Por: Oswaldo Rojas

La autora de Las olas y La señora Dalloway fue una de las pioneras en sostener que las mujeres necesitaban de un espacio particular en la cual reflexionar y pasar su tiempo. Se trató de una mujer con preocupaciones propias de una persona sumergida en su tiempo y al mismo tiempo cuyo espíritu ya poblaba en los tiempos venideros.

Fue precisamente su ensayo titulado Una habitación propia en el cual explica sus razones para buscar la interiorización. Gracias a ese texto en el último cuarto del siglo pasado su obra literaria fue redescubierta y colocada en los estantes del feminismo.

Es más que sabido que la escritora sufría de un trastorno bipolar que hacia de ella una mujer difícil de tratar. Con los años su enfermedad se agravaría hasta el punto de que ella prefería recluirse a mantener un dialogo en que ella acabaría por perder el control. El único con el que mantuvo una relación medianamente normal fue con su esposo y editor, Leonard Woolf.

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Querido:
 
Siento con absoluta seguridad que voy a enloquecer de nuevo. Creo que no podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Yo sé que esta vez no podré recuperarme. Estoy comenzando a oír voces, y me es imposible concentrarme. Así que hago lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la máxima felicidad posible. Has sido en todos los sentidos todo lo que uno puede ser. No creo que haya habido dos personas más felices que nosotros, hasta que ha venido esta terrible enfermedad. No puedo luchar más. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí tú podrás trabajar. Sé que lo harás, lo sé. Ya ves que no puedo ni siquiera escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo a ti toda la felicidad que he tenido en mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirlo — todo el mundo lo sabe. Si alguien hubiera podido salvarme ese alguien hubieras sido tú. Ya no queda en mí nada que no sea la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos personas puedan ser más felices de lo que lo hemos sido tú y yo.
V.
CartadeVirginiaWoolf

A su muerte dada la reputación de Virginia, además de ser una escritora renombrada y perteneciente a circulos intelectuales de importancia, las criticas por su decisión desataron una discusión alrededor de sus razones para quitarse la vida: si era o no correcto, si era un acto de libertad o de debilidad.

El domingo de la semana en que Virginia se suicido Kathleen Hicks, mujer del obispo de Lincoln, escribió a un periodico local una carta en la que acometía contra la escritora: “Mucha gente, incluso más sensible, lo ha perdido todo y ha visto verdaderas atrocidades, y aun así toman parte de forma muy noble en esta lucha de Dios contra el demonio. ¿Dónde han quedado nuestros ideales de amor y fe? ¿Y dónde estaríamos si escuchamos y simpatizamos con este ya no puedo continuar?”.

El texto fue tomado por Leonard Woolf como una difamación respecto a las razones de su ex esposa, por lo que respondió con evidente furor con una carta de interpretación a la última nota de Virginia.

“Siento que no puedo permitir silenciosamente que se mantenga como verdad el hecho de que Virginia Woolf se suicidó porque no podía afrontar “estos momentos terribles” por los que todos estamos pasando. Porque esto no es verdad. Los periódicos ponen en su boca palabras como “Siento que no puedo soportar más estos momentos terribles”, pero esto no es lo que ella escribió. Las palabras que ella escribió fueron: “Estoy convencida de que me estoy volviendo loca de nuevo. Siento que no podemos volver a pasar por terribles momentos como aquellos. Y no me recuperaré esta vez”. Sufrió una depresión hace unos 25 años; los viejos síntomas volvieron a aparecer unas tres semanas antes de que terminara con su vida, y pensó que esta vez no mejoraría.  Como todo el mundo, ella también sufría por los acontecimientos de la guerra, y el regreso de su enfermedad sin duda tiene que ver con ese estrés. Pero las palabras de su carta y todo lo que ella siempre dijo prueban que se suicidó, no porque “ya no pudiera más”, sino “porque se estaba volviendo loca y no se iba a reponer esta vez”. 

Con estas palabras se perpetua el amor de Leonard por Virginia: por encima del dolor y la sensación de perdida él pudo defender la decisión de su mujer quien vivió orgullosa, independiente y, contrario a lo que se podría pensar por su enfermedad, muy feliz a lado de una mente perspicaz como la de su esposo.