• Los hermanos Flores se convirtieron en los testigos más importantes en la historia de Estados Unidos, gracias a sus testimonios y declaraciones, las autoridades norteamericanas han realizado extradiciones y han capturado a varias figuras importantes dentro de este negocio.

Por: Griselda Fernández / @greysmagno

En el mundo del narcotráfico no sólo está en riesgo la vida de uno mismo, también la de la familia y esto lo tienen muy claro Mia y Olivia Flores, esposas de los gemelos Pedro y Margarito Flores, dos estadounidenses que prácticamente toda su vida se dedicaron al negocio de la distribución de drogas.

Los hermanos Flores se convirtieron en los testigos más importantes en la historia de Estados Unidos, gracias a sus testimonios y declaraciones, las autoridades norteamericanas han realizado extradiciones y han capturado a varias figuras importantes dentro de este negocio.

Dada la importancia de estos dos hombres, sus mujeres (Mia y Olivia) decidieron realizar un libro titulado Las esposas del cártel, obra que narra cómo fueron sus vidas en el barrio Little Village, reconocido por las pandillas que se disputan los territorios, la venta de drogas y violencia; la forma en que conocieron a los gemelos; la vida de éstos y cómo fueron escalando poco apoco dentro de las organizaciones criminales más sanguinarias de México.

Peter y Junior, como ellas los nombran, desde su niñez se encontraban inmersos en la práctica ilegal de distribución de drogas, su padre Margarito Flores se dedicaba a dicha actividad y ellos con apenas siete años, por órdenes de su papá metían sus manos dentro del tanque de gasolina para extraer tabiques de cocaína.

Su padre fue encarcelado por sus vínculos con el narcotráfico, por lo que Adrián, el mayor de los hermanos siguió los pasos de su progenitor, pero más tarde fue también llevado tras las rejas, eso obligó a los gemelos a hacerse cargo de su familia y en el mismo negocio.

A sus 18 años, los jóvenes ya eran millonarios, transportaban kilos de cocaína a Los Ángeles y Chicago, principalmente. Pedro era el encargado de la logística y forma de transporte, mientras que Margarito era el que trataba con los proveedores y distribuidores, eran sumamente cuidadosos con sus escondites, sus bodegas se encontraban en sitios donde habitaban millonarios, sabían que en esos lugares nunca entraría la policía a buscar sustancias ilícitas. Además, todos y cada uno de sus trabajadores vestían de traje y corbata para no levantar sospechas.

Pedro y Margarito llegaron a construir en pocos años una empresa sólida, sin ponerse en riesgo y con unas ganancias millonarias con las que mantenían a sus nuevas familias. Olivia y Mia se mantuvieron de cierta forma alejadas de ese mundo, pero eso cambió cuando los gemelos radicaron en Guadalajara y conocieron a El Chapo.

Al establecer negocios con uno de los capos mexicanos más poderosos, las ganancias crecieron, Joaquín Guzmán Loera no sólo les tenía confianza, sino que les tomó un cierto cariño. Sin embargo, cuando comenzaron las peleas entre el cártel de Sinaloa y los Beltrán Leyva, por más neutralidad que quisieron establecer los Flores, ello no se pudo lograr. Eran amenazados y obligados a decidir por un bando, lo cual también significaba estar en la guerra más violenta durante el sexenio de Felipe Calderón.

Esa fue la razón por la que decidieron participar como testigos, después de ver cómo se mataban entre narcotraficantes y que sus familias no quedaban fuera de ello, el miedo los orilló a entregarse. Desde ese momento, la vida de cada uno de ellos cambiaría, mudanzas, nuevas identidades, pocas visitas a las cárceles donde se encontraban sus maridos y el temor de que fueran perseguidas por gente perteneciente al cártel de Sinaloa, en sus palabras son de las situaciones más difíciles.

Durante seis meses rindieron horas y horas de declaraciones que servirían para detener a sus socios, distribuidores, trabajadores, integrantes de cárteles, y por si fuera poco, antes de ser encarcelados grabaron cientos de conversaciones con personas que les vendían a ellos la mercancía, dos conversaciones pertenecen a Joaquín Guzmán Loera.

Entre las páginas de esta obra es posible encontrar la forma de operación de los narcotraficantes estadounidenses, acercarse al estilo de vida y actividad de El Chapo, y saber a detalle cómo estos dos hermanos inundaron de drogas las calles de Chicago. Sin duda es un relato que ayuda a conocer lo profundo de este negocio ilegal, que cada vez deja más muertos y que a pesar del freno que desean poner las autoridades, siempre hay un heredero que asume el mando.