos, su poesía y sus cuentos: Mariposa. Eternidad de lo efímero, y …Y mil aventuras.

La belleza de este homenaje se anuncia desde su inicio un poema/agradecimiento escrito por José Emilio Pacheco: “Mariana, te debemos tantas cosas/ Que en mínimo homenaje agradecido/ A ti que jamás cedes ni reposas./ Sólo quiero decir: por lo que has sido/ Para nosotros siempre, no hay olvido:/ Sean para ti los versos y las rosas”.

Conoció a todos y todos la conocieron, el volumen resguarda una postal de Xavier Villaurrutia, un poema, escrito para ella, de Carlos Pellicer, una carta que en agradecimiento le envió Thomas Mann, otra más de Rosario Castellanos, y cartas de homenaje de Margo Glantz, Esther Seligson, Jaime Labastida, Peter Krieger, Antoni Peyrí, Fernando Benítez, entre muchos otros.

Mariana Frenk-Westheim se anunciaba cronofóbica, ignoraba el tiempo; en ese desafío, en esa libertad e inagotable entusiasmo creó, pensó y vivió una vida exquisita.

Roberto García Bonilla (Ciudad de México) estudió la licenciatura en letras hispánicas, la maestría en letras mexicanas y el doctorado en la UNAM. Ha ejercido el periodismo cultural. Es autor de Visiones sonoras (Siglo XXI Editores/ Conaculta, 2002), Un tiempo suspendido. Cronología sobre la vida y la obra de Juan Rulfo (Conaculta, 2009); compilador de Arte entre dos continentes, de Mariana Frenk-Westheim (Siglo XXI Editores/ Conaculta, 2005). Desempeña labores editoriales en la UAM y en la UNAM.