• En “El Huésped” se va destejiendo el misterio y todas las acciones nos llevan a comprender un punto para entender todo el conjunto. La invasión de los sueños, el silencio, la evolución y cambio de escenarios, personajes y situaciones se hacen indispensables en los detalles para comprenderlos.

Por: César H. Dorado/

La barrera entre la normalidad y lo extraño se va difuminando conforme a la propia percepción de quien lo mira. El silencio, la oscuridad, los modales, cómo nos desenvolvemos en el entorno y otras características propias del humano, pueden encasillarse a sí mismas como acciones de índole malévola o bondadosa.

A ello, se unen también nuestras capacidades de adaptarnos conforme a nuestros sentidos y valores, pero también se le unen nuestros miedos cultivados en la infancia, así como las pérdidas y llegadas de nuevos habitantes. Desnudando nuevas percepciones de lo bello y lo que puede o no darnos miedo, la escritora mexicana Guadalupe Nettel devela en nuevos escenarios lóbregos, conquistados por personajes que hacen deambular su personalidad entre víctimas y victimarios.

En su novela “El Huésped” (Anagrama, 2006), Nettel ejemplifica con la historia de Ana, las pequeñas locuras que se van ensartando en la memoria. Locuras que se irán normalizando en el comportamiento rutinario, pero que perpetrarán y llevarán las emociones a su límite de tolerancia.

La infancia, contemplada, primeramente, como una simple faceta de vida en donde no cabe la amargura y se desconoce el miedo, se ve interrumpida para llenarse de misterios y pesares que se sabrán explicados hasta una etapa adulta. Mientras eso sucede, la reflexión es lapidaria, “uno comienza a morir desde que nace”.

Poco a poco, todos los comportamientos y actitudes parecen ser ejecutadas por una “Cosa”, quien no pidió permiso para entrar al cuerpo de la protagonista y comenzarlo a manipular a su antojo. “Dejar de ser nosotros para que algo más nos ocupe”.

A ello, se unen los descubrimientos de infancia que interrumpen la felicidad, entre los más letales, la culpa por la muerte de un hermano. Situación que se manifiesta día a día en la tristeza compartida con los padres y la falsa superación de una pérdida. La niñez y adultez comienzan a representarse como algo doloroso, cada uno en su tenor.

“Al crecer uno deja de escuchar y comprender ciertos sonidos, ciertos lenguajes. Considerar los temores infantiles como meros productos de la fantasía es un error y grave… La verdadera insensatez consiste en dejarse gobernar por una regla legitimada en apariencia por ese adjetivo irrisorio ¿Desde cuándo la comunidad ha mostrado cordura?”.

Desde ese punto, la escritora ya nos muestra otro tipo de terrores y nos ayuda a comprenderlos, a recapacitar que los miedos que se esconden detrás de las acciones, también son normales y nos definen. Y que, a veces, es la memoria la que nos ayuda a entender por qué somos como somos; en ella se alojan los momentos que más nos marcan y nos ayudan a resistir “a la catástrofe inminente”, de ahí que guardemos recuerdos como un hábito inconsciente, así como si fueran huéspedes.

“Lo que solemos llamar ocio es un conjunto de actos incomprensibles con alguna finalidad que se nos escapa, pero que el destino acomoda sabiamente. Así, mi actividad principal consistía en recolectar hallazgos visuales para resistir a una Cosa ciega que sería incapaz de apreciarlos”.

En “El Huésped” se va destejiendo el misterio y todas las acciones nos llevan a comprender un punto para entender todo el conjunto. La invasión de los sueños, el silencio, la evolución y cambio de escenarios, personajes y situaciones se hacen indispensables en los detalles para comprenderlos.

Pero al final, si no se logra, también se cumple el cometido de leer esta novela, ya que su grado de ser subliminal la convierte, de acuerdo a Xavier Houssin, en “la mirada que posa sobre las locuras suaves o destructoras, las manías, las desviaciones” y que nos hace ver hacia nuestras “propias obsesiones”, esas que tratamos de mantener escondidas pero que siguen latentes, como si mueran movimientos involuntarios.