Por: César Hernández Dorado /

Miles de personas caminan, algunas agotadas y solas, otras tantas en compañía, riendo mientras se comen algún pan que se les ofrece en cada esquina. Avenida Zaragoza es pisoteada por millones de feligreses entusiasmados de ver una vez más a su “morenita”, a su “patrona”, quien los ha curado a ellos o algún familiar de esa enfermedad que los hacia ver una luz inverosímil.

Del otro lado, dentro de un tránsito irritante circulan camiones y camionetas llenas de bicicletas o bien, personas que se cubren del frío y deciden dormir una pequeña siesta dentro de los remolques. Pero pese a que en ese ambiente se vive una nostalgia y melancolía irreparables que se fugan a través de los ojos, nunca hace falta la fiesta que se transmite en esas canciones de cumbia sonidera al son de los claxons.

Fotografía: César Hernández Dorado

Fotografía: César Hernández Dorado

Por momentos, todos se detienen, miran sus pies cansados y resecos para pensar en que toda aquella manda vale la pena pues la deuda es grande y es impensable creer en que se le puede fallar a la “madre”. Algunos tirados en el pasto, el sueño comienza a reposárseles en los párpados sin importar que la luz cegadora de los faros de los automóviles pueda arrebatarles esos pequeños dos minutos de descanso y serenidad.

Continúan y ni siquiera el semáforo con luz roja les impide seguir con una gran sonrisa, ante su impaciencia, los policías de tránsito gritan “¡No pongan su vida en riesgo! ¡No vale la pena!” pero inclusive parece que es su enemigo, pues la respuesta es un chiflido ofensivo y carcajadas que ruborizan su rostro hasta darse por vencido y prefiere detener a los automóviles para que todos continúen.

Tenis y zapatos desgastados en el asfalto son testigos de lo pesado que se hace caminar cuando va dando la noche y se tiene un pesar en el alma, pero ese ese pequeño pan dulce que les vuelve la vida-aunque a otros tantos les desagrada y prefieren lanzarlo al piso para que lo devoren las hormigas o sea pisoteado hasta desintegrarlo- es su motor para seguir porque ni de hambre y ni sed se sufre. Pese que abunda la comida, la tristeza mantiene en su objetivo a muchos y prefieren no perder tiempo para llegar más rápido y sentir la calma en el corazón.

Fotografía: César Hernández Dorado

Fotografía: César Hernández Dorado

Todas las casas se iluminan para observar a los peregrinos, otras abren sus puertas para prestar sus sanitarios y las iglesias, aquellas iglesias en donde también mora una imagen de la Virgen de Guadalupe, están cerradas, a obscuras y con un viento solitario que no se acerca a todos los creyentes.
El Circuito se acerca y la ruta se hace más peligrosa, pero las caravanas son tan inmensas que detienen todo, sólo avanzan los guadalupanos iluminados que voltean su mirada al cielo para contemplar los aviones mientras devoran una naranja con agua, ofrecida kilómetros atrás por otros tantos creyentes que prefieren no ser parte de la peregrinación y pagan su manda ofreciendo comida.

Un frío que cala no detienen a los más pequeños, quienes con un pequeño lazo rojo van de la mano de su padre para no perderse entre la masa de gente y la inmensidad de una ciudad atiborrada de edificios grises y desoladores.

El olor a comida se apodera de la atmósfera y algunos se detienen por chilaquiles, tamales, atole de fresa o un pan de anís con chocolate caliente. Para los que van en camiones nada es impedimento, ya que un hombre corre con una charola llena de tamales para lanzárselos por el aire y que así todos puedan comer algo delicioso. Y mientras todos se dan un festín inigualable, también la basura va por el camino, quedándose ahí tirada en las orillas de la banqueta o en los botes atiborrados de unicel y plástico observan pasar a las multitudes.

Fotografía: César Hernández Dorado

Fotografía: César Hernández Dorado

El Circuito se hace aún más insoportable, pero los niños le regresan al ambiente ese toque de fe e inocencia, pues su sonrisa hace que otros sonrían mientras gritan al aire “¡Foto pa’l face!”.

Fotografía: César Hernández Dorado

Fotografía: César Hernández Dorado

Aún parece lejana la distancia entre el corazón lleno de fe y ese recinto que pisotea a un templo, pero de repente un olor peculiar llama la atención de la gente, un olor que viaja al compás de un fuego que ilumina toda la calle; un trompo de pastor, que mantiene a una fila inmensa, entusiasmada de comerse unos tacos llenos de salsa y limón, se hace presente para llenar de más vida y comida el corazón de todos, hasta de aquellos que viven cerca y ni siquiera son fieles creyentes.

Fotografía: César Hernández Dorado

Fotografía: César Hernández Dorado

El ambiente se apacigua y algunos prefieren ya no comer, sino guardar todo para más tarde y así, entre el cansancio, sacar algún tequila o mezcal que les regrese el fervor cálido con el que salieron de sus hogares. También otros prefieren fumarse un cigarrillo que los “hace llegar a donde quieran y más allá de donde está la virgen”.

Se acerca la hora y algunos ya van de regreso, no sin antes darse un descanso en algún parque o calle solitaria de los alrededores. La gente se comienza a hacer más y entre su cansancio ignoran el ruido de los camiones y ambulancias que circulan a un metro de ellos.
Entre las calles todo es diferente, mientras algunos llevan el pesar desde los pies hasta los ojos cristalinos por las lágrimas, otros tantos contratan un sonido con luces para darle a la Virgen una celebración auténtica, con cumbia, salsa, merengue y también lucha libre callejera.

Calzada de Guadalupe está ahí, dando la bienvenida a millones. Ya no hay comida que se regale, ahora todo es un tianguis en donde se venden pulseras, cuadros, escultura o playeras con la imagen de la virgen con el nombre de aquel que la vaya a portar.

 

Fotografía: César Hernández Dorado

Fotografía: César Hernández Dorado

Todos se reúnen y ahí está, la antigua basílica de Guadalupe, ese gran monstruo del barroco novohispano que ha visto a millones circular por sus pasillos largos, del otro lado, la nueva basílica de Guadalupe, lugar donde los artistas cantan “Las mañanitas” en un lugar preferente y, el peregrino cansado pero sin darse por vencido ven rápidamente a quien le deben tanto para así salir y colocar su cama a los pies de la alcaldía Gustavo A. Madero.

 

Fotografía: César Hernández Dorado

Fotografía: César Hernández Dorado

Algunos ya pueden descasar por haber cumplido su promesa, pueden descansar tranquilos, pensando en que regresando a casa todo podrá ser ameno y que en su corazón sólo existirá la calma y la esperanza de que las cosas podrán ser mejores… el siguiente año.