Por: César Dorado/

Para 1945, en aras de la posguerra y el inicio de la Guerra fría, la Unión Soviética trataba de obtener el reconocimiento de las democracias populares de la Europa Oriental, apoyándose del Comité para la Seguridad del Estado (KGB) para lanzar un tratado y así evitar más conflictos armados.

Con ello, los gobiernos británicos, de los que destacó el de Clement Attlee, quien creó el Departamento de Investigación de Informaciones, un organismo para poder romper relaciones con la URRS y así comenzar a desfalcar la ideología socialista de occidente. Dentro de esos países destacó la participación de Estados Unidos, quien, aprovechando el debilitamiento del partido comunista por su alianza con la CIA, comenzó a inmiscuirse en el ámbito artístico para difundir sus ideas de libre mercado y combatir las de planificación estatal propuestas por la URSS, generando así una guerra pictórica internacional.

Por un lado, el régimen estalinista contaba con el apoyo del artista El Lissitzky, quien con una escuela suprematista introdujo la esencia de lo que él llamó “proun”-un estilo que combina la pintura con la arquitectura-y dio pauta a la creación del movimiento constructivista para generar una propaganda de élite que favoreciera al sistema de los soviéticos.
El estilo de este artista se caracterizó por basar sus obras en formas geométricas bien estructuradas y detalladas, plasmando así la economía que garantiza que todo funcione de manera perfecta, y que se refleja a través de la armonía de colores y la organización exacta de las formas.

En su comienzo, el apoyo de este artista comenzó a dar frutos, pues con la ayuda de Willi Münzenberg y sus fiestas en las que juntaba a intelectuales, escritores y otros artistas de élite, los enemigos comenzaron a verse simpatizados por los soviéticos. Sin embargo, el gobierno estadounidense y la CIA se dieron a la tarea de encontrar al artista equivalente que simbolizara y representara las ideas del capitalismo.

Para esto, y bajo las ideas del economista Friedrich Hayek y su “Catalaxia” (sistema de libre mercado en donde todos compran y venden si el control del estado) la CIA, junto con Nelson Rockefeller, quien fungía como presidente del Museum Of Modern Art (MOMA) en ese entonces, y Elliot Budd Hopkins se dieron a la tarea de encontrar al artista que representara los valores de la población norteamericana y a su sistema económico, fue así como se decidieron por el expresionista abstracto Jackson Pollock.

Aunque para sus inicios, la reputación de este artista no se veía bien favorecida, de acuerdo a declaraciones del ex funcionario de la agencia, Donald Jameson, a Pollock lo utilizaron, al igual que a otros artistas del movimiento, como una estrategia refinada que mostrara la creatividad espiritual, artística y cultural de la sociedad capitalista en contraste con la monotonía de la Unión Soviética.

Jameson también confesó: “El expresionismo abstracto, yo diría que somos justamente nosotros en la CIA los que lo inventamos. Era el tipo de arte ideal para mostrar lo rígido, estilizado, estereotipado que era el realismo socialista de rigor en Rusia. Fue así como nos decidimos a actuar en ese sentido.” Agregando que ni Pollock, Motherwell, de Kooning y Rothko estaban enterados de la planificación que había realizado el gobierno norteamericano y la CIA.

A través de esto, logramos entender que el arte, más allá de mostrar y construir una estética filosófica y espiritual, refleja los intereses de los ámbitos políticos y económicos en los que se desenvuelven sus artistas, quienes, necesitados o no, buscan difundir su arte a través de exposiciones en galerías que les hagan ganar grandes cantidades de dinero, y así, pasar a la posteridad como grandes genios revolucionarios del arte.