Por: César  Hernández Dorado/

Su literatura ha sido sumergida en la oscuridad de un séquito de escritores que quedaron olvidados por las circunstancias históricas en las que publicaron su obra. Ante la presencia de intelectuales críticos que atiborraban los espacios de las editoriales más famosas, su presencia fue siendo desplazada hasta hacerse un escritor casi de culto.

Francisco Tario, al igual que Juan Manuel Torres, Guadalupe Dueñas, Amparo Dávila, Salvador Elizondo y otros, fueron de aquellos escritores amantes de las letras que no pertenecieron a un círculo literario de vanguardia, y se encaminaron por su propia cuenta a escribir desde su espacio; nocturno, nostálgico, introvertido y tenebroso, en donde se representa la cara de un México olvidado sumergido en la miseria de la clase media y su contraste con la clase alta, quienes no se escapan de la pena y la incertidumbre de morir rodeados de dudas existenciales.
Intelectuales como Octavio Paz, Carlos Fuentes, y toda la gama de pensadores pertenecientes al grupo de Los Contemporáneos, se distinguían de las generaciones pasadas por su actitud crítica.

El propio Octavio Paz señaló en su momento que ellos “introdujeron en la literatura mexicana una noción de rigor ante la obra propia y la tradición”, sin embargo, no sobresalieron en la crítica de lo moral, lo político y la vida social.

En la crítica de la tradición e historia de México, en conjunto con los elementos narrativos que se desarrollaban en Europa con autores como Albert Camus, los intelectuales mexicanos comenzaban a escribir una historia oficial a través de su poesía, novela o ensayo, exploraron territorios “nuevos” del México contemporáneo, como la obra “La región más trasparente” (1958) de Carlos Fuentes, donde se revela las diferencias sociales y culturales del México de los años cuarenta y cincuenta , con claros puntos de desigualdad social y cambios en la política.

Sin embargo, pese a esa revelación de la sociedad mexicana a través de las letras, en el campo de Francisco Tario también se revelaba una sociedad mexicana decadente y con grabes problemas de identidad, pues al igual que sus contemporáneos Juan Rulfo y Juan José Arreola, dice Mario González Suárez, se atrevieron a crear universos personales y fueron demiurgos de sí mismos, pues su literatura no sólo retrata la miseria del entorno, sino que lo hace a través del sufrimiento de los protagonistas, como en el caso de los cuentes de “La Noche” (1943) en donde le da vida a un féretro que piensa en el tipo de hombre al que quiere dar sepultura, o “Aquí Abajo” (1943), una novela en donde los personajes se enfrascan en la desolación de lo nocturno y lo mortuorio, con la simple sencillez del “No, no me subirán el sueldo”.

El crítico literario Christopher Domínguez Michael escribe que “la originalidad de Francisco Tario es la de aquellos escritores que pudieron haber nacido ahora o hace cinco siglos y escribir en nuestra lengua o en cualquier otra” pero que lamentablemente no pudo alcanzar la popularidad que sí alcanzaron Rulfo y Arreola, pues lo devoraron las letras del nacionalismo literario que no tenía espacio para cuentistas terroríficos y melancólicos.

La política demandaba generar un realismo que se comprometiera con ella y con toda la nación, que reflejara las costumbres pintorescas y que representara al indígena desde una perspectiva trágica y al mismo tiempo colorida invadida por lo popular.

A Tario se le conoce poco, el México colorido que hemos visto a través de las letras de grandes escritores no embonó en su narrativa ni en su vida personal, pues nunca se le vio en tertulias literarias y tampoco fue becado ni recibió premio alguno que reconociera su gran talento como escritor. Siempre estuvo inmerso en sí mismo, en su poca extravagancia y carente locura.
Un escritor olvidado, poco reimpreso y difundido, pero tan misterioso en su forma de narrar y ser que atraparía a cualquier amante de las letras nostálgicas y oscuras.

Francisco Tario y su narrativa introduce al lector en el panorama decadente de los personajes, quienes pasan a ser la voz de los objetos cotidianos y, desde su visión de México, la tristeza en la que van viviendo su día a día.