Por: César Dorado/

El hombre ha ideado muchos de los mundos en los que logra desenvolver sus emociones, y aunque muchos de esos mundos no logran ser plasmados en aquello que denominamos realidad, sí impregnan en el imaginario colectivo una semilla de querer alcanzar esos espacios imaginarios, alucinantes y ficticios, pero ¿qué tan cercanos son los mundos de la ficción y la realidad?

A 50 años de la llegada del hombre a la luna, una hazaña que transformarían nuestra percepción de las posibilidades que tiene el hombre sobre sus propios medios y pensamientos, es interesante ver que lo que alguna vez fue el sueño de Julio Verne, se convirtió en una realidad revolucionaria, dejando consigo un hito tecnológico, científico y filosófico, tentando esa línea que separa al mundo real del ficticio, haciéndolos convivir en un mismo espacio.

“De la Tierra a la Luna” (1865) y “Alrededor de la Luna” (1870) son las obras de Verne en donde se narra el momento en que se planea la elaboración de una misión que llevará al hombre a pisar otros mundos. El primer trabajo sólo narra los preparativos del viaje para después, en una obra profunda y repleta de escenarios fantásticos, realizar el viaje en donde, con lujo detalle, acertó en gran parte de lo que después ocurriría con los viajes del programa Apolo.

En primera instancia, se encuentra la coincidencia de la nave, pues el escritor describió un proyectil de forma cilíndrica, parecida al cohete Saturno y el módulo de mando Columbia. También, es impresionante los cálculos de la velocidad que tendría que alcanzar los proyectiles para salir de la tierra, Verne estableció una velocidad de 10,9 kilómetros sobre segundo, mientras que el de la NASA fue de 11,2.

Dentro de las naves, viajaron tres tripulantes-quizá aquí exista una relación natural del hombre por su fijación hacia el número tres-. En el caso del escritor estaban a bordo Barbicane, Michel Ardan y Nicholl y en el Apolo, Neil Armstrong, Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins quienes, en momentos de tensión, realizaron maniobras complejas para lograr llegar al satélite natural.

También algo sumamente impactante, fue el cálculo casi perfecto del lugar de lanzamientos de las naves. Verne sitúa el lanzamiento de su proyectil lunar en Florida, en los 27º 7´ de latitud norte, con el fin de que el satélite estuviera en el cénit. Los lanzamientos de las naves Apolo se hicieron desde el Centro Espacial John Kennedy, en el estado de Florida, situado en los 28º 35´ latitud norte. Es decir, en el mismo estado y con un solo grado de diferencia.

Aunque desde los griegos ya se estipulaba que la tierra se encontraba a más 384.000 kilómetros de distancia de la luna, Julio Verne calculó 398.396 kilómetros (apogeo) y la menor de 352.277 kilómetros (perigeo). Actualmente se estima que la distancia real entre estos dos cuerpos es de 384.400 kilómetros.

Uniendo la distancia y la velocidad tan parecidas, es casi lógico pensar que el autor también acertaría en una cantidad de días para el alunizaje. Los tripulantes de la nave del escritor fueron lanzados el 1 de diciembre y su llegada estaba programada para cuatro días más tarde.

El lanzamiento del cohete Saturno se realizó el 16 de julio y aterrizó en territorio lunar un día como hoy de 1969, es decir, ambos proyectos lograron su misión bajo el mismo tiempo.

Y aunque existen aún más coincidencias dentro del texto que nos harían dudar realmente de si la misión del Apolo XI estuvo inspirada en la obra de Julio Verne, es importante rescatar que el escritor francés, más allá de instaurar un nuevo estilo de contar historias a través de la fantasía, elaboró una obra en donde los cálculos físicos, matemáticos y astronómicos se acercaron a lo que 99 años más tarde se hiciera realidad.

Es aquí, cuando el hombre logra conquistar otros mundos, donde esa línea entre la ficción y la realidad se rompe, para dejarnos presenciar lo que en nuestra mente son simples alucinaciones fantásticas.