Una experimentación sin límites que rompió las ataduras propias de la tradición, uno de los momentos más brillantes en la historia del arte. La vanguardia rusa, esta enorme e influyente oleada de arte moderno que transformó radicalmente la pintura, el diseño, el teatro, la música y, por supuesto, el cine, permanece como uno de los fenómenos culturales más enigmáticos y fascinantes de nuestros tiempos.

Este mes, la Cineteca Nacional persigue la estela del movimiento artístico al sumarse a los festejos por los 125 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Rusia y México, que organiza el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), al revisitar las obras más conocidas e influyentes del legado vanguardista ruso en el cine.

Se trata de una selectiva muestra que complementa la exposición Vanguardia rusa: El vértigo del futuro, la cual actualmente se exhibe en el Museo del Palacio de Bellas Artes. De esta manera, a partir del 20 de noviembre la muestra Vanguardia Soviética presentará una docena de títulos representativos del cine ruso de aquellos años.

La función inicial corresponde a Por la ley (Lev Kuleshov, 1926), película de aventuras basada en una obra de Jack London, situada en plena fiebre del oro. La presentación estará acompañada en vivo por la pianista Deborah Silberer.

Se incluyen los tres clásicos silentes de Serguei Eisenstein, comenzando por La huelga (1924), la crónica de una odisea obrera que se detona a partir del suicidio de un obrero falsamente acusado de robo que provoca que sus compañeros organicen una huelga contra sus patrones. Se trata de un notorio despliegue de las teorías del entonces joven realizador sobre el montaje y la atracción de imágenes.

Le sigue El acorazado Potemkin (1925), de arriesgadas propuestas cinematográficas, un juego de tiempo fílmico por medio de un dramático uso del montaje, en donde el cineasta letón convirtió al pueblo ruso en el héroe principal en la recreación de la rebelión de los marinos del acorazado Príncipe Potemkin, en 1905, contra las represivas autoridades zaristas.

No podría faltar Octubre (1926), la reconstrucción de los acontecimientos ocurridos desde febrero hasta octubre de 1917. Una película en la que, siguiendo la filosofía comunista, no había personajes principales. La habilidad de Eisenstein y su experiencia se ve en los rápidos movimientos y en el ritmo en el montaje, así como en la construcción de intensas secuencias.

Del prestigioso discípulo de Lev Kulechov y teórico del montaje cinematográfico,  Vsévolod Pudovkin, se mostrará La madre (1926), otro clásico del cine silente soviético. Se trata de una adaptación de la novela de Máximo Gorki que presenta a una mujer que adopta el sentimiento revolucionario ante las desigualdades sociales, para unirse a la lucha revolucionaria cuando su hijo es condenado a prisión por sus actividades en pro de los derechos laborales.

También de Pudovkin está Tempestad sobre Asia (1928). Ambientada en Siberia y el Tíbet durante la ocupación inglesa de esas tierras, esta cinta cuenta la historia de un cazador local que, confundido con un descendiente del legendario Gengis Kan, es utilizado como títere político, sin saber que tiene sus propias ideas al respecto.

Del fundamental Dziga Vértov figuran La sexta parte del mundo (1926), una película que muestra una multitud de pueblos soviéticos en áreas remotas de la URSS. Y por supuesto El hombre de la cámara (1929), ensayo cinematográfico despojado de cualquier lastre narrativo o del rigor de una puesta en escena definida.

Al margen de estas obras mayores se incluyen otras menos conocidas (aunque no menores) que dejan ver la vitalidad y la diversidad del movimiento: Aelita, la reina de Marte (1924) de Yákov Protazánov, un cineasta de la generación anterior que ya había realizado más de 80 largometrajes previos a la Revolución.

Se trata la historia de un viaje al espacio, una producción futurista que se fusionó con la estética vanguardista y que retrata a la burguesía marciana entre estructuras que van del cubismo al constructivismo.

También de Lev Kuleshov, realizador más reconocido por sus trabajos teóricos que por sus películas, se incluye Las extraordinarias aventuras de Mr. West en el país de los bolcheviques (1924), un filme que gira en torno a John S. West, un turista estadounidense que visita la URSS para comprobar que sus habitantes son “horribles y malvados”, pero encuentra todo lo contrario.

En Arsenal (1929), de Alexánder Dovzhenko, se orquesta un fresco histórico en el cual el pueblo ucraniano es el protagonista principal, luchando contra la opresión zarista con un intenso fervor revolucionario.

El fantasma que no regresa (1929), de Abram Room, sigue las andanzas de José Real, quien ha estado encarcelado durante los últimos 10 años en un país sudamericano; a los convictos que sufren tan largo encarcelamiento les es concedido un día libre para visitar a sus familias, pero debido al carácter revolucionario de Real, éste decide usar su día de asueto para organizar un movimiento obrero y así luchar en contra de las invasoras compañías petroleras asentadas en su país.