Por: César Dorado/ 

Antes de ser “la novela más bella que se ha escrito desde el nacimiento de la literatura en español” según palabras del escritor colombiano Gabriel García Márquez, “Pedro Páramo” (1955) pasó por la antesala de ser una novela poco prometedora, pues al ser escrita en un periodo de riqueza literaria mexicana en donde el análisis político y la crítica a la cultura popular era tópico de los escritores de la época, no se le vislumbraba como una de las grandes obras del México moderno.

Cumplía con las características de ser el proyecto de un escritor poco experimentado y sumergido en el temor de mostrar sus textos, pero con el entusiasmo de no querer permanecer a la corriente nacionalista de los intelectuales mexicanos. Por ello, Juan Rulfo, comenzó a inspeccionar y relatar su gran obra con las voces del pueblo, sin rozar en los pensamientos complejos o los análisis extra filosóficos, sino con voces de personajes cotidianos, pero sumergidos en una profundidad donde impera la memoria y las voces de los muertos.

La timidez de su autor es, quizá, un elemento clave para que su obra esté impregnada de murmullos y escenarios desérticos donde “el rencor vivo” de Pedro Páramo desate una historia en la que más de sólo una persona pueda identificarse bajo esas atmósferas fantasmales. Pero antes de ser publicada de manera definitiva, esta novela se mantuvo como un espectro en sí mismo que no veía la hora de salir a la luz de manera definitiva.

Rulfo pertenecía al Centro de Escritores Mexicanos, lugar donde diversos compañeros veían el proceso de creación de la obra. En su momento, el autor recordó que “en las sesiones del Centro, Arreola, Chumacero, la señora Shedd y Xirau me decían: ‘vas muy bien’, Miguel Guardia encontraba en el manuscrito un montón de escenas deshilvanadas” mientras que el “vehemente” Ricardo Garibay golpeaba la mesa para insistir que el libro de Rulfo era una porquería.

Igualmente, el guatemalteco Otto Raúl González le aconsejó a quien después ganaría el Premio Príncipe de Asturias 1983 que antes de escribir una novela tendría que sentarse a leer muchas de ellas y que incluso, en sus hojas había una esencia “faulknerianas “-misma esencia que retomarían los escritores del Boom Latinoamericano-aunque Rulfo nunca había leído una obra de Faulkner.

La lapidación del joven escritor era inminente, y parecería que los cuatro meses que empeñó en escribir, eliminando alrededor de cien páginas, no valdrían la pena. Incluso, alguna vez el escritor le declaró al periodista Fernando Benítez que “traía un gran vuelo, pero me cortaron las alas”. Sin embargo, por fin se publicó la obra en una edición del Fondo de Cultura Económica con 2 mil ejemplares impresos rodeada de la incertidumbre por parte de los editores Arnarldo Orfila y Alí Chumacero.

Era inminente que dentro de ese mismo espectro en donde no se tenía ganas de publicar una obra “desastrosa”, la crítica abatiera contra ella, pues los recursos literarios como la ruptura del tiempo que causaba una confusión estructural y la toma de escenarios cotidianos embellecidos poéticamente sin rozar en lo extremo absurdo filosófico, no se adaptaba ni a su gusto ni a los cánones establecidos. “Rojas Garcidueñas afirmó que no existía ‘plan ni esquema que organicen el todo’ y Joseph Sommers consideró que la obra carecía de estructura”.

Parecería que las alas de Rulfo estaban al filo de esfumarse entre las propias voces perdidas de sus personajes, pero conforme pasaba el tiempo y esos dos mil ejemplares se acercaban a los críticos y a los lectores apasionados, se iba comprendiendo la estructura de la obra. Carlos Blanco Aguinaga y Mariana Frenk fueron de los primeros en darse cuenta de que Pedo Páramo rompía drásticamente con los lineamientos de la novela que se hacía en esa generación, pues se atrevió a desvanecer, primeramente, la cronología y el sentido de tiempo se descartaba para la comprensión de la novela.

“El procedimiento más audaz y revolucionario de todos los recursos aprovechados por la nueva técnica novelística es deliberado desorden cronológico”, algo que llevó a la novela a ser no sólo un retrato misterioso y real de México, sino un nuevo modelo para las letras nacionales, en donde la propia personalidad de su autor, se ve reflejada en Juan Preciado; silencioso, carente de miedo, como si estuviese muerto en vida.

Los murmullos y la desolación que arrastran los recuerdos de las almas, aquellas almas que deambulan con las ganas de seguir viviendo atoradas en la memoria y en la tierra de Comala, construyen escenarios en diferentes épocas que parecen una sola. La muerte se apodera de todos los escenarios, circula y se lleva las almas, algunas juntas y otras tantas solas.

Aunque a veces, en otros tiempos, los niños llenaban el aire de sus gritos y sus juegos, llega la amargura y el dolor de la muerte, una muerte que no se lleva a nadie y ronda por los llanos más desoladores y olvidados. La visión de Rulfo al presentarnos una vida llena de tragedias y pesares, sin caer en lo totalmente tenebroso, nos hacen contemplar las visiones que se tienen de la muerte y cómo es que, vivos o muertos, podemos sentirlas y resistir para no irnos de esta tierra llena de rencores y memorias vivas

Ahora, en el 103 aniversario del nacimiento de Juan Rulfo, en medio de la crisis que trae consigo la pandemia de Covid-19, en donde el sentido de la muerte se reviste de tragedia pues, en muchos casos, los muertos sólo se quedan encerrados bajo la llave del olvido sin la posibilidad de ser errantes, Pedro Páramo vuelve a invadir con sus murmullos esta tierra “donde la muerte es invocada perpetuamente, en un ciclo eterno, que no tiene comienzo ni final”.