• Instruido en el mundo de la escritura por Agustín Yañez, en el del teatro por Fernando Wagner e inspirado por Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli, Carballido se distinguió por tomar cualquier sujeto de la cotidianidad y transformarlo en un personaje con emociones que se desbordan a través de espacios y situaciones casi misteriosas.

Por: César Dorado/ 

Siendo un lector dedicado y un hombre quien no le temía al proceso creativo, Emilio Carballido destacó en el mundo de las letras mexicanos por su innovación en el teatro con la generación de los cincuenta, en compañía de Sergio Magaña y Luisa Josefina Hernández rompieron con el tradicional drama neorromántico de los años treinta.

Instruido en el mundo de la escritura por Agustín Yañez, en el del teatro por Fernando Wagner e inspirado por Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli, Carballido se distinguió por tomar cualquier sujeto de la cotidianidad y transformarlo en un personaje con emociones que se desbordan a través de espacios y situaciones casi misteriosas, pero que al final no son más que atmósferas con las que el espectador también ha interactuado.

Para finales de 1940, Miguel Alemán había hecho que con sistema político y sus relaciones con empresarios en donde sólo ellos se veían beneficiados, las materias primas se encontraran escasas, al igual que el crédito y la energía eléctrica. Con los estragos de la Segunda Guerra Mundial, la inflación creció y la fuga de capital se volvía un tema preocupante para el gobierno. Así, la devaluación del peso llegó a 6.88 y, finalmente, a 8.65 por dólar.

Sin embargo, pese a los altibajos de la política y el gobierno de Alemán, en la cultura, México prosperaba con el cine, la pintura, la música, la literatura y el teatro con la creación en 1947 del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) a cargo del poeta y dramaturgo Salvador Novo, quien con la compañía catedrática de Rodolfo Usigli, instauraron e intensificaron las enseñanzas del “teatro experimental”.

A través de las enseñanzas de las nuevas vanguardias teatrales europeas y su empeño en mostrar un teatro menos comercial a través del trabajo de los nuevos dramaturgos, quienes combinaban los principios del teatro nacional mexicano de Usigli, que consistía en reflejar la conciencia nacional de México de su presente, su pasado y su futuro, la generación del cincuenta comenzó a trazar un camino de productividad.

Bajo esos aprendizajes y la visión de las nuevas corrientes artísticas que les ofrecía el INBA, más el desarrollo modernista del antiguo Distrito Federal, Carballido se vio inspirado en crear nuevas obras bajo la contradicción que conllevaba pensar al nuevo México; una nación adelantada y moderna, pero sumergida en la pobreza y el misticismo de sus costumbres y creencias pintorescas.

Con el estreno de “Rosalba y los Llaveros” (1950) Emilio retrató perfectamente la crisis de una familia mexicana empobrecida por la crisis y atormentada por su propia moral, haciendo ver desde sus primeros trabajos, la tendencia del autor por mostrar un aspecto ético a través de sus personajes tradicionales mexicanos; cargados de voluntad, frustración y comprometidos con su entorno.

Y es esa peculiar característica lo que ha hecho que la obra de Carballido sea una de las más estudiadas, publicadas y traducidas en todo el mundo, ya que la carga moral de sus personajes, acompañado de su crisis existencial en donde se divide para satisfacerse así mismo y al entorno, describieron perfectamente su momento histórico, el de la sociedad mexicana y casi todo occidente.

Así, “estando joven en una ciudad tan chica como era y tan preciosa como fue”, el autor tomaba cualquier situación de su cotidianidad y la analizaba, la desmembraba y al final la plasmaba sobre las letras, elevando por encima de las expectativas esa cotidianidad repleta de misticismo y lo que llamo Octavio Paz como “superposición de tiempos históricos” ya que sus personajes podrían estar rodeados de la modernidad del nuevo México, pero seguían sumergidos en la mexicanidad con sus complejos de moral.

Pese a que Emilio Carbadillo destacó en el mundo del teatro, también interactúo con la novela, el cuento infantil y el guionismo. Una de sus novelas más prolíferas es “Las visitaciones del diablo” (1965) que después fue adaptada al cine en 1968. En esta novela, la atmósfera fantasmal en el que vive la familia Estrella, deshace los parámetros del mundo ficticio con el real y en el se desbordan las pasiones de sus protagonistas, que viven encerrados en sus propios complejos, representados en la grandeza de la casa en donde descansan, un “folletín romántico” que muestra las posibilidades que tiene un género tradicional cuando se le aplica un tratamiento moderno” dice la serie del volador Joaquín Mortiz.

El trabajo de Emilio trascendió más allá de lo literario, pues fue su compromiso con el teatro y su amor por las letras lo que lo llevaron a ser uno de los directores más amados y citado de su generación, quien rompió y retrató muy bien la crisis moral de la sociedad mexicana y plantó la bases para un teatro experimental y lleno de consciencia en donde el espectador “lo que puede cambiar es la textura espiritual del espectador individual”.