Por: Redacción/

Artista de trazos profundos y paraísos que devoran el lienzo con técnicas varias, Arnaldo Coen desnuda su mundo interior y su capacidad de soñar despierto en Reflejo de lo invisible, al retratar edenes naturales y oníricos en un ambiente agitado y en movimiento continuo, pero reconciliando la geometría, el tiempo y la forma.

La muestra exhibida hasta el 21 de julio pasado en la Sala Leopoldo Méndez de la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) presentó el trabajo de un autor reconocido en su tránsito por el expresionismo y el arte abstracto, figurativo y fantástico.

Las piezas forman parte de un proceso continuo de creación, transformación y destrucción –alimento principal de su labor– que entre trazos disímiles alude a lo real e ilusorio, trascendiendo el tiempo y el espacio, e invita a sumergirse en una mirada punzante que transita lo mismo por el expresionismo abstracto que por el arte pop, ante el deseo de ser –como ha confesado– todos los artistas de todas las épocas y en todas las manifestaciones.

Mutaciones y Transmutaciones son algunas de las obras en mediano y gran tamaño –elaboradas en técnica mixta sobre papel– en las que Coen juega con una especie de cubo infinito en el que transcribe secuencias de texto y que dejan apreciar el alcance de su inventiva y libertad creativa.

Que no precisan nombre plasma una batalla sobre el lienzo entre entes oníricos que se debaten en medio de formas, colores y planos: rostros desdibujados de criaturas diminutas poseídas por pasiones, en un universo que fascina el espíritu.

Aunque el arte estaba en su cotidianidad, la pasión por esta actividad surgió a los 14 años cuando por iniciativa de su padre el pintor Carlos Mérida se coinvirtió en su maestro de dibujo, algo que cambiaría su vida, pues desde entonces la geometría, entre otros motivos, marcaría su búsqueda plástica por conocer y reconocerse en otros, a través de una conversación distinguida por el dominio de técnicas y lenguajes.

En palabras de Juan García Ponce, “la pintura de Coen comunica de inmediato la sensación de un ámbito hirviente, en movimiento continuo y en el que los seres más extraños no sólo salen a la vida y nos hieren con su presencia, sino que también la ilustran con cada una de sus actitudes y con su existencia permiten encontrar al autor, su sentido del color y el espacio…”.

Coen conoce y reconoce el quehacer de otros, como evidencian las alusiones y reminiscencias en su obra sobre Andy Warhol, Frida Kahlo, Caravaggio y Artemisia Lomi Gentileschi, entre otros, apuntó el destacado crítico y ensayista mexicano.

“Estas versiones del pintor son parte de una cultura riquísima que se muestra sin ambages, un sabio que enseña su talento sin preocupaciones, pues lo mismo supo de Diego Rivera –al que conoció en persona cuando era niño– que de las tradiciones iconográficas de otros momentos de la historia de la pintura vistas con profundidad”, comentó el doctor Andrés de Luna Olivo.

El artista trabaja con virtuosismo, es decir, con dibujos de un refinamiento notorio desde la primera vista en los que el oficio del lápiz constituye un entramado que debe descubrir quien detenga su mirada en ellos, explicó el profesor del Departamento de Teoría y Análisis de la Unidad Xochimilco.

Coen ha realizado también environment, escenografía y vestuario para teatro y danza, y presentado su legado en Estados Unidos, India, Japón y en países de Europa y América Latina, incluido México, donde ha expuesto en el Palacio de Bellas Artes y el Museo de Arte Moderno.